El eco del jardín vacío

El cielo se ha quebrado en el espejo de mi ventana. ¿Son acaso trozos de la luna o esquirlas de una promesa rota? Anoche aún danzábamos bajo el fulgor incierto de las farolas, y tu mano era una brújula en la niebla de mi alma. Ahora, el jardín se extiende deshabitado, cada hoja un suspiro que no encuentra su eco.

Recuerdo el verano, un dios insolente que nos regaló la risa y el sol en la piel. Éramos dos cometas sin cola, ardiendo sin miedo a la caída. ¿Dónde se esconde ahora ese fuego? ¿Se ha disipado en el rocío de la mañana, o ha sido devorado por la sombra implacable que dejaste a tu paso? Mis ojos buscan tu rastro en el polvo, en el silencio de los pájaros que ya no cantan para mí.

He vuelto a los senderos donde nuestros pasos se entrelazaron, pero solo encuentro la maleza que crece salvaje, ahogando el rastro de la felicidad. Mis brazos se extienden al vacío, a la nada que palpita donde antes estaba tu aliento. El viento arrastra fragmentos de melodías olvidadas, pero ninguna de ellas lleva tu voz. Solo el lamento sordo de la ausencia.

¿Soy acaso una isla en un mar de olvido, o un barco sin vela a la deriva en la noche perpetua? La pregunta arde en mi garganta, sin encontrar labios que la respondan. El mundo sigue girando, indiferente a esta herida abierta, a este corazón que se desangra gota a gota. Pero un día, lo sé, encontraré el camino al país que no es, donde el amor no conoce el adiós y la eternidad se teje con hilos de luz. Hasta entonces, este jardín vacío será mi reino, y el eco de tu partida, mi única melodía.