El hombre malsano
¡Oh, hombre malsano
que todo lo has padecido!
Sobre la orilla de este mar
ruegas por un consuelo a tus necedades.
Arrodillado frente a esa bruma invernal
oras la plegaria por misericordia,
con llanto agudo y voz arrullante.
¡Oh, hombre malsano
que no has sido comprendido!
Maldices a los necios, alabas la desgracia
y ruegas por el rostro fúnebre de tus enemigos.
¡Oh, hombre malsano
que todo lo has vivido!
¿Quién puede juzgar tus deseos, tus vicios,
tus costumbres, tus pecados?,
si aquellos amantes de la crítica solo han sabido rezarle
a un santo de piedra que llora sangre
y no conocen el sabor de la lágrima más leal,
como tú sí la conoces.
¡Oh, hombre malsano!, que observas con desdén al horizonte
mientras sientes cómo aquellos gusanos comen tu carne en vida
y te llenan la boca de amarga pasión,
puesto que las personas han perdido
el valor de mirar a los ojos a sus semejantes.
Bien sabes que el ego es al espíritu lo que el parásito al cadáver,
pero te avergüenza reconocer ese dócil deleite que te aborda.
Ora una vez más hombre malsano,
que tu alma se ha embriagado de hiel
y el hastío ha tomado preso tu cuerpo
mientras tus gritos de penumbra pronuncian
su maldición sobre este mundo impuro
y tu sangre tiñe esa pútrida agua llena de vejaciones.
¡Implora!, ¡aclama!, ¡escupe tu dolor!,
¡escupe sobre la cara de ese demonio de la perversidad
que te ha engañado bajo la máscara de un dios indiferente!
Destruye el pasado, destruye este aberrante paisaje,
destruye ese miserable mundo mi querido hombre malsano,
pues el veneno que corroe tus venas es el néctar
que alimenta a los esclavos de ese oscuro pasaje al que llaman sociedad.
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