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    "El Eco de Mayo"

    May 7, 2025

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    "El Eco de Mayo"
    Nuevo concurso literario en quaderno

    Hay algo profundamente verdadero en el hecho de que conocer el mayo argentino o la “Semana de Mayo" no es un simple ejercicio de nostalgia escolar, sino una provocación ética, una interpelación directa al ciudadano de hoy. ¿Qué hacemos con esa historia? ¿La transformamos en feriado largo o dejamos que nos modifique el carácter, que nos convoque a una tarea más honda? Porque si de algo nos habla ese mayo fundacional, es de una rebeldía que no fue capricho ni antojo, sino conciencia. Conciencia de un pueblo que decidió no esperar más, que eligió hablar cuando lo prudente era callar. Esa es la tradición que vale la pena honrar.

    Por aquellas semanas, hace ya doscientos quince años, los periódicos que llegaban desde Europa traían noticias que, sin proponérselo, parecían darnos una mano. Napoleón había arrasado con la corona española, y ese hecho encendía en el corazón de los criollos una llama nueva, poderosa, sin nombre claro aún, pero que ya no se podía apagar. ¿De qué se trataba? El virrey Cisneros, en un intento torpe de reafirmar autoridad, mandó a pregonar una proclama en la que anunciaba su disposición a luchar en defensa del rey cautivo, y hasta a unir fuerzas con otros virreyes de América si era necesario. Pero esa movida solo logró una respuesta inesperada y visceral del pueblo: el germen de un proceso que no volvería atrás, y que, en mi caso, también fue el génesis de una pasión: la escritura, la historia, Argentina. No sólo ser, sino siempre también parecer argentino.

    Y es que, como bien dice Felipe Pigna, “a medida que los porteños se fueron enterando de la gravedad de la situación, fueron subiendo de tono las charlas políticas en los cafés y en los cuarteles”. Todo el mundo hablaba de política y hacía conjeturas sobre el destino del virreinato, pero esa efervescencia no era anecdótica, era el motor. Había una voluntad de opinar, de intervenir, de dejar de ser espectadores para convertirse en protagonistas. En 1810, lo que se discutía no era un tecnicismo legal sobre la legitimidad del trono español, sino algo más radical: ¿quién tiene derecho a decidir? Y fue la gente común, no las élites ilustradas ni los escribas del poder, la que empezó a entender que no se trataba solo de cambiar autoridades, sino de cambiar el modo de estar en el mundo.

    Ese espíritu es el que urge recuperar, porque aquella rebeldía no fue destructiva sino todo lo contrario, fue constructiva. No se definía por lo que odiaba, sino por lo que soñaba. No se trataba de destruir al rey, sino de construir una patria. Y en ese matiz se juega una diferencia crucial: hoy abundan los que gritan contra todo, pero escasean los que proponen algo. En cambio, nuestros antepasados, aun con sus contradicciones y miserias, sabían qué querían: ser dueños de su destino. Nosotros, ¿queremos lo mismo? ¿O nos resignamos a ser usuarios de un país administrado por otros, consumidores de una república en cuotas?

    La historia, esa señora terca, todavía nos habla. Lo hace en voz baja, entre líneas, como un eco de mayo. Y a quien se detiene a escucharla le dice, sin rodeos: “Argentino, no naciste para obedecer sin pensar. Rebelate, pero con sentido. Opiná, pero con historia. Soñá, pero con coraje. O callá, y dejá que otros escriban tu destino.” Porque el olvido, a diferencia de la muerte, no deja cuerpo: deja una república vacía. Y el silencio —ese que nos venden como prudencia— es la forma más cómoda de la traición.

    La grandeza de la Argentina no nació de un milagro ni de un caudillo iluminado. Nació de una comunidad que se animó a hablar. Que discutía en los cafés, que organizaba cabildos, que se atrevía a imaginar un “nosotros” todavía inexistente. Esa fuerza no desapareció. Duerme. Pero si despierta, es imparable.

    Por: Giunico.


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