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EL HOMBRE DE LA MALETA I

Sep 14, 2025

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EL HOMBRE DE LA MALETA I
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En un banco del parque, bajo la sombra de un roble centenario, el hombre de la maleta esperaba. La maleta, de cuero gastado y llena de calcomanías de lugares lejanos, parecía haber viajado más que él. No miraba la gente que pasaba, ni a los niños que reían cerca de los columpios. Su mirada estaba fija en el reloj de la torre del ayuntamiento, que marcaba las tres en punto. A esa hora, una mujer solía sentarse en ese mismo banco con un libro de tapa roja.

Hoy, la mujer no estaba. El hombre de la maleta no se movió. Las horas pasaron, y con ellas, la luz del sol se volvió un suave anaranjado. El parque se vació, y él siguió allí. Finalmente, suspiró, se levantó y se dispuso a irse. Entonces, una voz a sus espaldas lo detuvo.

El hombre se quedó inmóvil. Reconoció la voz al instante: un timbre fino y dulce, casi un susurro, cargado de un acento que lo atravesaba más que cualquier bala.

—Pensaste que no vendría —dijo la mujer del libro de tapa roja, emergiendo de entre las sombras del parque totalmente deshabitado.

No llevaba el libro, sino una carpeta de cuero negra, cerrada con un lazo. Él giró apenas la cabeza, cuidando cualquier movimiento brusco. Sus ojos, cansados de esperar, se encendieron con un brillo que mezclaba alivio y condena.

—Te arriesgas demasiado —murmuró el hombre, sosteniendo con fuerza la gastada maleta.

—Moscú lo sabrá. Y cuando lo hagan… no habrá vuelta atrás. La Lubianka vendrá por ti.

Ella se acercó. El suelo le recordaba a aquellos lagos que se congelaban en los inviernos de su tierra natal: una lámina de hielo delgada, que parecía resquebrajarse con cada paso. El aire helado de la tarde se cargaba con ecos de marchas lejanas, quizá demasiado atentas.

—¿Ya lo saben? —preguntó él con voz grave.

—Ya lo saben —respondió ella en un hilo de voz, sumida en desconsuelo—. Todo este encuentro es una trampa. Ellos me vigilan, y pronto te señalarán.

Un silencio se apoderó de los murmullos secretos de ambos, roto solo por el campanario del ayuntamiento marcando las ocho. Era como si cada campanada dictara el tiempo que les quedaba juntos. Él cerró los ojos un instante, apretando los párpados para que ninguna lágrima lograra escapar. Luego, los abrió con decisión y se dio vuelta por completo.

—Entonces haremos lo que juramos no hacer nunca...

—...cambiar las reglas.

Ella lo miró, con lágrimas contenidas. Entre sus manos, la carpeta negra temblaba.

—Si nos descubren, no seremos espías...

—...solo traidores.

El hombre dejó la maleta en el suelo. El cuero crujió con un sonido que parecía un último suspiro, por fin descansando. Caminó hacia ella, tan cerca que el aroma de su abrigo aún guardaba rastros y recuerdos envueltos en perfume y tabaquismo.

—Prefiero ser traidor a la causa… que traidor a ti.

La mujer, liberando al fin sus manos trepidantes, dejó caer la carpeta. En ese instante, de algún lugar del parque, brillaron los destellos de lentes y miras telescópicas. Los dos lo supieron: no habría mañana. Y, aun así, sin saber del porvenir de aquella noche, tácitamente habían tomado una decisión.

En aquel sector del parque, donde el tiempo se detuvo, de algún modo estaban priorizando delimitar las bases de su propio país.

El silencio del parque se quebró con un estallido seco, un disparo lejano que atravesó la penumbra como un trueno contenido. Uno de los dos cuerpos cayó, inerte, sobre la tierra húmeda. El otro fue reducido entre sombras, asegurado sin resistencia posible.

Minutos después, en la radio de onda corta que aún zumbaba en algunas cocinas apagadas y en sótanos húmedos, emergió un murmullo estático, la voz del locutor grave, metálica, monocorde... cargada de un tinte sepulcral que borraba cualquier rastro de humanidad.

Atención.
Este es un comunicado oficial del Comité para la Seguridad del Estado.
A las 20:47 horas del día de hoy, en un parque cercano al ayuntamiento, fue neutralizado un elemento hostil que pretendía vulnerar la integridad de la patria soviética.
Su cómplice ha sido asegurado y será trasladado a las instalaciones correspondientes para su interrogatorio.
El hombre, portador de una maleta con documentación sensible, y la mujer, agente doble, mantenían un encuentro clandestino bajo vigilancia directa del KGB.
Recordamos: ningún traidor escapa a la mirada de Moscú.

La radio estalló en un zumbido hiriente. Tras el breve silencio, volvió la voz, ahora apenas un susurro deformado por la estática, como si el mismo hierro oxidado de la antena vibrara con cada palabra.

Recuerden: la lealtad es vida. La traición… silencio eterno.

La señal se apagó. Y con ella, también cualquier recuerdo público de aquel hombre y aquella mujer que, por un instante, habían soñado con cambiar las reglas.

El Escriba Nocturno

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