Hay una forma de dolor que no se manifiesta con gritos ni con lágrimas. Es una punzada callada, constante, que nace en el pecho cuando uno se enfrenta a la verdad más dura: no saber amar como se desearía.
No es que no sienta. Al contrario, lo que habita dentro de mí es inmenso, desbordante, tantas veces inexplicable. Pero hay una distancia infinita entre sentir con intensidad y saber cuidar, saber dar, saber estar. Y es allí donde tropiezo. Allí donde me quedo corto, aun con los brazos extendidos.
Tú, en cambio, pareces haber nacido con el alma entrenada para el amor. Hay una paz en tu forma de estar, una ternura involuntaria en cada gesto tuyo, como si amar no fuera un acto, sino tu estado natural. Yo te he visto sostener sin palabras, consolar sin prometer nada, y dar sin esperar un eco.
Y mientras tanto, yo solo sé mirar. Mirar con admiración, con una tristeza que no me abandona, con una devoción que nunca se atreve a reclamar lugar. Me gustaría tener la certeza que tú tienes, esa que no necesita aprobación para amar. Me gustaría tener tu equilibrio, tu suavidad, tu fuerza invisible.
Pero no la tengo.
Lo que tengo es este amor que no sé cómo mostrar. Que se me enreda en la garganta cuando intento hablar. Que se convierte en torpeza cuando quiero acercarme. Un amor que a veces parece más una herida que una bendición, porque está lleno de dudas, de miedos, de silencios que me devoran por dentro.
Y eso duele. Duele saber que no basta con sentir. Que hay personas como tú que merecen un amor claro, firme, limpio… y yo solo tengo esta maraña de emociones desordenadas, este deseo de ser más pero sin saber cómo.
Hay noches en las que me repito que lo importante es el intento. Que amar con honestidad, aunque sea a tientas, también tiene valor. Pero hay otras —las más largas, las más frías— en las que me pesa el alma de tanto desear ser distinto. De tanto desear ser suficiente para ti.
Porque tú no mereces este amor incierto. Mereces un amor que no dude, que no tiemble, que no se esconda. Mereces un amor que sepa estar a la altura de tu luz, de tu bondad, de tu calma. Y yo… yo solo puedo ofrecerte este amor que admira desde abajo, que tiembla al pensar en acercarse demasiado, que se castiga por cada cosa que no sabe darte.
Y aun así, no dejo de amar. No dejo de imaginar un mundo donde aprendo a amar como tú. Un mundo donde mis manos ya no tiemblan, donde mis palabras no fallan, donde mi amor no es un riesgo sino un refugio.
Tal vez nunca llegue ese día. Tal vez el dolor de no saber amar me acompañe siempre, como un recordatorio de todo lo que deseé ser por alguien como tú. Pero si alguna vez notas que alguien te miraba como si fueras lo más bello del mundo, sin decirlo nunca… era yo.
Y aunque me duela, aunque me queme, aunque me duplique el silencio, seguiré amando. No como tú mereces. No como tú lo haces. Pero con toda la verdad que habita en mí.
Ese es mi castigo. Y, al mismo tiempo, mi ofrenda
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión