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    El Guardián De La Calígrafa

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    Jun 6, 2024

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    El Guardián De La Calígrafa
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    1/De cómo Conrad acabó en calzas violeta.

    - No, pero es el colmo, no! Ya cerré, no te voy a atender!-

    - Entonces en vez de limpiar un charco de sangre vas a tener que sacar un cadáver de 150 kilos. Tú eliges.-

    - No te apoyes en el umbral… no toques la mesa! Súbete a la camilla y cállate! Eres intolerable!-

     

    A pesar de sus bramidos, yo sabía que Ferdinand iba a atenderme. Me defendió suficientes veces en el campo de juegos como para saber que es un tipo demasiado decente para dejar a un viejo amigo sangrando en el umbral de su dispensario, máxime cuando no es mi culpa: los caminos estaban francamente horribles con la tormenta, y a pesar de que debería ya conocer el camino a Leyfalia como para recorrerlo dormido, estuve a punto de meterme al lago en medio del vendaval.

    - Al menos la lluvia te lavó las heridas. Por otro lado, probablemente la neumonía te matará antes que una infección.-

    - Gracias por el ánimo, Fer.-

    - Basilisco o cocatriz?- dice, sujetando un broche en la boca mientras se recoge en la nuca el largo pelo castaño. Es tan esbelto que más de una vez lo han confundido con una mujer: cuando algunos novatos brutos han intentado tratarlo como a una, he intervenido, aunque sus habilidades con la espada no son nada mancas.

    - Un dragolich, qué te has creido.-

    - Uhm. Por eso los cortes son en ángulo.- dice, preparado sus agujas cauterizadoras. Con frecuencia que me cure duele más que la pelea.- Voy a tratar de dejarte decente. Ayer Romwen estaba preguntando por ti?-

    - Qué hice ahora?- me quejo mientras que quita la casaca y camisa desgarradas.- Fui, hice el trabajo que encargó Corwin, volví de inmediato, qué más quieren? No perdí nada! No se me murió ningún aldeano…!-

    - Soségate, me estás salpicando!- Ferdinand me enseña la aguja calentada con la que asumo que va a cauterizar mis cortes, y me quedo quieto con un bufido mientras trabaja. He estado mucho más herido de lo que estoy ahora: he visto a Ferdinand y a su equipo traer a algunos colegas de la misma muerte. Le confío mi vida, y no es primera vez, así que lo dejo coser y cerrar mirando por la ventanita del dispensario: notablemente, no hay nadie más.

    El claustro está tranquilo. Las devociones de la noche han terminado: y aunque seguramente el Maestro Corwin debe estar en su laboratorio y Lord Romwen de rodillas en la capilla, el resto de mis hermanos debe estar cenando y relajándose. Las horas de vísperas son de las pocas que tenemos para nosotros mismos, y Ferdinand se está perdiendo la principal comida del día por atenderme.

    En el patio mojado se refleja la luz dorada del refectorio. Casi puedo oler el pancito grasiento de la noche.

    - Deberías dormir aquí esta noche. Te conseguiré alguna poción para que no te mate la cabalgata bajo la lluvia.-

    - No me va a matar un poco de lluvia.- le digo, sintiendo su mano en mi pecho calentarse notablemente. Está usando su magia curativa en mí, y eso que ni ha comido.- Oye, no hace falta…-

    - Cállate ya. No vas a hacer caso, te conozco, y seguro que Romwen llega a buscarte en la mañana. Estaba muy ansioso de hablar contigo, lo vi con el maestro Lucien…-

    Lucien es nuestro maestro de esgrima y maneras: se rumorea que es el hijo bastardo de un alto Duque. He visto reyes menos elegantes que él: quiere mucho a Ferdinand, y ansiaba que fuera diplomático, pero yo siempre fui su desesperación. Si no fuera tan bueno con el mandoble y si Lord Romwen no me hubiera enseñado magia, en la cocina habría acabado pelando papas.

    Lo que no suena tan mal, ahora que me suena el estómago y trato de levantarme con los músculos agarrotados y doloridos.

    - Que te quedes ahí he dicho, Conrad! Te traeré comida.- me dice Ferdinand, quitándose el delantal sucio y lavándose las manos en una jofaina.- Y ropa, no puedes salir así, todo eso está empapado. Ponte una de éstas y espérame.- ordena, lanzándome una túnica de tela de saco y saliendo envuelto en una capa. Aún llueve afuera, y aunque me gustaría desobedecerlo, mis rodillas no me dejan.

    Oigo las campanadas del fin de vísperas antes de que Ferdinand regrese: su magia está haciendo efecto, y estaba adormilándome en una de sus camitas, en las que tengo que doblar las rodillas para caber bien, cuando al fin regresa, el pelo mojado por la lluvia pero una bandeja tan grande en las manos que tiene que abrir la puerta con el trasero. Debe estar el hermano Jon en las cocinas, porque nos mandaron caldo, pan, fruta, picadillo y patatas con salsa y frituras: hace unos años, me mandaron a sacar a un demonio menor que atormentaba el pueblo de sus padres, y Jon nunca lo ha olvidado.

    Trago como cebón mientras Ferdinand mastica una ciruela, mirándome con afecto. Orgullo profesional también supongo, porque las heridas ya están cerrándose y puedo estar sentado devorando sin mayores molestias.

    - Come o me como tu pan.-

    - Cómetelo, Conrad, te hace falta.- me dice con dulzura.- Le avisé a Hayden que habías llegado, te traerá tu ropa en la mañana. Preguntó si no había tenido problemas en el camino: ha habido historias con salteadores…-

    - Tú crees que un salteador me va a dar problemas a mí?-

    - Supongo que es para saber si hay uno menos. Se rió cuando le hablé del dragolich.- me dice, sacudiendo la cabeza, soltándose la melena para secársela ausentemente.- Romwen y los maestros parecen pensar que a ti, a Lester, a Bertram, pueden tirárselos a lo que sea y van a volver caminando, como soy yo el que tiene que coserlos luego…- agrega con una leve irritación que no le conocía. Ferdinand siempre ha sido el más dulce y obediente de nosotros: escucharlo criticar a los maestros es tan raro.

    - Tú crees que nos entrenaron para vernos bonitos? Es un trabajo. Es mi trabajo, no diferente a ti lavando vendas.- le digo con ligereza: esa sopa siempre me devuelve el buen humor.- No te acuerdas de las lecciones? “ El trigo piensa que es destruido, sin saber que la piedra y el fuego son necesarios para llegar a pan: el cardo no es una rosa, pero alimenta al herbívoro y da vida en vez de existir sólo para belleza…?”-

    - Tú eres el cardo en este símil, verdad?- Ferdinand se recuesta en una de las camas vacías, aún comiendo la misma ciruela en lo que yo he vaciado la bandeja. – No me interesa que te coman. Y es tercera vez que vuelves con más sangre afuera que por dentro.-

    - Perdón por no ser Bertram y matar demonios sin traspirar.-

    - Oh, duérmete, maldito seas!-

     

    *************************

     

    Hayden llega al amanecer con mi ropa: me conoce bien, y me ayuda a vestirme mientras Ferdinand va a los maitines. Incluso me trajo leche y un bollo de desayuno, e insiste en que lo coma, aunque en verdad debería estar de rodillas con los demás, dando gracias de que estar de una pieza.

