Su respiración es superficial: Arles la acomoda en su cama mientras llamo doncellas… de las cuales ninguna viene, porque estarán todas de fiesta en las barracas o mirando el baile, sospecho. Corro a mis habitaciones y traigo el cordial para resfrío que preparé según la receta de Ferdinand: no es mucho, pero será mejor que nada, y tiene hojas aromáticas. Lo vuelco en la almohada, y le pongo la cabeza reposando allí: tras un rato se mueve, apegando la nariz a la tela húmeda, y empieza a respirar mejor. La arropo y miro a Arles, que ha estado paseándose, mordiéndose las uñas, y ya no está pálido. Está rojo de rabia.
- Te vas a explicar?- le digo con irritación. Me he asustado de verdad: por un minuto he creído que la habían envenenado.
Es curioso: Arles ya no parece ni tan lindo, ni tan afeminado: tensar las cejas de esa forma le hace un ceño notable, y se deja caer en la silla del tocador, las manos en la boca, la frente, antes de hablar. Su voz está tan ronca como imagino que estará ella al despertar.
- Es Alain. – dice en un susurro.- El emir, él…-
- Qué pasa con él?- le digo, con un mal presentimiento, arropando más a Ellyse. Arles habla en voz muy baja, como si no quisiera que ella lo oyera ni en sueños.
- Él era el capitán de un barco en el golfo de Degan, el Unicorn. Yo me enrolé como grumete cuando era un niño apenas. Ellyse lo conoció allí, viajando con su hermano.-
- Y?-
-… Alain y ella… bueno, se enamoraron. O eso creí. Alain me envió con ella de regreso a Haender, ella me prometió conseguirme maestros de música… y él prometió venir a buscarla, en tres años.-
- Y no vino.-
- No. Yo volví a buscarlo más tarde, varias veces, pero todo lo que averigué era que el Unicorn había sido vendido. Nos rendimos y lo supusimos muerto hace cuatro años. Creí que Ellyse se moría.-
- Pero porqué no la acompañó, si se amaban? Porqué no se casó con ella inmediata…- me callo al sacar las cuentas y empuño las manos.- Era menor. Era ilegal. Qué edad tenía? Menor que la princesa Dari?-
Arles asiente y a mí se me revuelve el estómago. Ese emir no puede tener menos de treinta. No me importa lo hermoso que sea, es un monstruo.
- La sedujo? La abusó?-
- Te recuerdo que ella estaba enamorada…-
- Las niñas de esa edad no están enamoradas.- le gruño, frotándome la frente.- Podríamos acusarlo y el rey tendría que tirarlo a un calabozo, le guste o no. En Albión ojalá. Para que le muestren lo que opinamos de esa calaña de…-
- Y crear un incidente diplomático enorme con un favorito de la Princesa, bajo las órdenes del Emperador, y encima arruinar la reputación de Ellyse y hasta de Elliot D’Arzach para siempre? Te das cuenta de lo que estás diciendo?-
- Sería lo justo.- gruño con furia. Todas mi religión se resiste a que ese bastardo salga de rositas!! Me doy cuenta que le haría más daño a todo el mundo que a él, pero…
Ellyse tenía los ojos llenos de pánico, un pánico incomprensivo, herido. He rescatado caballos de galpones en llamas más de una vez, y es la misma mirada de horror dolorido. Y no creo que una manta y un montón de alfalfa y azúcar basten para calmarla.
- Tengo que hablar con él, tengo que saber la verdad…- dice Arles levantándose: no sabe estarse quieto.- Tengo que tenerle una respuesta, cuando despierte. Ellyse me salvó la vida en ese viaje, me dio mi música… por Hemma que creí que decirle que Alain había desaparecido era lo peor que me iba a tocar en la vida, pero, esto, esto…- musita, y se le llenan los ojos de lágrimas. Se arrodilla junto a la cama: como si rezara, apoya los codos en la colcha y la cara en las palmas, pero no reza, llora.
