7/ De Conrad en una reunión secreta.
Todo estaba listo desde el amanecer, e incluso le dí la mañana libre a los chicos, para que pudieran ir a mirar los adornos y visitantes de la ciudad a su sabor, pero la comitiva no fue avistada hasta después del mediodía. Ellyse se había levantado remarcablemente temprano, y también me dio el día libre a mí: no sé que esperaba que me fuera a hacer, pero no tenía nada mejor que hacer que seguirla cargando los mapas, libros de consulta, documentos y papeles que desperdigó por toda la Sala del Consejo. Nunca la había visitado, pero era muy del Rey Dario: unas mesas simples y pesadas, sillas grandes y cómodas de piel, buena luz y unos pocos pendones por toda decoración. En el centro de la mesa, una plantita de gurtha con sus hojitas verdes en una maceta, y un par de anaqueles con buen vino y copas, además de un samovar.
No lo sé bien, pero empiezo a pensar que el Rey fue educado con los sacerdotes de Tyr. Hay mucho aquí que Lord Romwen aprobaría.
Ellyse lleva un poco al extremo la simpleza del rey: hoy he visto a las damas de la corte, y no a pocos caballeros, sacar trajes que hacen que el salón parezca un valle en primavera.
Como la mayoría de los tintes se traen del Imperio y del Sur, tener ropas en colores muy vivos es gastar dinero: yo estoy de lo más cómodo en mi túnica gris, pero Ellyse podría haber gastado algo, supongo. Su hermano lleva una magnífica capa azul pálido de terciopelo sobre un traje azul oscuro enteramente bordado y fruncido: Susannah de Mombray está bellísima en una falda en diferentes tonos de verde y algo como un sobrevestido rosa. El resto de los sacerdotes están igualmente coloridos: el rey lleva una capa rojo sangre muy llamativa, y a los bardos... pues ni el peor arquero del mundo les fallaría el tiro, lindos trocitos de color que son. Pero Ellyse se ha plantado una túnica de un café pálido bastante fea, mucho peor que el vestido que se puso para recibir a Arles, que no la diferencia mucho del blanco de las sirvientas: abro la boca para preguntar pero la cierro, cuando recuerdo el chisme sobre el hermano de la princesa.
Vaya. Así que realmente no quiere atenciones.
Los anuncios de las puertas de la ciudad reviven el interés de la gente ya un poco harta de esperar: se colocan en filas con flores en las manos, hay música, y el rey espera rodeado de sus nobles en el Salón, con una expresión algo nerviosa. Pero vaya que es triste la caravana que llega, que veo por sobre las cabezas en el patio de guardia: los caballos se ven cansadísimos, la docena de guardias imperiales con sus turbantes se ven igualmente exhaustos, y la verdad son muy pocos para arrastrar el carromato que traen cargado de cajas y baúles. El príncipe Davim llama la atención de inmediato, del negro imperial, su gran manto flameando cuando desmonta: venía muy derecho, las riendas colgando, una destreza de jinete experto en su actitud. Es el único que se ve fresco y despierto, yendo a abrir la parte trasera del vagón. Para mi sorpresa baja Lester, cojeando un poco y muy pálido, el brazo en cabestrillo, y detrás de él la princesa, con una túnica roja de muchas capas atada a la cintura que la hace parecer un rollo de cortinas.
No soy un buen juez de estas cosas, porque nunca había visto a una mujer del Imperio, pero o son de verdad muy bajitas, o ésa es una niña pequeña.
Tiene la tez oscura como miel cruda, los ojos muy grandes y negros, y una magnífica cabellera trenzada con adornos que le cae hasta las caderas. Avanza y hace una reverencia, pero no soy el único sorprendido: se supone que el rey, Elliot, alguien diría algo, pero el silencio se alarga antes de que los músicos dejen de mirarla boquiabiertos y empiecen a tocar, a destiempo y muy mal, aunque se corrigen rápidamente y el rey desciende la escalera con la mano tendida. Estrecha la del príncipe Davim, que se supone que ha visitado antes: es un hombre más alto que yo, aunque esbelto y fuerte, con caminar de espadachín y la melena cortada manchada de gris por la magia. El rey tiene que inclinarse para hablar con la princesita, la que se mueve con mucha elegancia y dignidad, pero tiene que apresurar el paso para poder caminar junto a los hombres.
