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    El Guardián de la Calígrafa/9

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    Jun 25, 2024

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    El Guardián de la Calígrafa/9
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    Por fin veo el grupo a caballo que rodea un gran carruaje abierto dorado: allí está sentado el rey, el conde du Murat, una anciana que debe ser la condesa, y la princesa, ataviada en gasa multicolor. Detrás, Ellyse está a caballo junto con otros nobles: monta bien, incluso con la silla lateral, muy derecha.

    Supongo que no le ha quedado más que darle gusto a su hermano, y lleva un vestido con manto de un amarillo suave, mantecoso, que suaviza su palidez, el pelo recogido con una diadema y gasas anaranjadas que da la impresión de que sólo es muy rubia. La ropa la hace ver muy diferente, como alguien a quien no conozco: Lester, que le echa una buena mirada, me da un codazo.

    - Es verdad que está más bonita. Le pegas si no come? La única vez que pasé por acá cuando perseguía esa hacha endemoniada, parecía que le habían puesto ropa a un cirio.-

     

    - Estoy tratando.- le digo con un suspiro, pero entonces ella se gira y nos ve. Su rostro, que estaba tenso y atento, se suaviza, y me hace un pequeño gesto a una ventana.

    Casi colgando de la ventana están nuestros educandos. Ruedo los ojos: supongo que tendré que prestarle Gertram a Lester como escudero, porque a él no podrá marearle la perdiz con sus presunciones. Avyr caería.

    No sólo ellos llenan esa ventana: todas las ventanas y balcones están llenas de gente, y hay vítores mientras empezamos el camino a la catedral, atravesando media ciudad.
    Banderines, confeti, flores lanzadas al carruaje: la princesa recoge un ramo completo y lo apega a su pecho. Su sonrisa luminosa es muy llamativa en su carita morena: pero mientras todo el mundo patalea y Davim se ve sumamente satisfecho a su popularidad, yo no puedo evitar un extraño pinchazo. A una niña de quince años la sacan de su casa, la hacen cruzar el mar con un montón de accidentes y sustos para casarse con un hombre que le triplica la edad, la ponen en escena con un montón de desconocidos sin siquiera sus ayas y asistentas… y la chica está tan ancha, con cara de reventar de felicidad.

     

    Cómo diablos la trataban allá, que esto le parece tanto una mejora?

     

    Supongo que mi cara es sombría, pero Lester me da un codazo: de repente estamos caminando entre el filósofo y un shamán sureño, la procesión algo desordenada porque hemos frenado.

     

    - Qué pasa?- pregunta Lester en puntas de pie, y más adelante, un físico muy alto se gira con una sonrisa.

    - A la princesa se le ha antojado recoger un gatito. Elliot D’Arzach está cazándolo.-

     

    El conde estuvo encargado de sostener el gato toda la ceremonia: parece que es alérgico, porque no paraba de estornudar, e imagino con poca caridad que su lujoso terciopelo azul quedará lleno de pelos. Pero la ceremonia en la catedral es impresionante: el rey Dario llevó a la pequeña princesa de la mano hasta el doble altar, se pusieron de pie entre el sol y la luna, y prometieron ser uno solo. El rey eligió a Tyr para bendecir su unión, inesperadamente, y pidió ser justo y misericordioso en su relación: Lester subió al altar para bendecirlo y marcar su frente con el aceite coloreado. La princesa invocó a Hemma, como casi todas las novias, para pedir amor y pasión. Una sacerdotisa salpicó la frente y los cabellos de la princesa con el aceite: las perlas en su pelo brillaban como vidrio. El príncipe Davim los bendijo también a la usanza del Imperio, bailando alrededor con el torso desnudo y una antorcha en cada mano. Estoy encantado de que durante esa exhibición, mi trasnochada Ellyse apenas podía contener los bostezos.

    Tengo que lograr que duerma siesta o se quedará dormida en el baile.

    El rey anunció el compromiso, la educación de la princesa, y el que peregrinará para ofrecer sus respetos a todos los dioses y aprender las costumbres de cada condado: me hubiera temido que eso confundiera al pueblo, pero me pareció que los vítores de Haender, que quiere a Dario, se volvieron más ruidosos y alegres ahora que vieron que no contravendrá las leyes casándose con una niña. Incluso oí a una dama mayor detrás de mí que “ Dos años y estará lista, mira como sonríe, sino va a andar buscando, la gente del desierto es así…!”

    - Chist, que va a ser tu reina!- le digo Lester volteándose enojado. Está claro que se ha encariñado con Dariella.

    - Ninguna es reina hasta que le dé el heredero. Excepto la pobre reina Clary, que ella trató, pobrecita.- dice otra mujer más vieja cerca, con su mejor vestido manchado con letras de impresora.- Ojalá esta lo haga feliz y le dé gusto, no es bueno que no haya una reina en un país, los hombres se ponen brutos, mira como es Jermaine, con las mujeres encerradas…-

    - Cocina o convento.- dice otra.- Animales!-

    - Eso no va a pasar aquí.- digo con un poco de disgusto. Es cierto que no todos los condados son tan avanzados como Albión.- La princesa será una buena reina.-

    - Eso si no se rompe la crisma primero trepándose a algo.- suspira Lester.- Deberían encerrarla por las noches, ponerle una cadenita… te digo, trepa como un monito…-

    - Está comparando a la prometida del rey con un mono?- dice con humor otra mujer más.- Mira, Sinda, el Cler dice que la princesa es un mono.-

    - Lady Susannah es mucho más bella, qué hizo al rey traerse un mono del Imperio…-

    - Una dote gigantesca?-

    - Es porque tienen bebés por docenas, ni siquiera él fallaría, aunque parezca mono…-

    - No dije…!- Lester está horrorizado, y yo no menos. Si alguien nos atribuye esa frase! Por suerte son mujeres del pueblo que se dispersan pronto para ir a buscar las dádivas de monedas y comida que se han organizado, pero cuando me giro, veo que el filósofo de Uvaine se está riendo en su barba.

    - Señor filósofo…- empiezo a rogar, a lo que él levanta un dedo.

    - No sacas nada con pedirme que no lo cuente. Si decidiera hacerlo, sería porque me desagradas y por supuesto tu pedido no tendría efecto: y nunca podrás saber si fui yo o una de esas mujeres, sin saber si digo la verdad o miento al decir que no lo hice. No lo haré, pero mi palabra no tiene peso dado que apenas me conoces.- agrega. Cómo odio los silogismos!

    - Me basta con su palabra.- suspiro. Nos interrumpe el regreso del carruaje: la princesa se sube con el gatito, el rey, y con Arles de la Tour nada menos sentado al pescante, que va todo el camino cantando un aire antiguo. Su voz crea un aire de recogimiento: al sol de la tarde alargando las sombras, otros instrumentos se unen a su canción, en casa y balcones, la calle o las plazas: la misma canción, una melodía muy antigua, de la época de Oro: una balada sobre la magia, la Creación y el amor. Aunque no recuerdo oírla antes, de algún modo la reconozco. Estará en la sangre, quizás, o en estas mismas piedras, de cuando Haender era Aether, el corazón de la magia.

     

    Prefiero esta paz. Miro la espalda de Ellyse, que se apoya en el pomo de su montura cansada, siguiendo el carruaje, y pienso que la canción, que habla de pasión, guerra y leyenda, es muy hermosa, pero no veo la hora de ir a instalarme en su oficina, con un té y un libro. La paz es mucho, mucho mejor.

     

    Lester insiste en ir a cambiarse vendajes y bañarse de nuevo después de un desordenado almuerzo en las barracas: lo dejo en el cuidado de Gertram, y subo para ver a esa mujerota de nuevo en la oficina de Ellyse, discutiéndole mientras ella ordena los libros que desperdigó en la noche. Por Dios, de qué le sirve el servicio que tiene?