He tenido menos ganas de partir por la mitad a un licántropo que comía niños, si vamos a ser francos. Devoro mi rabia de mala gana: Lord Corwin me repitió hasta el cansancio que primero se ataca al mal activo, luego se atiende a las víctimas, luego se ataca el mal pasivo, y luego se entierra los muertos. Este tipo va a lidiar conmigo, pero primero tengo que conseguir a ninguno de estos dos salten de un quinto piso de la manito.
Le pongo una mano en el hombro tembloroso a Arles: sin su coquetería, sin sus canciones, no es sino un hombre muy joven, muy delgado, y lejos de su patria. Llora por Ellyse como por sí mismo, y noble es el que es capaz de llorar por otros. Le sirvo una copa de vino: lo ayudo a levantarse, le alargo unos pañuelos mientras sacude polvo de las rodillas de sus calzas de gala.
(Es que estas doncellas holgazanas nunca limpian el cuarto de Ellyse, por la Misericordia?!)
- Te quedas con ella?- me pregunta. Como si hiciera falta. Cuando se va, me aseguro que la ventana esté bien cerrada: en el silencio, oigo a lo lejos los sonidos de la fiesta, que continúa. Ellyse se queja, dormida: llora un poco, en la almohada, sin despertar, y aunque quisiera calmarla, no me atrevo. No tengo derecho. Ni siquiera sé cómo podría hacerlo, qué podría decirle: pero la arropo un poco más, y luego me llevo un cojín para sentarme lejos, junto a la puerta, devolviéndole su privacidad. Todo esto es algo muy íntimo que ella no eligió contarme, y eso, me avergüenza. No tengo ningún derecho a sus secretos o sus angustias: ninguno en absoluto. Pero una parte de mí cuenta esas lágrimas, y cuando las multiplico por los diez años que ha esperado a ese miserable, tengo que rezar a Tyr para calmarme.
Me adormecí, en algún momento. Recuerdo vagamente las explosiones lejanas de fuegos artificiales, el rugido de la multitud, unas voces en el pasillo: pero luego silencio y oscuridad, y de pronto parpadeé, viendo un resplandor dorado reflejado en el suelo de cerámica.
Estaba amaneciendo. Ellyse estaba envuelta en su vestido arrugado, con sus chales encima, sentada junto a la ventana, piernas recogidas como una niña. Aún tenía unas cintas enredadas en el pelo. Pero estaba tan quieta mirando afuera, la mejilla contra el marco, que me quedé quieto también, mientras el sol salía y empezaba a disipar las sombras.
- Conrad?- dijo ella tras un rato. Traté de levantarme, pero se me habían dormido las piernas.
- Dime.-
- Puedes ir a descansar. Por favor. Estaré en mi oficina.-
- Deberías tratar de dormir otro poco.- le digo apoyándome en las manos para enderezarme torpemente.
Ella me mira, y si su rostro ayer tenía color y vida, ahora es como una página en blanco.
- No. Tengo mucho que hacer.- dice en una voz que es como flores secas en un libro viejo. Quisiera razonar, discutir, pero en verdad no tengo derecho: llegué diez años tarde a protegerla. La rabia que siento me inunda como la tinta se absorbe en un papel: no creo jamás pueda quitarme esta rabia de adentro. La siento manchándome, y no sé cómo explicarla, cómo sacarla de mí, ofrecérsela a Tyr. Necesito pensar, más que descansar: y mientras ella regresa a sus rutinas, yo tomo mi espada, la de combate, y subo a las almenas desiertas. Ni siquiera hay guardias: todo el mundo duerme su borrachera, exhaustos de celebrar y de divertirse, mientras la mujer que hizo todo esto posible se ahogaba en sus lágrimas.
Dejo de lado mis ejercicios de práctica. Estoy solo en la almena, y excepto el río a lo lejos, nada se mueve. Invoco el camino de la ira en mi brazo izquierdo: dejo que la llama negra arda, envuelva mi brazo, fría e hiriente, e invoco a Tyr en el brazo de mi espada, cargando toda mi rabia en el reflejo plateado del acero. Y me dejo llevar por el combate, el peso de la espada, las memorias en mi cuerpo de lo que se siente conectar no con el aire, sino con la carne y la magia de lo que sea que lastima inocentes… si pudiera, si yo pudiera ir al pasado e intervenir antes de que nada pasara, si pudiera evitarlo con un espadazo…
Estaría matando a un hombre antes de que haga algo malo, pero en este momento, no me importaría. La llama estalla en mi brazo en un último flash de magia, y al fin apoyo la espada en la almena. El sol empezaba a cegarme, y estoy sudando: quemé demasiada energía, sin haber descansado ni comido. Soy igualmente irresponsable que Ellyse, me temo.
Pero empieza a volverme alguna cordura. Lo primero es conseguir calmarla, y si no puedo calmar su mente, al menos calmaré su cuerpo con comida y descanso.
Cómo quisiera saber si existe alguna poción o hechizo que borre este tipo de amor desafortunado!
- No aprecio a los hombres que no cumplen sus promesas. En especial, si posan de ser más correctos que los demás.- me dice una voz, y mi mano, aún pensando en violencia, va a la espada: pero es la Dama Susannah, con sus ropas de gala notablemente desarregladas, los rizos sueltos sobre los hombros, que me mira desde el arco de la escalinata, su gesto admirativo. Estaba tan enojado, tan concentrado en mi rabia, que no sé cuánto rato lleva ahí mirando: si hubiera sido un arquero enemigo, me podría haber matado.
- De qué está…- oh. Me había citado, ahora lo recuerdo.- Mi dama. Suponía que con las festividades, su reunión se cancelaría.-
- Porqué iba a cancelarse? Bastaba con que fuéramos tú y yo.- me dice, acercándose, y doy un paso atrás cuando alarga una mano a mi cuello.
- Mi Dama, estoy sucio…-
- Así me gustas más.- me dice, arrugando su pequeña nariz.- Como el guerrero que se supone que eres, no haciendo de perro faldero de la ridícula…-
- Sirvo a la Dama Ellyse.- le digo seriamente. Mi ánimo está tan irritado que hay una chispa de magia negra en mi brazo, que no pude controlar. Susanna eleva las cejas.
- Noté que se desaparecieron los dos anoche. Y no fui la única que lo notó.- me dice, helándome un poco.- Si te preocupa su reputación, quizá sería bueno que pudieras justificar dónde estabas anoche… o esta mañana?- agrega con una risita. Sus ojos verdes fijos en los míos son fascinantes, pero cuando me besa, giro la cara, alzando una mano para detenerla.
- Mi dama Susannah, estoy muy halagado, pero no se me permite. Suplico su perdón.-
- Quién no te lo permite?- dice ella, sus dedos enredados en mi pelo, haciendo aspavientos de mirar a un lado y al otro.- Aquí no hay nadie. Y en mis habitaciones tampoco.-
- Tyr lo sabría.- le digo con absoluta seguridad. Ella se muerde el labio, sin soltar mi pelo, ahora sujetándolo con mano más firme, como una brida a un caballo.
- Mira que eres ridículo tú también. Y si te echo al suelo y me trepo encima, qué? Me vas a quemar con esa magia? Me pegarás con la espada?-
- Mi Dama, respetuosamente…- murmuro, pero cuando me tira del pelo para atraerme, la sujeto de los hombros.- Respetuosamente, qué diablos quiere de mí? Es la mujer más bella de la corte. Puede tener a quien quiera… y lo tiene, dicen los rumores. Qué podría darle yo que no pueda darle cualquier otro? Ni siquiera me conoce. No hay ningún motivo para que…-
- Cómo puede ser que lo estúpido que eres te haga más deseable todavía?- sisea, pero me suelta.- Conrad, no hay ningún clérigo en este castillo que respete esos votos. No seas idiota.-
- Habrá uno entonces. Yo.-
- Tu amigo, el que sirve a la princesa, estaba anoche rodando entre sirvientas!-
- Eso es entre Lester y Tyr, y no tiene nada que ver conmigo.-
- Por Uvaine, qué insoportable eres!- dice ella dando una patadita en el suelo.- estoy demasiado cansada para discutir contigo ahora, pero ya verás, esto no se queda así!- exclama, antes de apuntarme con un dedo lleno de anillos.- Esto no me había pasado nunca, para que sepas.-
- Mi dama…- suspiro cansadamente mientras ella se va, a paso irritado. Ahora sí me siento exhausto, y bajo a mis habitaciones a bañarme y cambiarme, para ir a las cocinas y armar una merienda, porque siguen desiertas excepto por un par de ancianas cocineras mezclando potaje para el servicio.
- Ah, Cler Conrad.- me dice una.- Hay frutitas en ese bol para la Dama Ellyse, las rescatamos anoche, hicieron ponche hasta con mondas de patata…- se burla, alargándome una bandeja.- Llévele algo a la damita, me dicen que está trabajando desde temprano, si no hay nadie más despierto en este castillo, si hasta las gallinas no pusieron hoy…-
- Usted también debería descansar, se ve ojeroso.- me dice la otra: la magia siempre me hace una cara más cansada. Estoy llenando la tetera de plata en la bandeja, cuando entra una de las mujeres del séquito que llegaron anoche. No es la aya, Sett algo, la mujer del famoso Alain ese: es una mujer de mediana edad, más joven, con las trenzas decoradas y un velo de un verde fresco en el pelo, su túnica envuelta muy decente del mismo verde.
- Carne, fruta y huevos con manteca, no es así?- le digo asintiendo a las cocineras.- Buenos días.-
- Muchas gracias, señor…- dice ella con una inclinación y casi sin acento. – Pero un desayuno local es lo que pide mi Setti. La princesa debe educar su paladar, dice el emir.-
Un ladrillo le daría yo al emir, pero esta mujer no tiene la culpa. Se presenta como Sett Zobeida, encargada de la comida y aseo de la princesa: lo dice con gran orgullo, y se va con su bandejita atiborrada de pan como si servir a la princesa tan manualmente fuera un inmenso honor. Acá ninguna noble haría cosa semejante: ya se irritan a que lo haga yo. Es la segunda mujer imperial con la que hablo, y es otra más que se ve radiante de estar aquí.
Ellyse, en cambio, está definitivamente no radiante. Ni llora ni se queja ya: trabaja como una máquina en silencio, y el montón de papel emborronado a su izquierda es majestuoso, francamente. Ni siquiera levanta la cabeza cuando entro.
- Ellyse…- musito.- Ellyse, té y galletas. Tienes que comer algo.-
- No hay tiempo.- dice ella sin levantar la vista.- Veré al rey a las cinco. Estás libre hasta ese entonces.-
Me siento ostensiblemente en mi otomana, y agarro mi taza de té, cruzándome de piernas. Ella me echa una ojeada, hay un pequeño gesto de “ bueno, haz lo que se te antoje” y vuelve a sus papeles.
Le sirvo el té, dulce y con esencia de flores, y lo dejo a su alcance. De a poco lo bebe: según lo bebe, su postura se afloja despacio. Pero ya es mediodía cuando al fin lo acaba y me mira, mientras yo me pierdo en un gran libro que viaje que hace rato quería hojear. Extraño un poco viajar.
- Conrad?-
- Dime.-
- Te… gusta la vida en Haender?-
- Cumplo con mi deber.- le digo tranquilamente. Porqué hay tanta indecisión en sus ojos?
- Tu deber es… tu deber vendría a ser…-
- Mi deber es protegerte de todo daño.- mi voz es tajante.- Qué pasa?-
-… es injusto para ti.- dice, meneando la cabeza, como si hablara consigo misma, y no sé qué me posee, pero abro la boca sin pensarlo. Aah, Misericordia.
