El Dios perro
Parte 1
El Dios Perro era un guerrero bastante fuerte, gracias a él, su reino natal pudo hacerse con el territorio del reino rival. Su desempeño en el campo de batalla era extraordinario, su estilo era único y salvaje, similar al de un animal.
Debido a esto, en sus comienzos se ganó el apodo de “Perro Salvaje”. El reino de Flood fue recuperando partes de su territorio, por lo cual sus habitantes y los nobles podían permitirse vivir mejor y prosperar de una forma más estable. La tierra del reino, en su mayoría, no era apta para el cultivo ni para producir alguna fuente constante de alimento. En época de lluvias, los niveles del agua subían demasiado y, al estar cerca de ríos que se desbordaban, sufrían inundaciones.
El nivel del agua era tal que anegaba los cultivos, aun aquellos adaptados al clima. Incluso el propio reino estaba construido sobre una gran plataforma que servía para prevenir inundaciones dentro de los hogares, siendo la pesca su única forma de conseguir grandes cantidades de alimento.
Pero, aunque lograban pescar, existía un problema. En las aguas se escondía un depredador, un monstruo que, al sentir perturbaciones, emergía para capturar cualquier cosa que encontrara. Variaba de tamaño, pero siempre tenía un aspecto aterrador, con múltiples tentáculos rodeando una enorme boca de dientes afilados. Sin embargo, no mordía, su única manera de atrapar a sus presas era con esos tentáculos, intentando hundir a sus víctimas.
Fue hasta que el soldado conocido como Perro Salvaje comenzó a popularizarse en el reino que, en cada batalla que se libraba, siempre destacaba por sus victorias. Poco a poco recuperaron y conquistaron nuevos territorios para que su gente pudiera subsistir. Cuando el reino rival se dio por vencido, hubo una gran celebración, todos los habitantes estaban de fiesta.
Sin duda alguna, el Reino de Lendo prosperaría gracias al Rey y al Perro Salvaje. Aunque todo acabaría para este último. El Rey cometería un grave error, al ver su triunfo y todo lo que había logrado, fue invadido por un miedo profundo a perderlo todo. Temía ser traicionado, temía ser asesinado. Así que planeó deshacerse de todos aquellos que representaran un peligro. En el camino eliminó a varios nobles que no tenían relación de sangre directa con él y, por supuesto, también al Perro Salvaje.
Un día, sin que nadie lo esperara, el Reino de Lendo acusó de traición a todos estos nobles y a los involucrados, siendo encarcelados en las mazmorras del castillo. De esta forma quedaron aislados de sus familiares, y aquellas familias que protestaban o intentaban hacer algo eran ejecutadas de igual manera.
Aunque era conocido como un salvaje, tenía una familia. Una esposa de su misma edad y una hija en camino. Pero ahora nunca más podría verlas. Las mazmorras no implican un simple encierro, era algo mucho peor.
Los guardias o el verdugo se dedicaban a torturar a los prisioneros. Las torturas dependían de quién las aplicaba, no existían límites en qué tan crueles podían ser. La única regla que tenían era no matar a los prisioneros.
Cuando pasaron quince años, la mayoría de los nobles acusados de traición se encontraban muertos, algunos no soportaron la tortura, aquellos que expresaban su dolor eran los más castigados, cuanto más gritaban, más disfrutaban los verdugos, y mientras menos quejidos emitían, más los dejaban en paz de los castigos más fuertes.
Aunque ya tenía treinta y siete años, su complexión seguía siendo la de alguien fuerte, con músculos bien definidos y un cuerpo resistente, propio de quien había sobrevivido más de lo que había vivido. En las mazmorras, lo único que podía hacer era comer, dormir y ejercitarse. Con el tiempo, los verdugos lo habían olvidado, al no expresar dolor, ya no les resultaba satisfactorio castigarlo.
Los guardias, que rotaban con frecuencia, comenzaron a hablarle, al saberse que era el famoso Perro Salvaje, muchos sentían curiosidad por saber cómo podía ser tan fuerte. Le tenían respeto, de cierta forma, aunque nadie estaría dispuesto a liberarlo. Los días eran un ciclo, despertar, comer, ejercitarse y dormir. Sin embargo, seguía pensando en su pequeña familia, ni un solo día dejó de hacerlo, y de ahí sacaba fuerzas para seguir adelante.
Cada día esperaba una oportunidad para escapar. Al comenzar a llevarse bien con los guardias, algunos le pedían consejo sobre cómo volverse fuertes, y él, para seguirles la corriente, les daba una especie de entrenamiento. Los guardias nunca llevaban armas en la mazmorra, al menos aquellos que rondaban, por precaución.
Ahí fue cuando empezó el inicio del plan. El guardia, bastante joven, tenía un cuerpo muy delgado, su piel era pálida y no era muy alto. Lucía como un adolescente o un joven desnutrido. La armadura que llevaba parecía costarle demasiado. Ese guardia era quien solía buscar al Perro Salvaje para pedirle consejos.
