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El GRAN PEZ y el existencialismo

Nov 11, 2025

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El GRAN PEZ y el existencialismo
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[SPOILER ALERT: en este texto cuento el final de la obra maestra de Tim Burton, Big Fish (y si usted en el año 2025 no la vio no es mi culpa…)]

El gran pez es una película hermosa, sugerente, delicada, exquisita. Plagada de alegorías y referencias, podríamos estar un buen rato pretendiendo realizar un examen exhaustivo.

Hoy quiero concentrarme en una de las aristas del tema de la película: la relación padre-hijo. Fundamentalmente en la noción de verdad y mentira que no desarrollaré pero que es nuclear. El hijo le recrimina al padre “la verdad”, aquel le dice que siempre dice la verdad. Él se enoja, pero no entiende. Sólo al final en el hospital comprende el sentido de sus palabras. Y lo hace por un acto piadoso. El padre le ruega que le cuente su última historia, y es maravilloso porque ese gesto transforma para siempre al hijo y le da continuidad narrativa a él. El hijo al comienzo se resiste, pero por un acto misericordioso lo hace. ¿Qué le pregunta el padre? Le dice: “contame cómo sucede”, el otro le dice que no sabe esa historia, que nunca le dijo lo que vio en el ojo de la bruja. Detengámonos en esto porque es maravilloso.

Heidegger y el ser-para-la-muerte

Al comienzo de la película Edward (el padre) cuenta que cuando era niño vio en el ojo de una bruja cómo moriría y que este conocimiento del futuro era su guía en la vida. Deseo vincular este concepto desde el ser-para-la-muerte de Heidegger. La interpretación es delicada, porque según nos cuenta el padre en la película esta certeza de su muerte es lo que intranarrativamente le da aliento y seguridad para resistirse a los peligros pues sabe que “así no es como me muero”. Esto puede verse desde la perspectiva negacionista de la muerte donde inauténticamente se dice “todavía no”, es una muerte no asumida para la que el sujeto sabe que siempre hay más vida en el futuro.

Pero hay otra manera de verlo. Quizás si entramos en el juego de Edward, lo visto en el ojo es lo que términos de Heidegger es el “cuidado” un “anticiparse al final proyectando en medio del mundo”. Fue porque aun hay cosas por hacer, y por qué él sabe que esa no es la muerte que él eligió. La muerte acontece desde el futuro en el presente, es la presencia del final deseado lo que organiza la vida y el tiempo que se calcula que se ha de vivir. Decir que “así no es como muero”, no es una profecía, no es certeza del futuro, es “así no es como yo proyecté morir”. Pero por la propia estructura del Dasein la muerte es incognoscible, siempre está más adelante y no se la puede prever.

Sartre y el en-sí-para-el-otro

Pero en su lecho de muerte el hijo le cuenta lo que el padre vio en el ojo. Esto no es casual, porque la muerte solo puede anticiparse fácticamente cuando ya sucedió. Esto me coloca en la tradición de Sartre acerca del sentido de una obra y de una vida. Para Sartre mientras somos existentes (para-sí) nos proyectamos eyectados hacia nuestros posibles, y mediante nuestra trascendencia significante le damos sentido a nuestra vida (que es nuestra obra personal).

Sartre va a analizar minuciosamente el fenómeno de la mirada. Para el filósofo francés el sentido de lo que somos es centrífugo, se fuga hacia los otros. Pues ocurre que nunca estamos solos en el mundo, sino que vivimos con otros. Pero la presencia de los otros nos fija en su “mirada”.

Cuando actuamos como sujetos legislamos lo que las cosas son, pero delante del otro nos volvemos en un objeto que nos cristaliza en lo que él ve de nosotros. Así lo que somos no es solo lo que creemos o deseamos ser, sino que somos lo que el otro cree o nos dice que somos. Aunque no es todo, y aquí el nudo del asunto, hay una dialéctica entre lo que proyectamos libremente y lo que los otros nos reconocen. Podemos ser Maradona el pedófilo, Maradona el menemista, Maradona el drogadicto, pero también podemos ser Maradona el kirchnerista, el que defiende a los jubilados, el que se tatúa al Che. La potencia significante y trascendente del diez hace que no lo podamos fijar, no por contradictorio en términos atemporales, como si reuniéramos una colección de cosas en una bolsa y no nos podamos decidir, sino porque mientras vivió el Diego se reinventó cada década a sí. Pero… un día Maradona murió y fue el pueblo el que decidió honrarlo a abominar de él. Seremos nosotros los que digamos si fue el que desafió a la corona británica y nos vengó simbólicamente del 82, o el que celoso pinchó a Messi. Y más aún fue la tercera copa, luego de que muriera, lo que reconfigura el lugar de Maradona como mejor del mundo… etc, etc.

La enseñanza que nos debe quedar, es que mientras un sujeto vive puede resignificarse y resistirse a la mirada cosificante del prójimo en una dialéctica sui generis. Pero cuando morimos estamos merced de los otros.

En final del film

Es lo que sucede con Edward. Mientras él vive la muerte soñada se desplaza cada vez más lejos, pero llega un punto donde su final, con un resto siempre pendiente, es totalizado, ¿y quién lo hace? El hijo. Así como Adrián Abonizio dice en la canción homónima “alguien habrá de juntar mis ramas caídas”. Entonces contar quién fue el que murió es solidificar al sujeto en la mirada de los otros. Edward deja de ser para-sí y se convierte en mito. Es el hijo el que en ese gesto totalizante reúne toda la historia del padre y se la cuenta a su nieto, a las generaciones venideras. Por eso la muerte totaliza la vida de una persona, pero esa totalización siempre tiene un resto que fácticamente no puede ser realizado. Son los otros, los que nos totalizan el día en que morimos.

Por eso para regresar al conflicto padre-hijo, es el momento donde el padre muere que el hijo asume su legado. ¿Cómo contar quién fue? En una conversión inesperada el hijo se vuelve guardián del padre, y replica las historias tal como él las narró. Podría no hacerlo, y la mirada sartreana seguiría operando… pero es ese gesto de comprensión lo que hace hermosa la historia: cuando el hijo entiende que es responsable por la historia que debe contar sobre quién fue aquel decide mentir. Solo que en esa mentira se expresa su más auténtica verdad.

Bonchi Martínez

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