- Lo que es injusto es que no me hayan asignado a cuidarte hace diez años.-
Oh, que Tyr me dé con su martillo en la jeta. Todo el color que había ganado se va de paseo. Ella se calla, y hay algo denso, herido en su silencio. No sé cómo pedirle que no sufra, que confíe en mí.
- Ellyse.- dice Elliot, entrando de sopetón: nos hizo saltar a ambos, y nos echa una mirada desconfiada, como si no hubiera esperado encontrarnos en extremos diferentes de la habitación. Sus insultantes sospechas me irritan, pero mucho más me irrita cuando va derecho al escritorio de ella y pone encima un legajo de hojas cosidas, con un golpe. Es curioso: Elliot siempre se ve tan sereno y elegante en público, pero ante Ellyse, siempre se porta como un energúmeno.
Corwin decía que si quieres saber cómo es alguien, ve como trata a aquellos que dependen de ellos.
- Qué se supone que significa esto? No tengo tiempo para hacer tu trabajo.- dice con dureza, apoyando una mano en el escritorio.- Qué te pasa? Estás enferma? O ayer bebiste demasiado y esto es un resaca? Mírame a la cara.-
Ella guarda silencio, las manos recogidas en el regazo, y no habla hasta que Elliot bufa, acerca una silla y se sienta.
- Necesito que te ocupes de supervisar sueldos, bonos y correctivos.- dice ella alargándole el legajo.- No es tan difícil, Elliot. Todo está detallado ahí.-
- ya tengo suficiente que hacer para ocuparme de eso, si no quieres hacerlo.- dice con irritación.- Pero tus caprichos nos hacen ver infantiles. Porqué pediste audiencia con el rey? Tiene que ver con la Princesa? Si estás planeando hacer alguna otra jugada, debes decirme primero. No me gustó que te sacaras esa carta en el Consejo sin discutirlo primero conmigo.-
Ajá. Para llevarte el crédito, verdad?
- Necesito hablar algo personal con el rey.- dice Ellyse con voz firme. Casi doy un respingo. Le contará la verdad? Confía tanto en el rey? Porque vaya que sería complejo mandar a la cárcel al emir de la Princesa, por muy justo que me parezca a mí!
- De qué?-
- Es personal.-
- Soy el jefe de tu casa.- dice él secamente.- No hay personal que valga. Qué diablos pasa?- exclama apoyando las manos en los brazos del sillón con una palmada.- Estás embarazada?-
Ellyse le echa una mirada de tal frialdad que duele.- No. Que rápido piensas en eso. Alguna de tus amantes, quizás?-
Elliot entrecierra los ojos. Por Tyr, cómo pueden dos hermanos detestarse tanto? Es antinatural.
- Cler Conrad, hay algún motivo por el que deba preocuparme del honor de mi familia en esta reunión con el rey?- dice sin mirarme, echándose atrás en la silla.
Se me suben los colores del enojo, pero Ellyse parece impermeable a la insinuación.
- La Dama Ellyse no ha hecho sino traerle honor su familia.- le digo con alguna dificultad. Elliot parece esperar algún otro comentario, pero Ellyse se ha cruzado de brazos y se ha cerrado como el portón de un castillo. Creo que conoce su terquedad, porque se levanta. Sus perfiles son idénticos.
- Esta conversación no ha terminado. Hablaré con el rey después.- musita al salir. Su expresión es dura, pero hay un deje de temor en ella: aunque noto que no es temor por Ellyse, sino más bien de ella.
La habitación está muy fría. Avivo el fuego, sirvo té, y estoy revisando que las ventanas estén cerradas cuando ella vuelve a hablar.
- Gracias por ocuparte de mí ayer. No tenías que hacerlo.-
- Parte de mis funciones es que no acabes en el piso en un pasillo tras una fiesta.- menciono flemáticamente. Ella me mira como asombrada de mi frase, y luego al fin sonríe un poquito, gracias a Tyr.