Durante un entrenamiento, le hizo entender que, sin una espada u otra arma, no podía practicar adecuadamente, ya que no ganaría experiencia al blandir una hoja con sus técnicas. Al haberse generado confianza entre ambos, llegaría el día en que aquel joven guardia llevaría una espada a escondidas.
Cuando se encontraban practicando como de costumbre, al corregirle la postura al blandir la espada, aprovechó para noquear al guardia. Tomó la espada y, con gran habilidad, rompió la cadena oxidada que tenía en los pies. Con el cuerpo completamente liberado, se dispuso a escapar de las mazmorras.
No lo tendría sencillo. Había muchos guardias y, al alertar a alguno, todo el castillo sabría de la situación y enviarían a los más fuertes para detenerlo o matarlo, junto con el resto de soldados. Lo único que le quedaba era salir y alertar a todos, ya que las mazmorras solo contaban con una entrada y una salida para prevenir accidentes. Era escapar o morir, no quedaba otra opción.
Lo primero que hizo fue incapacitar a los demás guardias del piso en la mazmorra, liberó a los pocos prisioneros para armar un alboroto y tener más posibilidades de escapar. Al cruzar la primera puerta con las escaleras, fueron subiendo piso por piso, recolectando armas e incapacitando a más guardias. La mazmorra tenía una altura de diez pisos, en cada uno había ciertos prisioneros, los más peligrosos sin duda eran enviados al último piso.
Cuando iban por el piso seis, un guardia los observó a media escalera, corriendo para alertar a sus compañeros del piso, lo que provocó que se activara la alarma.
La alarma reveló todo su plan, los guardias de inmediato comenzaron a subir y a cerrar las puertas. Al tratarse del temible guerrero apodado “Perro Salvaje”, no podían tomárselo a la ligera, era un hombre peligroso y extremadamente fuerte, considerado uno de los más poderosos del Reino.
Les tomó más tiempo abrirse paso a través de los pisos, las puertas cerradas eran bastante duras de tumbar, pero con tiempo, entre todos los prisioneros lograron derribarlas y continuar subiendo. Al llegar a la cima, algunos prisioneros salieron como locos, deseando la libertad. Inmediatamente, una lluvia de flechas los atravesó, matándolos al instante.
El escenario era desfavorable, muros enormes impedían salir por los lados o intentar escalarlos. El pasillo que se dejaba ver era una rampa que iba subiendo, limitando la vista de la cima, además el sol se reflejaba e impedía ver con claridad a todos los soldados apostados arriba y a lo largo de los muros. Cuando las nubes taparon el sol, se logró apreciar la enorme cantidad de soldados desplegados en la salida de la mazmorra.
Eran alrededor de doscientas tropas, todas con la orden de matar al Perro Salvaje. No tenía escapatoria, aun así no se las dejaría fácil. Lucharía por sobrevivir o tal vez por la necedad de tener una muerte digna. La ventaja era claramente de los guardias, arqueros en la retaguardia junto a magos, posiblemente para apoyo con sanación o hechizos de ataque, y en el frente numerosas tropas con espadas y escudos.
—Todos aquellos que quieran vivir regresen a las mazmorras de inmediato—. Fue el capitán quien gritó aquellas palabras, se escuchaba como alguien adulto y sereno.
Algunos prisioneros, presas del miedo, sin pensarlo corrieron en dirección de regreso para refugiarse, mostrándose dóciles.
Los soldados no atacaban aún, esperaban algo, la situación se sentía muy tensa. El primero que hizo un movimiento fue un prisionero bastante delgado y alto, parecía estar loco. Su ataque impactó en un escudo y fue apuñalado a la altura del codo, cayendo al suelo y gritando de dolor. Con ese acto, los demás tomaron la iniciativa.
Uno a uno iban cayendo los prisioneros, las flechas impactaban, al igual que los hechizos por parte de los magos. La escena lo llevó a sus recuerdos, cuando era un soldado en batallas bastante crueles. Aquel hombre, ya viejo y lleno de coraje, tomó una espada del suelo, para así tener una en cada mano. Adoptó su pose de ataque, los soldados tenían noción de lo que iba a suceder, sentían miedo, pero no podían abandonar sus puestos.
Parte 2
Alguien disparó la primera flecha, tal vez por error, ya que solo fue una y nadie más disparó, sin embargo, la flecha fue fácilmente esquivada. Pocos lo sabían, pero el Perro Salvaje se llamaba Nate, al igual que pocos sabían que era capaz de utilizar magia de viento. Gracias a esto, podía esquivar las flechas al desviar su trayectoria y el punto exacto de su cuerpo donde iban a impactar.
Nate adoptó la pose que lo hizo muy popular entre los Reinos, colocándose en cuatro patas, como si se tratara de un animal salvaje. Puso una daga en su boca y empuñó sus espadas. Las que tenía en las manos las lanzó al aire y se mantuvieron levitando gracias a su magia.
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