    - Lord Romwen te agregó a la lista de gratitudes de hoy.- me dice Hayden, con su habitual talento para leer mentes, sólo una de las habilidades que lo convirtió en el secretario de Milord.- Tú y Lester volvieron enteros, estábamos muy preocupados.-

    - Estarían preocupados por el niño perfecto, a Bertram y a mí que nos coman los pescados.-le digo poniéndome las botas.- Alcanzo a ir a hacer devociones o me vas a llevar del cuellito a ver a Milord?-

    - Te voy a llevar del cuellito.-

    - Hay otra misión? No pueden esperar que Ferdinand me saque las suturas primero? Lo hago yo en el camino a veces, pero tengo una en la espalda que no alcanzo…-

    - No se trata de eso. Creo.- Hayden se rasca el cuello, y se ve incómodo por un momento, él, que siempre era excelente en las clases de Lucien: es un burócrata natural.- Tengo las uñas imposibles de tanto abrir sellos. Han llegado docenas de cartas. No sé qué está pasando, pero habían varias con sello real. Se ha pasado noches en blanco escribiendo respuestas. Y no me las dicta, las escribe él mismo…- suspira.- Supongo que quiere interrogarte por lo que hayas visto en el camino. Tuvo a Bertram dos horas con él la semana pasada.-

    - Y el antipático no contó nada.-

    - Tú sabes cómo es.-

    Si Lester es el clérigo perfecto, Bertram debió haber sido guerrero, no sacerdote. Su reticencia es legendaria: solíamos bromear que un voto de silencio en su caso sería una ventaja y no un sacrificio. Cuando le tomábamos el pelo, simplemente se mandaba mudar, y luego apaleaba al bromista en clase de combate.
    Cuando Bertram te apalea, en el suelo te quedas, sin más ganas de chistes. Pero nadie puede poner en duda su devoción y su vocación de ayuda: ha defendido pueblos completos él solo.

     

    Hayden me interroga sobre el dragolich en el camino, pero no es el combate lo que le interesa, como Bertram me preguntaría. Hayden disfruta nuestras historias sobre posadas, pueblos lejanos, costumbres raras, vestimentas, paisajes y sí, mujeres. Hace unos años le traje un grabado de las montañas del norte, y aún lo tiene colgado en la oficina: pero Lester, que ha ido más lejos, le trajo una vez un dibujo de una mujer exótica del Imperio, y creo que lo tiene colgado en su habitación.

    Pobre Hayden. Sus talentos lo fijan aquí tanto como a mí me mandan a patearme caminos, pero es la voluntad de Tyr.

    Lord Romwen es el mayor de todos los maestros, pero no es un abad: en sus años, fue un diplomático y un viajero, y cuando era muy joven fue parte de la corte del Rey Darion. Dicen que era muy coqueto y audaz, más un bardo que un clérigo: dicen que sedujo a una princesa de Iram, que vivió años en el Imperio, que ha viajado hasta el Otro Mar. A veces, en las noches de fiesta, canta unas canciones preciosas en un idioma que no conozco con la guitarra, pero aunque no entiendo estoy seguro que son canciones de amor. Pero a diferencia de Corwin o Lucien, Romwen dirige nuestras misiones y actividades fuera de la abadía, y es quien nos manda a combatir.

    Sé que cada vez que alguno no vuelve, se le parte el corazón. No somos tantos: hay once activos, en este momento, aunque supongo que este año se graduará media docena más. Wolfang, el mayor, está a punto de completar sus diez años, y todo lo que quiere es ser un abad que cultive lechugas. Lester sueña con algún cargo diplomático: no tengo idea qué querrá Bertram. A mí me quedan seis años aún, pero la idea de dejar de viajar y estacionarme a… no sé, me da escalofríos.

    - Conrad.- Romwen sale de la capilla, y al verme ahí con Hayden hace un gesto de asentimiento.- Gracias a la Misericordia que has vuelto sano y salvo.-

    - Tiene más costuras que un corsé.- dice Ferdinand, que viene detrás de milord, pero no le hacen caso, y Hayden me empuja a seguir a milord hasta llegar a su oficina. Tiene vistas al jardín: es muy bonita. Una mirada de milord a Hayden lo tiene trayendo una bandeja con tazones de té y luego retirándose discretamente: qué es tan serio que no va a estar en un rinconcito tomando notas?

    - Qué hice ahora?- pregunto con un suspiro. Me he portado bien: tengo fama de bruto y de que no me importan demasiado los idiotas que se crucen en el camino de bestias, demonios y magos, pero no se me ha muerto ningún aldeano recientemente.

    - Nada, Conrad. Lamento dejarte tan poco tiempo de descanso, ciertamente. Pero necesito que empieces a prepararte para tu nueva misión, que es posiblemente la más importante que has tomado.-

    - Hay otro dragolich?- gimo.

    - Vas a viajar a Haender. A la corte de Dario.-

    Me enderezo en la silla. Atravesar Jion! Nunca he estado en la capital!

    - Qué voy a ir yo a hacer a la corte?-

    - El rey Dario me ha pedido un guardaespaldas. Vas a proteger a una persona de alto rango.-

    Ay, no.

    - Pero si Lester habla cinco idiomas y además es bonito. Encajaría mucho mejor en la corte que yo. Yo no tengo talento para esas cosas…-

    - Es la voluntad de Tyr, Conrad.-

    - No puede ser voluntad de Tyr que después de años de entrenamiento me manden a tomar el té y a hacerle mimos a algún tipo perfumado!- protesto, lo que me va a ganar unas devociones, estoy seguro.- Que no tienen guerreros allá? Cómo no van a haber guardaespaldas? Hay mercenarios bajo cada piedra, hay…-

    - Conrad, pidieron un clérigo porque es alguien de muy alto nivel. Y tienen que tener cuidado con su reputación, porque es una mujer.- indica, a lo que se me cae la mandíbula.

    - Por eso no es Lester, verdad? Tiene tanto sentido que manden a alguien feo a quien no le interesan las mujeres!-

    - Conrad… soségate. Van a venir modistos y un barbero, porque tienes que llegar decente a la corte. Lucien te enseñará las maneras que necesitas, y te hablará de las personas de la corte de Dario. Llevarás varias cartas de presentación: Dario espera algunas cosas que le mandaré contigo, también. Pero confío que tomes esta misión con la seriedad necesaria. Es posible que sea la más importante que nunca hayamos tenido.-

    - No puede ser tan importante proteger a una mujer.- suspiro en derrota. Esto es humillante. Soy un clérigo de Tyr, entrenado en las cinco armas, en el sendero de la furia, he aprendido la alta magia divina, soy capaz de parar un dragolich yo solo… y me van a mandar a hacer reverencias y llevar el ruedo de una niña? – Qué le pasa? Alguien quiere envenenarla por tener un vestido bonito?-

    - Es a la Dama D’Arzach a quien vas a proteger.- me dice severamente. Veo que ya he acabado por irritarlo.

    - Dama… Elliot D’Arzach es una mujer?-

    - Es su hermana.-

     

    ***************

     

    Ferdinand festinó con mis bramidos y quejas: Hayden se veía positivamente celoso . Los dos me obligaron a bañarme a fondo para no ofender al pobre modisto, y Lucien convirtió mis días en un infierno, porque aprender la lanza no me costó tanto como aprender reverencias, y las diferencias entre Sus Excelencias, Eminencias, Altezas y demás bobadas. Me tenían de pie en un escabel con alfileres clavados en el trasero mientras el modisto buscaba más tela con la que taparme, repitiendo en voz alta para Hayden los miembros del Consejo Real, cuando oí una risotada y vi a Lester, tan apuesto como siempre con su melena rubia y su sonrisa, burlándose de mí en el umbral.