- Te lo agradezco, Conrad. Lamento la situación. Por favor, tómate la noche libre: te la había dado para la fiesta y acabé obligándote a cuidarme.-
- No me obligó a nada, y ésa fue mi noche libre.- digo cerrando las cortinas de una ventana que siempre tiene una corriente de aire.- No soy hombre de fiestas, mi Dama. Ahora, por favor cómase esa fruta.-
Ellyse está pelando pensativamente una mandarina y comiéndosela cuando entra Arles: y vaya que hay una diferencia. Si Ellyse parece un libro cerrado, Arles es uno de esos tapices de tres metros con bordados y colores que gritan escenas: recién ahora noto que generalmente usa maquillaje, y con el pelo sin alisar y los ojos sin sombreados, todo su aspecto relamido y artístico se ha ido de paseo. Parece un muchacho ahora, un chico sureño cualquiera de rostro bonito y hombros flacos, y tiene los ojos hinchados. Ha llorado.
Voy a acabar acriminándome con ese emir. Por Dios, quiero verle la cara de cerca.
- Ellie…- musita, su voz tenue, temblorosa. Se lleva la mano a la boca, como si no pudiera hablar. Ellyse parpadea, pero se mantiene firme.
- Conrad, nos das unos momentos?-
Salgo, aunque alcanzo a ver a Arles derrumbarse en la silla enfrente del escritorio, las manos en la cara, y que cuando ella rodea la mesa para acercarse, él la aferra, hundiendo el rostro en su cintura. Cierro la puerta: los dejo solos, pero el sollozo de Arles me hace daño. No era él quien hablaba de romances y emociones? Ahí tienen. Esto es lo que consigues por enamorarte, pienso con amargura.
Tras pensarlo unos minutos, bajo a las barracas de los soldados: no me cuesta mucho seguir la pista de Lester, al que encuentro en mis habitaciones charlando con Gertram y Avyr. Los tres se ven descaradamente resacosos, y me miran con asombro y algo de temor cuando entro y me cambio la túnica.
- Dónde pasaste la noche, picarón?- me dice Lester al fin, yendo a palmearme el hombro. Se ve muy recuperado, a pesar de la parranda.- Te extrañamos… se bebió hasta el amanecer, no tuve con quién bailar una jiga en las mesas, pero estos dos dieron un buen espectáculo…-
- Cantamos “ nieve y ovejas” y a los soldados les gustó mucho.- dice Avyr emocionado aún.- Y las doncellas fueron a mirarnos!-
- Estuve en el baile un rato.-
- Me dijeron que sacaste a bailar a Ellyse. Qué cara tienes.- dice Lester, enarcando las cejas.- Yo no me habría atrevido…-
- la Dama estaba muy bonita ayer.- dice Gertram, que sé que la aprecia por la paciencia que le ha tenido en algunas clases de escritura.- Estaba contenta anoche?-
Oh, Gertram, si supieras. Los chicos me miran con curiosidad, pero no tengo mucho más que decir. Me siento en la cama, y los miro mientras ordeno mis cosas.
- Lester, te han asignado seguir sirviendo a la Princesa, entiendo?-
- El rey estuvo muy amable. Y Dari no quiere que me vaya.- dice él sacando pecho.- Es un honor, me quedaré a sus órdenes, creo que vamos a acabar imponiendo una moda de clérigos sirviendo a damas de alcurnia…-
- No nos entrenan para eso.- le digo con irritación, el enojo que tengo desde anoche aún vivo.- La corte no debería ser nuestro lugar!-
Los tres me miran asombrados a mi exabrupto, y es Avyr quien me pregunta con vocecita desolada.
- Pero pensé que le gustaba servir a la Dama Ellyse. Se ve tan contento con ella en su oficina, cuando están juntos…- me dice confuso. Gertram es quien mueve la cabeza.
