Las paredes susurran tu voz en la penumbra,
como ecos del ayer que el alma deslumbra.
Tu sonrisa se enreda en mi mente perdida,
como hiedra que aprieta y sofoca la vida.
Y tus ojos, dos brasas que arden sin fin,
siguen quemando mi pecho en su ruin.
Intenté enterrar tus recuerdos,
mas brotan cual espinas, crueles y duros.
Cada noche me pierdo en un negro sendero,
y al final del camino, tu espectro severo.
Me arrastro entre ruinas del tiempo marchito,
buscando cenizas de un fuego maldito.
El infierno de este amor, en cruel desvarío,
me consume las entrañas con su calor frío.
Te llamo, te grito, mas todo es en vano,
mi voz se disipa en un eco lejano.
La vida es ahora un invierno eterno,
y nuestros recuerdos, un nicho moderno.
Caen en pedazos las horas pasadas,
como tus manos temblando, ya heladas.
Tu risa, quebrada, se ahoga en el viento...
¿En qué momento se extinguió nuestro cuento?
Camino en silencio por calles desiertas,
aún huelen a ti, sus sombras inciertas.
Y en este infierno de lágrimas rotas,
la pena y la rabia me queman las botas.
Hoy la muerte me observa, paciente y serena...
Que el infierno me acoja, que el fuego me envenena,
pues allí, quizás, en su ardiente prisión,
aún pueda encontrarte... y hallar redención.
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