mobile isologo
buscar...

EL HOMBRE DE LA MALETA II

Sep 14, 2025

92
EL HOMBRE DE LA MALETA II
Empieza a escribir gratis en quaderno

En un banco del parque, bajo la sombra de un roble centenario, el hombre de la maleta esperaba. La maleta, de cuero gastado y llena de calcomanías de lugares lejanos, parecía haber viajado más que él. No miraba la gente que pasaba, ni a los niños que reían cerca de los columpios. Su mirada estaba fija en el reloj de la torre del ayuntamiento, que marcaba las tres en punto. A esa hora, una mujer solía sentarse en ese mismo banco con un libro de tapa roja.

Hoy, la mujer no estaba. El hombre de la maleta no se movió. Las horas pasaron, y con ellas, la luz del sol se volvió un suave anaranjado. El parque se vació, y él siguió allí. Finalmente, suspiró, se levantó y se dispuso a irse. Entonces, una voz a sus espaldas lo detuvo.

Unos pasos se acercaron a él.

El hombre se dio vuelta con discreción, entre muecas de furia y desagrado por la impuntualidad.

Ya pensaba que no ibas a venir.

La mujer, sin el libro entre las manos —a diferencia de cómo solía vérsela siempre acompañada de aquel talismán—, sostenía esta vez un objeto distinto: otra maleta.

Joan Charles les manda esto. —Extendió ambas manos hacia el hombre, mostrando la maleta, vieja y corroída por el tiempo.

¿Qué es? —preguntó él.

Cosas de Joan Charles... Está todo ahí, explicado en un papel.

Ambos enmudecieron. Sabían bien que recibir un paquete, un mandado o una misión de Joan Charles —fuera en el formato que fuese— siempre era una mala noticia.

El hombre estiró el brazo y agarró con cuidado el mango de la maleta. Aunque ostentaba la peor de las apariencias y estaba venida a menos, se sentía sorprendentemente rígida al tacto.

Dice que tu compañero, el que estuvo en la granja, va a saber qué hacer —dijo la mujer, a regañadientes.

¿Mandaron a alguien a la dirección que te di?

Sí. Ya debe estar allá —balbuceó el hombre, con la vista perdida en la maleta.

La mujer, tomándose el entrecejo en un intento de aliviar su ansiedad, forzó otra pregunta:

¿Tienen algo más para esta noche?

El hombre guardó silencio... un vacío que pareció duplicar el tiempo de la conversación.

Tagliatelli... —rezongó la mujer.— Taglia...

Tagliatelli salió del trance y devolvió una mirada fija, como si en esos segundos hubiera intentado condensar en una sola sentencia todo lo que le había acontecido.

Nada nuevo —protestó—. Tenemos A y tenemos C, pero todavía nos falta B... Dependemos demasiado de lo que diga o confirme Lebensohn al aire.

La mujer quedó atónita. Aun así, logró hilar unas palabras para lanzar la pregunta definitiva:

¿Creen en Lebensohn?

Algunos sí. Otros, me temo que no tanto —admitió Tagliatelli.

La mujer se rascó la comisura de los labios con nerviosismo. Recorrió la mejilla con la mano y terminó apoyando el índice en la barbilla. Determinada, abrió la boca:

Bueno, Tagliatelli... van a tener que ponerse de acuerdo, ¿sabés? Si no, van a arruinar la oportunidad que tienen esta noche.

Él se vio acorralado, como si esas palabras ásperas hubieran devuelto movimiento a las agujas de un cronómetro, acelerando cada acción por venir. Aprovechó ese instante para devolver la pregunta infalible:

Y vos... ¿creés en él?

La mujer deslizó la mano por su rostro y la dejó caer a un costado del cuerpo. Pasó la lengua por sus labios secos y respondió, tartamudeando e insegura:

Cre... creo que, si aprovechan la oportunidad y logran hacerlo hablar... si lo sacan de sus diálogos conservadores y evitan que repita los delirios de siempre... ahí sí. Ahí puede darles la información suficiente como para voltear a Rawson, a todo su equipo.

Tagliatelli dio un exabrupto, como si una descarga de adrenalina hubiese recorrido su cuerpo como un relámpago, temblándole el pecho, sacudiendo sus cuerdas vocales y abriéndole los ojos de golpe.

Escuchame una cosa, enferma... No vamos a voltear al presidente.

Luego se aclaró la garganta, tosió y continuó:

Digo... no hace falta. En unos meses son las elecciones. Rawson tiene a toda la opinión pública en contra. No hay manera de que vuelva por una reelección, ni él ni alguien de su alineación.

La mujer comenzó a darle la espalda al hombre, que ya cargaba con dos maletas. Mientras se alejaba, levantó una mano en señal de despedida:

Crucemos los dedos, Tagliatelli.

Un jueves a las 2:13 AM se produjo una interrupción especial en todos los programas de aire y señales televisivas de orden nacional. Se dio lugar a un informe de La República, a cargo de Lebensohn:

La versión oficial sobre la supuesta intoxicación del presidente Rawson y parte de su gabinete en la residencia de Olivos se sostiene, todavía hoy, en un conjunto de conjeturas sin pruebas materiales.
Se habló de un desprendimiento radiactivo, de un material traído ilegalmente del extranjero, incluso de un intento de envenenamiento a través del agua. Sin embargo, las pericias realizadas por el Centro de Nacional de Intoxicaciones y la Comisión Nacional de Energía Atómica descartaron niveles anormales de radiación en el entorno.

Lo único comprobable es que, en aquella noche de octubre, el presidente y cuatro de sus colaboradores sufrieron una crisis repentina de vómitos, mareos y desorientación. A la mañana siguiente, todos se encontraban estables. Ningún parte médico oficial fue difundido y, hasta hoy, no existe una explicación científica aceptada.

Lo que sí queda claro es que el episodio coincidió con el momento más bajo de la imagen presidencial. Rawson, debilitado políticamente y acorralado por denuncias de corrupción, jamás se recuperó del golpe mediático. La intoxicación —real o inventada— terminó de sellar la narrativa que la opinión pública necesitaba para darlo por terminado.

Las ‘maletas’ de las que algunos hablan, los supuestos mensajes de Joan Charles —el CEO de los laboratorios que llevan su nombre— y la intrincada red de emisarios que habrían preparado la caída del mandatario permanecen en el terreno del rumor. Hasta ahora, no han aparecido documentos verificables que sostengan esas versiones.

Lo cierto es que Rawson ya no es presidente, que literalmente ya no es. Y que la historia de su caída, entre envenenamiento y fantasmas políticos, será recordada no por lo que ocurrió realmente, sino por lo que se creyó que había ocurrido.

El Escriba Nocturno

Comentarios

No hay comentarios todavía, sé el primero!

Debes iniciar sesión para comentar

Iniciar sesión