- Se supone que Conrad y Lester fueron entrenados para detener amenazas, defender poblados… entiendo que le parezca una pérdida de tiempo.- dice recostándose en su cama.- Uno podría malacostumbrarse a esta vida.-
- Pero si ha sido tan lindo estar aquí, los chicos son tan buenos con nosotros…!- protesta Avyr.
- Se supone que somos sacerdotes viajeros, Avyr.- le dice Gertram. Hace rato que sospecho que él entiende mejor que otros la teología de nuestro posición: sus simples ojos de campesino han absorbido bien las enseñanzas.- Y llevamos casi tres meses durmiendo en camas de algodón y comiendo a gusto… eso es servir a Tyr?-
- No tienes que martirizarte para servir a Tyr.- dice Lester con aspereza.- Y los nobles merecen tanta protección como los aldeanos. Dari es una niña.-
- La Princesa tiene protección, dentro de un castillo. – dice Gertram pensativamente.- Pobrecitos mercaderes ancianos en los caminos, no siempre.-
Lester me mira como pidiendo que refute a Gertram, pero no ha dicho nada que no sea cierto. Asiento a sus palabras: un día, será un buen clérigo guerrero, porque aparte de saber manejar la espada, lo primero que tienes que saber es cuándo y porqué blandirla. Gertram entiende.
- Uno de ustedes se quedará conmigo sirviendo a Ellyse. El otro servirá a Lester y a la princesa.- les digo. Me siento cansado de pronto, pero aunque sé cómo los repartiría, los chicos cruzan una mirada y decido dejar que se den cuenta solos.- De todas formas, ambos seguirán con sus clases.-
- Clases?- dice Lester. Los chicos salen llevándose unos vasos para lavar y por algún motivo un tambor: cuando salen, me giro a Lester mientras me quito las botas.
- Tienen clases con los educandos de Ellyse. A cambio, yo los entreno es la espada.-
Lester se ve asombrado.- Tienes idea cómo se pelean ese puesto los hijos de nobles? Ser enseñado por ella es tener un puesto seguro de por vida en la corte.-
- Sólo es geografía e idiomas, Lester. Les servirá. Y esos chicos estaban hechos unos alfeñiques.- le digo frotándome la cara.- Lester… me puedes contar que tal es el emir Alain? Me gustaría conocerlo.-
Él se recoge la melena. Es tan apuesto que aún con la cara abotagada por el trasnoche y las señales que le quedan de sus heridas, parece un tapiz de la Edad de Oro: se parece un poco al príncipe Ethelred de los libros. Él sí hace buena figura en la corte, no yo, definitivamente.
- Ah, te dio curiosidad, no? Es sureño. Alguien escribió una canción en el Imperio sobre su romance con Sett Sehayanka. Creo que era un marino y la conoció en un viaje, y la Setti, que es parienta del Emperador, hizo que lo ennoblecieran. Allá no es tan raro, muchas damas nobles se casan con hombres sin título, es mucho más raro al revés. Tienen un hijo que es amigo del nieto de Emperador y se quedó allá. Como el emir conocía bien el camino y ha educado a Dari para vivir en la península, lo enviaron con ella. Setti ha criado básicamente a Dari…- me dice envolviéndose en su manta: creo que planea dormir.- El emir nos salvó la vida cuando los marineros se amotinaron. Es un marino asombroso. Y es rápido con la espada… Davim no respeta a nadie, pero a él sí.- dice adormeciéndose, una risita en su voz.- Aunque le dice tiempo “ yah coltu carabosse…”… es como “ tú, flaco puto…” Dari se enoja tanto pero él se ríe nada más…-
Lo dejo dormir. La idea de ese tipo riéndose mientras venía de camino sin pensar en el daño que le haría a Ellyse me dan ganas de vomitar. Salgo afuera, en donde recién el castillo y el pueblo están volviendo a la vida, y me quedo pensando tantas cosas que me duele la cabeza, pero no podría dormir. Necesito rezar, meditar, vaciar mi cabeza, calmar esta inquietud. Pero no sé cómo.
