En uno de estos últimos días, yo iba caminando por el mismo sendero, misma ubicación. Recuerdo algo así como que me venía replanteando qué tan necesarias son las cosas por las que estaba tratando de sostener. El cansancio me sofocaba, la falta de cafeína, la desintegración de la esperanza. Era como si el cuerpo anticipara un final inevitable.
Algo dentro de mí se ahogó. Ya no me salían fuerzas. Traté de racionalizarlo, ya no lo ocultaba, pero otra vez fue como oír campanadas ensordecedoras.
Ahí viene la muerte. Ahí viene la muerte.
Pasé días sin tratar de fingir ceguera. Nadie lo sabía. Ahí estaba de nuevo, la expulsión de todo el sistema, de todo lo que a mí me prometía algo en lo que confíar, realmente ya no lo era, venidas de la voz... tenía que ser, sí, de una mujer. El dolor que vino después, esas palabras de la representación de todo lo que venía obligándome a empujar a convertirme en aquello que siempre critiqué: la insensibilidad hecha persona, el cinismo enemigo de los que no cumplen con el éstandar del óptimismo, porque tienes que soportarlo todo, ellos son la autoridad, y tienes que verte fuerte. Jamás débil. Ser débil es de marica.
No sé si es correcto afirmar que fue el punto de quiebre. Estaba buscando una excusa. Una puta excusa para llorar. Todo el mundo se detuvo, más bien, tuve que detenerlo forzadamente, porque el mundo no iba a detenerse sólo porque yo no me había anticipado a la caída. También lo emperó el hecho de ver de más. Todo lo demás simplemente lo amplificó. El sentimiento de insuficiencia. La ausencia. La cara oculta de la autodestrucción que se empezó a asomar en mí que me decía que tenía acabar con todo. Incluso, conmigo. Tenía esas dos personas y yo en medio de ellas, observando como una aún amaba.
¿A quién? Oh, diablos... También eso podría caer tarde o temprano, y temí por todo eso. Realmente no hay futuro, para ninguno.
Veo eso y es como joder, no puedo con esto. Con lo que ellos piden, con la furia con la que te defendiste, en ver como el valor sólo se traduce en unos números. Nada sana, nada crece. El arte no es suficiente. El mundo es una maldita perra.
Ahí viene la muerte. Ahí viene la muerte.
Me dolió recordar como la misma nada estaba ahí, acompañándome. Nadie. Porque... ¿quién jodidos lo entendería? Hablo en claves, en símbolos, donde no existe ningún ente que pudiera comprender como es habitar este cuerpo, este hastío, el pesar de la insuficiencia, en como te ocultas para preservarte y sobrevivir, porque cuando para ellos es demasiado fácil elegir marcar distancia cuando les hablo, es porque ellos tiene con qué y con quienes. No. Ellos no pueden comprenderlo.
Cómo explicar que tenía demasiado en mí, en el lugar equivocado, en el momento equivocado, pero que nadie es capaz de poder quitarse la duda de quién soy realmente.
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