No me mira.
Refleja.
Pero algo en él sabe
que lo estoy buscando.
Hay días
en que no sé si la que está ahí soy yo
o un recuerdo que se quedó atrapado.
Me observo
no como quien se peina,
sino como quien intenta leer
una carta escrita en otro idioma.
Hay algo torcido.
Una duda en la mirada,
una mueca que no termino de
entender
pero me pertenece.
Pienso:
¿cuánto de mí es esto?
¿y cuánto es lo que aprendí a
sostener
para no romperme?
El espejo no responde.
Nunca responde.
Pero no miente.
Devuelve,
y eso a veces duele más
que cualquier silencio.
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