Una vez el rey entra y los nobles lo siguen, el patio del castillo tiene una pausa en que todo el mundo se mira pero nadie barbota lo que está pensando, hasta que una sacerdotisa de Hemma, los brazos cruzados y las enormes mangas de su traje naranjo de baile recogidas contra el pecho, lo suelta:
- Es un feto.-
- La edad es relativa. Quizá allá maduren más pronto...-
- Como cuándo, a los cinco?-
- Callarse!-
- Es una situación interesante.- me dice el clérigo de Uvaine, que se cruza de brazos a mi lado.- No es como que la península reunida pudiera ofender al Imperio, supongo, pero el rey va a tener problemas con una Reina extranjera, y encima tan joven.- me comenta, rascándose la barba.- Me imagino que el consejo de un sacerdote de Tyr sería cumplir con el tratado. Ustedes siempre obedecen sus órdenes.-
- No cuando es inmoral hacerlo.- suelto, y me muerdo los labios. Porqué le dejo que me tire de la lengua? Ahora falta que vaya con el cuento de que llamé al rey inmoral. Pero tener conocimiento carnal de una mujer menor de la veintena es un crimen, en Albión, aunque más no sea por razones prácticas!
- Curioso sería que yo recomiendo seguir sus inclinaciones y romper el compromiso, cuando somos nosotros los que habitualmente somos llamados inmorales...- me dice con una sonrisita. Esta gente se está divirtiendo, y esto podría acabar en una guerra. Meneo la cabeza y me voy antes de soltar alguna otra idiotez: para mi sorpresa, los guardias me abren paso sin chistar por las galerías, y acabo en una en donde como muchos otros nobles, puedo ver al rey, sus visitantes y la docena de consejeros, entre ellos Elliot de Arzarch y el simpático conde du Murat, brindando y permitiendo a los viajeros detenerse y comer un refrigerio antes de retirarse a descansar. Ellyse está sentadita detrás del rey, y el príncipe Davim se ha plantado a su lado.
La expresión de Ellyse es… diferente. Estoy acostumbrado a verla relajada, comprendo de repente, y bastante feliz. Ahora se ve tensa, su expresión helada, y entiendo lo que dijo Avyr: se ve más grande, mucho menos suave. La verdad se parece mucho a su hermano, aunque él sonríe y conversa con soltura. El príncipe está hablándole a Ellyse, pero ella le habla a Lester y a la princesa, y puedo ver que un físico, con su traje celeste, se lleva a Lester por un pasillo a su señal.
Bajo para encontrarlos. De cerca, Lester se ve aún peor, un morado en la cara, el cansancio de varios días en la postura: toma bastante agotar a un sacerdote de Tyr, y está tan molido que apenas si le queda algo de su famosa apostura. Cuando me ve suelta una exclamación, y me abraza con el lado sano, el físico sonriendo al verlo.
- Lo pondremos como nuevo en un rato, Cler Lester. Buenas tardes, Cler Conrad. Su amigo es muy popular en la corte, Cler Lester.-
- Éste pedazo de granito?- sonríe Lester, aunque se apoya en mí. Nunca había ido a las enfermerías del castillo, en el subterráneo, pero aunque muy limpias y bien atendidas, tienen algo sombrío que Ferdinand no habría aprobado, y un poco de olor a humedad.- Deberías haber ido tú. Qué viaje, Misericordia, y no que me haya cubierto de honor precisamente…-
- Qué pasó?-
- Qué no pasó. Motín a bordo: el príncipe hizo arrojar por la borda a los amotinados y luego tuvimos que navegar nosotros, gracias a Dios el emir Alain fue marino. Piratas: auténtica batalla naval, abordaje, ahí perdí mis armas cuando me caí al mar y tuvieron que pescarme como rata ahogada. Asalto en la ruta, dos malditas veces, en una casi secuestran a Dari. Y en la segunda…- Lester suspira y se ve mortificadísimo.- Pensaron que yo era la princesa y trataron de violarme, hubieras visto sus caras…-
No puedo evitarlo. Me cubro la cara, pero sabe que me da risa.