    - Oh, que te coma un dragón del Imperio, espérate que me pueda mover…-

    - No me río de ti. A mí me toca luego, también necesito trapitos.- dice, palmeando el hombro de Hayden y echándose muy elegantemente en una silla.- Voy en misión al Imperio. Voy a escoltar a la prometida del rey en su viaje.-

    - Fantástico. Al menos vas a ver tierras exóticas. Qué les ha dado por ponernos a cuidar niñas?-

    - El que siendo clérigos no nos las vamos a follar?-

    - Por la cresta, Lester.- dice Hayden, que se ve amargamente celoso de nuestros futuros viajes.- Más te vale ser más delicado cuando estés atendiendo a la princesa!-

    - Por cruzar el mar y conocer Iram, puedo peinar muñecas, sujetar caniches… es mucho mejor que estar persiguiendo tumularios en pantanos asquerosos.-

    - Yo prefiero el tumulario!-

    - Tú deja de quejarte!-

    - La verdad, si no fuera por el mar, te envidiaría.- dice Lester, estirando sus largas piernas. Es tan elegante: vestido con la armadura completa, es igualito a los clérigos de los frescos en la capilla. Yo no, ciertamente.- La Dama D’Arzach… es un trabajo importante, el que te han asignado.-

    - Es bonita?- pregunta Hayden, y luego se tapa la boca. Sabe que no debería preguntar eso: se le ha salido. Lester le echa una mirada en reconvención, pero por cómo no dice nada, me imagino que es un adefesio. Mejor, más fácil de cuidar, si no tengo que estar sacando enamorados de su cama. Dicen que las cortes – todas- son nidos de adulterio y concuspicencia: quizá la mujercita es una suelta, y me llevan no tanto para que la cuide de enemigos, sino que evite que avergüence a su hermano, metiéndose con uno y otro.

    Pero salvar almas no el mío, Misericordia, porqué me hacen esto a mí?

    - No queda más gris. Voy a tener que hacerlos en violeta.- dice el modisto, a lo que Lester frunce los labios con la cortesía de no reírse.

    - Va a combinar bien con tu pelo.-

    - Pero aunque queden apretados…-

    - No se puede, Cler Conrad. Tiene el trasero muy grande.-

    - Mejor tú que yo, el violeta no nos queda bien a los rubios… quizás se ponga de moda.-

    - Que se te caiga la princesa por la borda, en serio!-

     

    Ferdinand es el único que no se ríe de mis quejas: me escucha, y repasa conmigo mis lecciones (cómo es posible que hayan once Duques en una corte?) pero se ve… serio. Esa noche, en que me cuelo al dispensario para llevarle una cerveza en gratitud, lo noto tenso, y algo entristecido.

    - Hoy me hicieron evaluar a los novatos. Aparentemente van a mandar a uno contigo, como escudero. Pensé que iban a mandar a Dyllon, pero parece que será Gertram.-

    - Pero Gertram es más bruto que yo, es de una familia de labriegos. Quieren que se rían de nosotros en serio?-

    - Maestro Lucien lo está preparando. Él al menos se ve feliz de ir.- suspira Ferdinand.

    - Tú te ves menos feliz que yo, y eso que hoy me embutieron en calzas violeta. Estás celoso? Querías ir tú?-

    - No.- dice Ferdinand, y se abraza las rodillas. Quizá la cerveza le ha soltado la lengua.- Pero no quería que fueras tú.-

    - Oh, somos dos…-

    -… esto no va a ser ir, exorcizar un demonio, volver. Esto puede ir para largo.- suspira.

    - No, por favor-

    - Te voy a extrañar.- dice al fin, bajando la vista. De repente se me ocurre que voy a estar al menos a tres semanas de aquí, y aunque nadie ha hablado de tiempo, no creo que me envíen allá por sólo unos días. Lester tiene una misión puntual, que es escoltar a la princesa esa, pero y yo?

    - No quiero ir.- suspiro sentándome en el suelo a sus pies.- Pero… podemos escribirnos. Quizá puedas mandar tus cartas con las de Romwe, algunas incluso puede que las lleven las damas aladas… puedo enviarte hierbas, ingredientes para pociones, novedades de la capital…- empiezo. No me esperaba que Ferdinand hiciera un ruido y apoyara la cabeza en la mía, rodeándome con el brazo.- Eh… Fer? estás bien?-

    - Prométeme cuidarte mucho, Conrad.-

    - De qué? De que me caiga encima un pendón?-

    - Tengo un mal presentimiento.-

     

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