—No llores… calmate, toma asiento, respira, y vuelve a vivir—dijo el hombre, despertando, sentándose en la tierra y respirando hondo—... Creo que esas eran sus palabras, las que me decía cuando era niño… no llores, calmate, toma asiento, respira y vuelve a vivir…
El hombre se puso de pié. Miró brevemente lo que supuse era su madre y volvió a mirarme.
—Lo he intentado todo en estos seis años… me aburrí como no te lo imaginas. Nunca intenté salir de aquí… no quiero. Y te envidio. ¿Cómo es que no lloras la ausencia de alguien? ¿Cómo es que no estás triste…?
—No recuerdo nada. No tengo recuerdos de mis seres queridos. Y eso no me pone triste-respondí, y al expulsar esas palabras de mí boca, sentí un vacío inmenso.
—¿De qué hablas?
El hombre me miró raro unos segundos, y luego se dio la vuelta.
—¿No sientes esa sensación de querer romper la ventana y ver tu humo de problemas escapar? Y levantarte mejor que antes… yo no puedo. Suplico por un mañana mejor… o al menos volver al pasado cuando todo estaba bien—dijo, llevándose las manos a la cara.
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