- Te he dicho que te cortes el pelo.-
- Es la moda en el sur!-
- En el sur a la gente no se le hacen tirabuzones naturales.-
- Cállate, Conrad.- dice Lester, mientras el físico, que tampoco ha mantenido la cara seria pero al menos la mueve en conmiseración, desenvuelve unos vendajes bien hechos del brazo y una pierna, en donde la piel está tumefacta y blanquecina, pero no se ve infectada. El corte en el muslo sí es grande y muy feo.
- El Emir Alain viene más atrás con el aya de Dari y sus asistentas: perdimos a todos los guardias excepto esos cuatro, y las chicas estaban derrengadas, no podían cabalgar más. Llegarán mañana, supongo…- suspira, ya empezando a dormirse: puedo sentir la magia curativa del físico, como un calorcito en el costado, trabajando en su pierna, pero creo que es más el alivio de cumplir su misión lo que está adormeciendo a Lester.- … me compraste mis cositas? Oh, y tú has hecho bien tu trabajo parece… la Dama Ellyse está más linda que la última vez que la vi…-
- La Dama ha encargado que descanse, Cler Lester. Duérmase, yo le traeré la cena, se sentirá mucho mejor cuando despierte.- dice el físico. Lester ya se ha dormido, y cuando empieza a trabajar en su brazo, lo miro: es joven, con el aspecto sanote de todos los físicos, pelo muy cortito, delgado pero sólido.- Cómo se llama, señor…-
- Sólo soy Sal, Cler Conrad.- me dice sin despegar ojos de Lester.- Le aviso cuando esté despierto su amigo, si quiere. No puedo prometer que esté de pie para la recepción esta noche, pero lo tendré como nuevo para las ceremonias y las celebraciones mañana.-
- Muchas gracias, Sal.- le digo con una inclinación. Cuando regreso por los pasillos, veo a Thier y a Gertram corriendo como unos locos por el pasillo y los atajo de inmediato.
- Que esto no es un juego de pelota, dónde están Avyr y Kelvyn?-
- La Dama los mandó a dar noticia a los establos de la comitiva que viene… el rey mandó a buscar a ese grupo de damas rezagadas con guardias y todo…- me dicen sin aliento.- Nosotros vamos a acomodar la oficina, el príncipe Davim pidió entrevistarse con la Dama Ellyse a solas después de la cena!-
A solas? A solas un carajo. A solas conmigo, puede ser. Subo con ellos a ordenar la oficina, que está muy limpia, y sólo acomodo unas sillas confortables y sacudo la alfombra: pero cuando estoy plegando las cortinas para que entre el sol de la tarde, oigo pasos, y se asoma una doncella mayor que he visto un par de veces por los pasillos, con un montón de tela plegada en los brazos.
- Ah, Cler Conrad.- dice con alguna severidad.- El señor Elliot ha enviado esto para la Dama Ellyse. Tendrá bien entregárselos?-
Son vestidos. La mujerota me echa una mirada cuando los levanto: los colores parecen chillones en la oficina, que es bastante simple. Podría haberlos dejado en su habitación: traérselos a la oficina es una forma de decir algo, supongo, y no me gusta. Ya se veía bastante aproblemada aún desde lejos: no me gusta esta actitud.
- Los subiré a su cuarto.- digo tiesamente: la mujer tuerce el gesto, pero no se atreve a decirme nada. Dejo a los chicos abrillantando los muebles, y subo la escalera al cuarto cuya puerta conozco pero nunca he entrado. En la escalera le echo una ojeada a los vestidos, y vaya, no soy experto en moda, pero si hay una forma más clara de decirle a alguien “ vas a tratar de ser atractiva y vas a verte feliz de serlo” no la conozco. El verde agua es bonito, al menos.
El cuarto es monacal. No estaría fuera de lugar en la abadía. La cama es muy baja, no tiene vestidor, y el pasillo de entrada no está decorado: sólo hay otro anaquel de libros, otro escritorio, un armario de madera, y frente a la cama, una acuarela de un paisaje sureño neblinoso, con la falta de perspectiva de ese estilo. Lo único llamativo es que sobre la cama, hay una gran y gruesa manta de lana multicolor, un trabajo albionita.
Me da un súbito pesar imaginar que pasa frío en una cama tan baja y tan lejos de la chimenea. Un brasero es lo que hace falta, aquí.
Dejo los vestidos en la silla, y al volverme, veo a la Dama Ellyse en la puerta. Aaay. No tienen ninguna expresión, pero ya empiezo a reconocer esa falta de expresión como Estoy Empezando a Exasperarme.
- Su hermano le envió vestidos. Suponía que no quería tenerlos a la vista cuando llegue el príncipe.- le digo con parsimonia. Ella no dice nada, entrando a sentarse en la silla junto a su escritorio. Se ve cansada.
- Le traigo un té?-
- Conrad, no tienes que actuar como mi doncella. Tengo, y varias.-
- Las que nunca veo hacer nada útil.- menciono. Me detengo en el umbral, pero no puedo evitarlo.- La princesa es muy joven.-
Ellyse me echa una mirada de “ no, en serio” y se recuesta un poco en la silla, frotándose el cuello y los hombros como si le dolieran.- Tu colega está bien atendido?-
- Lo darán de alta por la mañana.-
- Eso es bueno.- asiente.- Sal es muy talentoso. Conrad, el príncipe vendrá más tarde, y necesito hablar con él, porque esta situación es…- suspira, y cuando me mira, juraría que veo una hebra de temor allí.- Ofender al Imperio es impensable, pero agradecería si puedes quedarte. La conversación puede ser delicada, pero confío en tu discreción.-
- Es mi deber.- le digo tranquilamente. Ella me sonríe, pero esa preocupación en sus ojos me inquieta.
La cena formal de bienvenida es… llamativa por decir los menos. Una docena de músicos se turnan para entretener a los visitantes, toda la nobleza acomodada en una gran mesa en forma de herradura en el Salón: hay pendones y cintas de adorno, pero noto que el príncipe Davim mira alrededor expresivamente como preguntándose a qué cuchitril ha traído a su hermana. La princesa se ve contenta en cambio, y charla con el rey y todo el que se ponga a tiro, una sonrisa muy blanca en su carita morena: veo que se dirige a Ellyse, que le responde con amabilidad. Podría haberme sentado con el resto de los sacerdotes en una gran mesa que han puesto en la galería que mira al Salón: pero elijo quedarme de pie entre los sirvientes que atienden la mesa y los guardias que vigilan la cena, y nadie me cuestiona. Ellyse me mira de reojo en un momento, pero aunque sorprendida, su gesto parece calmarse al verme ahí, y eso es todo lo que necesito.
- La música de la península es el único motivo por el que aguanto el cruce de mar.- está diciendo el príncipe Davim, mientras una cantante acaba su melodía acompañada por unas arpas. Le hace un gesto que se acerque, y le arroja una bolsita de cuero que sospecho son monedas, por el peso. La chica se ve feliz, aunque no es la costumbre aquí: el siguiente en acercarse es Arles, muy llamativo con túnica amarilla, jubón y calzas azules y una pluma azul en los cabellos, acomodándose con su laúd.- Pero no hay bailarinas? Y tus sacerdotisas con poca ropa?-
- La última vez que viniste era Megaria. Esto es sólo una recepción, mañana tendrás tu baile, cuando hayan llegado tus compañeros.- le dice el rey familiarmente, a lo que el príncipe se recuesta con brazos cruzados.
- Tsk. Aburrido. No quieres bailar, Ellyse?-
- No.- dice ella simplemente, metiéndose un repollito en la boca. Elliot le echa una mirada airada, pero el príncipe parece divertido.
- Está bien, come… para que tengas energía después.-
Arles empieza con una balada que no había oído nunca: una melodía amable, pero las letras sobre amor perdido y legendario son penetrantes. Canta sobre añoranza, y con la garganta hace ese extraño acorde que sólo un sureño puede hacer: canta música, sin palabras, y luego concluye su balada con palabras de promesa. Es increíblemente dulce: ciertamente tiene mucho más talento que el de mover las caderas y hacer a la gente bailar. La gente ha dejado de comer para oírlo, y el rey es el primero en aplaudir e iniciar una ovación, pero el príncipe y su hermana se ven emocionados.