    - Deje eso ahí, coma algo y vaya a acostarse.- le ordeno, haciendo callar a la sirvienta.- le conseguí pan y queso, no se imagina el despelote en las cocinas. Llegó el grupo atrasado del Imperio, y parece que venían como con veinte diferentes guardias de camino que querían el honor de traerlos, se lo han comido todo, está su hermano echándolos… son tres mujeres y un emir, si entendí bien. Así que está todo en orden, vaya a descansar ahora, yo la despertaré para el baile…-

    - El Duque D’Arzach me ha encomendado atender a la señorita Ellyse hoy, y prepararla para el baile. Hay que empezar a teñir su pelo ahora mismo…- empieza la mujer, a lo que Ellie pone cara de víctima condenada a muerte.

    - Sueño primero. Perifollos después.- gruño. – Lady Ellyse, no cree que debería tener una doncella propia que la atienda?-

    - Tengo varias…?- dice Ellyse vagamente, y bosteza de nuevo aún mientras mira el pan en su mano como si hubiera olvidado cómo metérselo en la boca.- Barren mi cuarto… no sé dónde están…-

    He visto establos mejor manejados que el servicio de este castillo. Logro meter el pan en Ellyse, servirle té y meterla en su cuarto: le quito a la sirvienta un vestido que son como quince metros de gobelino, pesado como un pony y una bolsa de adornos suficientes para vestir a alguien por sí mismos. La echo a cajas destempladas: Ellyse ha resuelto reales problemas, y necesita descanso. Ordenar la oficina y luego ir a ponerme mi otro jubón gris sobre la túnica, pasarme un cepillo de pelo y plantarme el pañuelo es lo que alcanzo a hacer muy justo: alcanzo a ver a Gertram llevándole un brazado de telas a Lester que no sé de dónde sacó, y a Thier con Avyr poniéndose bálsamos en el pelo. Nunca he asistido a un baile de corte, pero voy como sirviente, no como invitado, así que no logro entender porqué se arreglan tanto.

    No somos nobles: bueno, Thier lo es, pero es un muchacho. Yo sólo voy a mirar, a atender a Ellyse, y a evitar que el príncipe Davim intente con ella algo de lo que tiene tantas ganas, el desgraciado.

    Pero aún como sirviente es un privilegio ver la primera fiesta del palacio desde que murió la reina Clary: hay alfombras nuevas, grandes lámparas de porcelana como las de la oficina, largas mesas decoradas, guirnaldas, velas coloreadas en globos de cristal. Ya ha empezado a agolparse gente en el salón: desde el balcón, puedo ver que la jarana sigue en el pueblo, con un segundo día de fiestas. Así no va a trabajar nadie mañana.

    Supongo que me hago viejo, que todo este desbarajuste me irrita algo. Pero, por crudos que hayan sido los términos, las mujeres del pueblo tenían razón, y la península necesita una reina y un heredero. Han obtenido una encantadora: bien está que lo celebren.

    - Vamos a bailar esta noche, señor Cler?- me dice una simpática sacerdotisa de Hemma, coronada de flores. Le hago una inclinación al cruzármela en el pasillo.

    - Sólo vengo como servicio, Su Armonía.-

    - Pero no seas así! Nosotros también bailamos, nadie se opone a eso!-

    - Las Hijas de Hemma son renombradas por su baile. Hay un motivo por el que los sacerdotes de Tyr no.- le digo sinceramente, a lo que ella suelta la risa y me oprime el brazo al pasar. Me siento un poco halagado, pero de verdad que no tengo tiempo: empieza a atardecer.

    Cuando subo, Ellyse ya se ha levantado y tiene la puerta abierta, peinándose en su tocador. Se ha oscurecido el pelo con un poco de tinte, pero con poco éxito: cuando la magia te decolora tanto, ya ningún tinte toma. Pero eso no importa nada. Con un vestido que tampoco le conocía, color ciruela con bordados en el pecho y carmín en la cara, es otra mujer, y una muy hermosa.

    - Puedes ponérmelo en la nuca? No logro que quede derecho.- dice alargándome un gran broche de plata en forma de escudo. Lo acomodo entre las trenzas suaves: mis dedos están súbitamente torpes. Su cuello, ahí tan cerca, es muy frágil y delicado, pero una arteria late dulcemente bajo su oreja.- Conrad?-

    Encuentro sus ojos en el espejo. Ella sonríe: casi se le han ido las ojeras.

    - Te he hecho correr mucho estos días y lo siento. Puedes disfrutar la fiesta como mejor te parezca, yo me volveré temprano. Sé que ha sido cansador, pero es la mayor fiesta que ha tenido Haender en una década. Además, Arles cantará para todos… es una ocasión histórica. Por favor, considéralo una noche libre.-

    Quiero decirle que es precisamente en el caos y con ella viéndose así que no quiero dejarla sola, decirle que mi presentimiento no se ha ido, pero no tengo palabras, mirándola ahí a los ojos en el espejo, mi dedo aún en su pelo sedoso. Huele a simple limón y lavanda, pero también a algo dulce, y el carmín en sus labios tiene un deje purpúreo, que combina con el vestido. Nunca la había visto así.

     

    - Mi Dama, le traíamos sus enaguas…- nos interrumpen tres chicas con la toca de las doncellas. Les echo una mirada de odio: ahora aparecen?

     

    - Bajo enseguida, nos vemos en el baile.- dice ella, asintiendo. Me voy algo atontado por ese perfume. Qué me pasa? Es la falta de sueño? Normalmente no noto esas cosas…

     

    Pero no fui el único en notar el cambio en Ellyse, vaya. Elliot suavizó su expresión para ir a saludarla, aunque sonaba algo congestionado: claramente ese gatito hizo un número en sus alergias. Arles cruzó el salón a saltitos para ir a pedirle un baile, y Davim se la comió con los ojos cuando fue a saludar a la princesa. Yo me mantuve en un discreto rincón, viendo a la gente mezclarse, saludar ante el trono, que es una simple silla de madera tallada: la princesa charlaba contenta con el rey, sentada a su lado de piernas cruzadas en otra silla semejante, y Davim se acercaba a cada rato a tratar de sentarla como señorita, pero volvía a la pista de baile a seguir dando vueltas con una y otra dama. Era una fiesta animada y alegre: la pista estaba llena, la música era ruidosa, las voces elevadas, alegres sacerdotisas de Hemma dirigían uno y otro baile con aleteos de sus mantos naranja, y el vino se servía espumoso en cientos de copas. Hubieron aplausos cuando el rey llevó a la princesa con mucha destreza en una danza jionesa, y Dariella bailó expertamente y con gracia: vi a Ellyse en un rincón con Arles dando unas vueltas, y luego la vi a pocos pasos, tratando de servirse una copa de una de las pocas jarras de agua en las mesas.

    - Ese alocado… me ha agotado.- me dice sonrojada y jadeante.- te has divertido?-

    - Mucho.-

    - No es lo normal que los sacerdotes de Tyr vengan a fiestas de la Corte.- dice de repente Lord Delaney, apareciendo a su lado de la nada.- debería dejarlo irse a las barracas. Su colega, el asistente de la princesa, está allá en la celebración de los soldados.- dice mirándome de arriba abajo. Es cierto que no me veo tan elegante como el resto del salón. Ni pretendía hacerlo.

    - Cler Conrad está aquí por mi invitación.- dice Ellyse. Su voz se ha puesto gélida.

    - No esperará que una dama bien nacida baile con un sacerdote mendicante…- le suelta Delaney. Ellyse… no sé cómo explicarlo. Es como si de repente la temperatura bajara unos grados. Esto es magia, o el residuo de la magia.

    - Pues prefiero bailar con el sacerdote mendicante a bailar con usted, Ryck.- le suelta, y me agarra de la mano, llevándome a la pista. Vaya. Su mano está helada y suave: sus ojos destellan de irritación cuando me encara, y puedo notar cómo la gente alrededor nos mira. Es cierto que no veo a ningún otro sacerdote, excepto las hijas de Hemma, bailando con los nobles.

    - No me ofendo. No hay necesidad de que discuta con los suyos.- le digo mientras la música hace un crescendo. Ellyse entrecierra los ojos.

    - Ryck no es ni la mitad del hombre que eres, Conrad.- me dice severamente.- Toma mi mano y déjate llevar. No es difícil.-

     

    Es cierto: con su mano en la mía, la otra en su cintura, no es difícil seguir su paso. Soy un esgrimista: mis pies saben leer el siguiente giro de mi oponente, y su cuerpo elástico y fino me guía como lo haría el peso de una espada nueva. La gente sigue mirándonos, pero no por nuestra destreza, sino por el escándalo: Elliot D’Arzach se ve irritado, Davim ben Abdal furioso. Pero el rey sonríe y nos asiente, y la princesa nos apunta con el dedo y charla alegremente.

    El perfume de Ellyse es tan dulce que me distraigo y casi la piso. Cuando mi pie choca con el suyo, ella da un traspié, y la sujeto, firme en mis manos.

    - Lo siento.- le digo, pero ella aprovecha de hacer un giro, y cuando vuelve a mis brazos, está sonriendo.

    - No te preocupes. Hace años que no bailaba… está siendo una noche muy especial.-

    Por sobre su hombro, veo a Arles asentir y sonreírme brillantemente, tomando un laúd y dirigiendo a los músicos en un simple vals. Todo el salón da vueltas, y atraigo un poco más a Ellyse por seguridad. Esto no es difícil, y he peleado con un minotauro por diez horas seguidas: porqué estoy sin aliento?

     

    - La Dama Imperial Sett Sehayanka, y séquito!!- anuncia un lacayo. La música se corta y los bailarines abren paso: yo estaba tan ido que casi derribo a un condesito que bailaba a mi lado al retroceder. La princesa da un chillidito de felicidad y corre con las manos tendidas hacia una mujer mayor, de pelo trenzado y expresión severa, que avanza, vestida magníficamente a la usanza Imperial en rojo y oro. La siguen otras dos mujeres también mayores, con el pelo oscuro lleno de anillas de oro: también tiene la tez y los ojos del desierto, y saludan cálidamente a su señora.

    Pero el hombre que las escolta llama mi atención: aunque lleva el turbante y la túnica de un emir Imperial, su rostro es pálido y muy agudo, el cabello largo y liso de un sureño, su figura ahusada y alta con esa esbeltez inconfundible. No es hombre del Imperio: es un sureño. Debe ser el hombre que le ha hablado de la península a Dariella. Sus ojos son muy claros y brillantes, aunque pequeños, de un curioso tono verde pálido.

     

    Súbitamente siento un dolor agudo, y al girarme, veo a Ellyse… blanca. Color cera. El dolor es la uña de su pulgar, que se me está clavando en el brazo. Entre los saludos y el regreso de la música, ella retrocede con los ojos dilatados como si hubiera visto un fantasma. Ni siquiera respira. La sostengo para tratar de hablarle, darle agua, y miro a mi alrededor por ayuda: en la confusión, veo que Arles, también blanco como un papel, está abriéndose paso hacia nosotros a toda prisa. Pero ella se me suelta y huye: huye corriendo como si la persiguiera un demonio por los pasillos, huye volando por escaleras y recovecos, y Arles y yo corremos detrás suyo hasta que logro agarrarla de la falda en un rincón oscuro de la Torre. Me manotea como un animal salvaje: su aliento es corto, rápido, desesperado, y no habla, no solloza, no dice nada.

    - Ellyse? Es veneno? Te duele?- empiezo, tratando de sujetarla, pero ella sigue en ese doloroso jadeo, y se desploma. Arles la agarra antes de que golpee el suelo: cuando me mira, su rostro es puro horror.

    - Es asma. Hace muchos años que no tenía un ataque. Hay que acostarla, no podemos dejarla sola…-

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