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Es después de atardecer que subo a ver a Ellyse. Ya ha regresado de su reunión con el rey, pero en vez de estar trabajando o sellando cartas, está sentada mirando por la ventanas, piernas recogidas, sin velo. Cuando me mira entrar, hay algo que me calma en su cara: parece haber tomado alguna decisión, aunque aún tiene esa expresión vacía.
- ha cenado, mi Dama?-
Ella asiente. No le creo mucho. Me siento en mi otomana, y no sé qué más decirle. Hay un silencio entristecido de los dos, y ayer estábamos bailando tan felices en el salón.
- Voy a liberarte para que vuelvas a tu abadía.- me dice, y las palabras me hielan hasta el estómago. No. No, todo menos eso.
- Qué hice?- barboto horrorizado.
- Conrad…-
- Me asignaron a cuidarla y soy tan malo que me echa a los tres meses?-
- No, Conrad, cómo se te ocurre…- me dice, y sonríe un poco a mi exabrupto.- Es que… no voy a estar aquí.-
- Qué?-
- No puedo quedarme.- dice ella, y de pronto sus ojos se ven húmedos.- No lo soportaría.-
- Mi Dama…-
Ella mira alrededor. Sé cómo ama esta oficina. Pero inspira profundamente.
- Iré en misión diplomática por la península para preparar el camino que hará la Princesa este verano. Voy a viajar al Sur, luego a Degan, Jermaine… no sé exactamente cuánto tardaré. No voy a obligarte a seguirme por los caminos de toda la península, Conrad. –
- Pero tengo mi carrito.- protesto débilmente. Ella menea la cabeza.
- No tienes que hacerlo. El rey me dará una escolta, y los caminos principales…-
Me inunda la rabia, y ahora sí sé lo que siento. Es liberador: esta ira sí puedo manejarla, usarla. Es como cuando al fin entiendes un arma y logras que te haga caso.
- Soy un clérigo de combate, de camino. Le costaría mucho encontrar a alguien que pueda cuidarla mejor que yo. Y nadie quiere hacerlo tanto como yo.- gruño enfrentándola.- Es mi misión. Tyr me lo ha mandado, y si me echa, la seguiré como un tábano.-
Ellyse se levanta: creo que va a afearme mi discurso, pero en cambio, se ve aliviada. No dice nada, pero le ha vuelto algo de color.
- Un tábano consagrado.- me dice, la cara seria. Asiento con energía.
Va a sonreír. Está sonriendo, aunque no lo haga. Cómo la conozco ya.
- Entonces parece que no puedo detenerte.- me dice, sacado una bolsita de monedas de su escritorio.- Compra lo que te parezca que podemos necesitar. Partiremos después de la ceremonia de gracias pasado mañana. Puedes llevar a tu escudero, si quieres.- me dice, envolviéndose más en el chal.- Supongo que será un viaje frío. No he ido al Sur en años…-
- Yo me ocuparé de todo.- le digo, y la alegría que me inunda de no abandonarla, de volver al camino, de ser de nuevo un guerrero, es enorme y bienhechora. Tyr es justo y conoce mi corazón: ésta ha sido una respuesta a todas mis angustias y plegarias. Ellyse estará perfectamente a salvo a mi lado, y Tyr me ayudará a sanarla, porque no puede no haber misericordia para una persona tan buena.
La tendré sólo para mí en el camino. Ella asiente, confiando en mí tan dulcemente que se me cierra la garganta, pero cuando desliza los dedos por su escritorcito, sé lo que está pensando.
- Volverá.- le digo, acercándome.- El rey tendrá un montón de cartas que copiar cuando regrese, pero en el Sur deben estar floreciendo los naranjos y las vides. Seguro llegaremos justo a las primeras cosechas. Podrá comer los pastelitos de miel de árbol frescos.- musito, poniéndole una mano en el hombro.
Al fin sonríe. Gracias, Tyr.
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