- Eso ha valido la pena.- dice el príncipe buscándose otra bolsa de dinero, pero la princesa se endereza y le hace un gesto a Arles, que se acerca y se inclina obedientemente. Ella se quita un prendedor con una turquesa de agua purísima, y se lo alarga.
- Por tu canción.- dice con dulzura, la turquesa enorme en su palma pequeña.- Quiero oír muchas más, muchas.-
- A su servicio.- Arles se inclina, el largo pelo casi tocando el suelo cuando se arrodilla. Ella le sonríe.
- Se parece al conde, puedo quedármelo? Y tener la pareja?- le dice a Davim, como si fuera un adorno. Ellyse mira a Arles, pero se ve más bien irritada.
- Aceptarías servir a la princesa Dariella, Arles de la Tour?- dice el rey, sonriendo con su habitual amabilidad… pero pidiéndole su venia, a lo que Davim se ve algo asombrado.
Arles asiente, y besa la mano de la princesa, antes de prenderse la turquesa e irse con una sonrisita. Ha hecho su fortuna con una canción.
La cena se alarga, pero el rey y la princesa se retiran tempranamente, al igual que el resto de la corte que participará de la procesión mañana. El resto de la corte sigue la jarana, con música y risas, pero Ellyse se retira por un pasillo, y la sigo. Aún sigue en su ropón café: Elliot le puso una cara terrible al verla bajar.
- Tenías que lucirte.- dice con alguna aspereza: pero no es a mí, es a Arles, que también la sigue. La turquesa brilla como una estrella en su pecho.
- Pensé que te alegraría tenerme en la corte!- se queja, a lo que ella sacude la cabeza: se ve tan preocupada.
- Siempre me alegra verte, Arles. Pero este lugar se va a poner espeso y peligroso, y lo último que necesito que corras un riesgo.-
- Riesgo? Qué riesgo puedo correr con mi laúd?-
- No es tu laúd el instrumento que le preocupa.- comento yo, a lo que Arles suelta la carcajada, y Ellyse me echa una mirada. Qué? Si es obvio…
- Cómo vas a solucionar el asunto de la edad? Estoy seguro que nadie te dijo que la mocosa era una mocosa…- dice Arles, aunque acaricia su turquesa.- Una mocosa con muy lindas maneras y buen gusto, sí.-
- Sospeché algo cuando Davim no respondió con números, sólo dijo que estaba en edad de casarse. Pero imaginé que era porque era muy mayor.- dice Ellyse con frustración.- Habían modos de subsanar eso, para eso están los druidas, pero esto… no sé qué hacer.- suspira, deteniéndose en la escalera.
- Eso no le corresponde verlo al Consejo y al rey?- digo, aunque incluso tontito como soy, ya estoy empezando a sospechar.
Ellyse asiente sin decir nada, y los dos la seguimos a su oficina, que está impecable, aunque en la mitad del escritorio hay una botella de cristal tallado brillante llena de un líquido rojo, dos copas muy ornadas con dragones de oro, y una capa inmensa color plata de terciopelo: nada de eso estaba aquí antes.
- Viene a verte?- dice Arles con los ojos muy abiertos.- Esa copa es de oro? Esa capa es terciopelo crudo? Necesitas ayuda? Una flor de fuego, un pistilo anti embarazo? Tengo tres en mis maletas…-
- Sí, sí, supongo, no, y cómo se te ocurre.- dice Ellyse frotándose la frente.- Vete. No podemos vernos más abiertamente o van a pensar que intento influenciar el servicio de la princesa.-
- No me importa!-
- Dije abiertamente.- dice doblando la capa y dejándola a un lado.- Vete, Arles. Conrad…-
- Mi Dama.-
- Necesito que seas muy discreto.- me repite, sus ojos en los míos, como si me suplicara algo. No sé lo que es, pero lo que sea, asiento.
Arles acaba de desaparecer por el pasillo cuando oigo botas pesadas, con espuelas. Ella se parapeta tras el escritorio y enciende las lámparas: yo coloco la bandeja en la mesita, me guardo el abrecartas más grande que tiene en el cinto, y abro la puerta para recibir al príncipe Imperial Davim, domador de bestias y general del Imperio.
Recomendados
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión