Cuando tenía 8 años vivía en una casa muy grande. Vivían ahí varias familias con otros niños como yo. Los sábados a la tarde nos juntamos todos para jugar, ese día jugábamos a las escondidas. Cómo éramos varios las rondas eran rápidas. A medida que nos encontraban nos íbamos sentando uno a uno en la escalera. Al frente de la escalera estaba una de las cocinas con uno de esos ventanales grandes. Recuerdo que la luz estaba apagada pero empezó a prenderse y apagarse la luz muchas veces. Nos miramos unos a otros sin comprender lo que pasaba. Uno de los niños más pequeños empezó a gritar "mírenlo es un viejito chiquito" mientras señalaba la puerta de la cocina. De repente empezamos a gritar sin comprender nada. Y fue entonces cuando lo ví. En efecto era un viejito chiquito. Muy chiquito, podría montar a un gato. Este ser se asomaba desde la puerta, nos miraba y se volvía a esconder. Tenía ropa muy viejita y un gorrito café. Se estaba divirtiendo, estaba jugando como nosotros y nosotros corrimos despavoridos cada uno para sus habitaciones. Le conté a mis padres lo que ví y no me creyeron. A ninguno de los niños nos creyeron que vimos un duende.
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