El eco de lo escrito
May 20, 2025
A veces, lo que escribo me avergüenza.
No porque no sea honesto,
sino porque al releerlo,
me enfrento a quien fui cuando lo escribí.
Hay una punzada extraña en el encuentro con mis propias palabras.
No es vergüenza en el sentido común del término.
Es más bien un roce incómodo con una versión anterior de mí,
alguien que ya no está,
pero que dejó huellas en forma de frases urgentes,
casi desesperadas.
Esos textos no fueron escritos con calma;
fueron nacidos del impulso,
de la necesidad de entender,
de poner en orden un mundo interno que se desbordaba.
Eran súplicas disfrazadas de reflexiones,
intentos de atrapar algo que parecía escaparse entre los dedos:
sentido, cierre, alivio.
Y entonces me surgen las preguntas.
¿Era necesario decirlo así?
¿No bastaba con sentirlo en silencio?
¿Qué pensará de todo esto la persona que seré mañana, dentro de un año, dentro de una década?
Pero tras el juicio inicial llega la comprensión.
Porque lo cierto es que cada palabra fue genuina.
Cada línea, aunque hoy me resulte ajena,
fue una expresión sincera de lo que viví.
Lo escrito no pide permiso para existir,
ni necesita justificarse.
Solo es.
Es fácil ver el pasado con la mirada sobria del presente,
pero olvidar que entonces esa era mi verdad,
sería injusto.
Escribir, al fin y al cabo,
no es solo una forma de comunicar.
Es una forma de ser.
De sostenernos cuando todo lo demás se tambalea.
Las palabras que dejé atrás
no necesitan excusas.
No piden aprobación.
Solo existen,
como testigos del tiempo y del alma que las habitó.
Y sé que cuando vuelva a encontrarlas más adelante,
no las juzgaré con dureza.
Las miraré como se mira una fotografía antigua:
con una mezcla de ternura, extrañeza y gratitud.
Porque incluso si ya no soy quien las escribió,
gracias a ellas llegué a ser quien soy.
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