Aunque no compartimos tanto tiempo, tu recuerdo se volvió una grieta que aún resuena en mi memoria.
Me diste experiencias nobles, atenciones sinceras y gestos que todavía reconozco como un espejo de lo que jamás supe retribuirte en la misma medida.
Siempre eras quien planeaba, quien se ajustaba a mi mundo, quien buscaba el modo de hacerme sentir importante.
Y yo… me refugiaba en mis proyectos, en mi necesidad de crecer, en la obsesión de poner mi trabajo por encima de todo.
La mayoría de nuestras conversaciones giraban alrededor de mis planes, de mis metas, de lo que quería conquistar.
A veces pienso que convertí tu paciencia en mi espacio de desahogo, como si tu tiempo y tu ternura fueran un recurso inagotable.
Te incitaba a mirar más alto, a cuestionarte, a no conformarte, porque siempre vi en ti un potencial enorme: tu inteligencia, tu calma, tu capacidad de notar cada detalle.
Fuiste quien descifró mis gestos, quien descubrió mis dulces favoritos, la comida que disfrutaba, la forma exacta en que me gusta el café. Eso… eso siempre me desarma, porque es una debilidad que alguien lo sepa.
Y sin embargo, mientras tú entregabas constancia y afecto, yo me guardaba la duda.
No fue que no te quisiera; claro que te quise, claro que te deseé.
Pero mi lógica fue más fuerte que mi sentir.
Analicé demasiado rápido tu vida frente a la mía, y decidí que no duraríamos.
Mi mundo exigente no admitía la quietud con la que me esperabas.
Con optimismo intentabas sostenernos, pero yo ya había previsto el final, incluso antes de empezar.
Aun así, dejé que tus sentimientos crecieran. Te permití ilusionarte, abrirte, creer.
Te hablé de mis temores y luego los apagué con un beso, como si la dulzura pudiera borrar la indecisión.
Y seguí como si nada.
Te condené con mis silencios y mis regresos parciales, hasta que llegó el día que había pronosticado: aquel nublado en que te cité solo para cortar de raíz lo que ya no tenía fuerza.
No te dejé defenderte, no te permití negociar.
Te arrojé la verdad cruda, sin espacio a réplica, y te arranqué las alas.
Aun así, hasta el último instante lo diste todo, incluso un dibujo que guardo en la memoria como un tatuaje invisible.
En él resumiste la condena que te dejé: me confesaste que cada vez que vieras un gato en una ventana, pensarías en mí.
Y lo cierto es que yo también lo hago.
Hoy, cuando esa imagen aparece, me atraviesa la nostalgia.
No por lo que fue, sino por lo que destruí con mi frialdad y mis bloqueos.
Pienso en ti con la amarga claridad de quien sabe que pudo haber sido distinto, pero eligió otra cosa.
Sam, lo lamento.
Te ofrecí una ternura a medias y una despedida absoluta.
Te marqué con un recuerdo que, irónicamente, también me persigue.
Ese gato en la ventana no deja de mirarme, mientras tú lo ves y piensas en mí, yo lo veo y pienso en lo que fui capaz de arruinar con mi frialdad.
En lo que te arrebaté.
En lo que nunca volverá.
- D. Duality -
Carta a Sam
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión