No hay nada seguro más que el odio que mi cerebro se esfuerza arduamente en comprender. Vuelvo a las mismas conclusiones: no tiene sentido. No logro ver en qué momento fui un villano que merece ser vengado y enterrado en un cementerio.
Me ataste al limbo que existe entre los espíritus y la vida, en uno de tus lugares más oscuros y favoritos para cometer crueldades. Me ataste a la muerte, pero, por mucho que haya sido el daño provocado, no tuviste en cuenta que convivo con la muerte: va conmigo a todos lados. No te diste cuenta; supongo que es un error de un niño que está dando sus primeros pasos. Podés dejar un muerto que velen en mi pecho, pero no vas a poder destruir mi centro, mi energía vital que me lleva a buscar cómo sobrevivir con la muerte a mi lado.
¿Es posible que no prestaras atención a que la muerte es mi amiga desde hace 16 años, siendo este uno de mis relatos favoritos? Pasé más tiempo con ella a mi lado que con su ausencia.
Recuerdo mi primera conexión con la muerte. Creo que iba al jardín, habré tenido ¿cinco años? Dormía con mi madre por miedo y golpearon la puerta a la medianoche un día de abril —si no me falla la memoria traumática—: una joven de 18 años cubierta de sangre contaba que una de las personas que más desprecio iba de camino al hospital, luchando por prenderse del hilo de la vida. Ojalá no lo hubiera hecho y ahora recordara ese día solo como un evento traumático y mi primer encuentro cara a cara con la muerte.
Los velorios, como eventos sociales, llegaron unos años más tarde. Es increíble que no hayas prestado atención a mi conexión con una energía que para mí es de renovación, que te permite sepultar los dolores y probar algo distinto, vivo. No quiero sonar hostil, aunque yo sea tu enemigo y me odies; fue muy tonto de tu parte no contar con el hecho de que habito la muerte y la esperanza con la misma fuerza.
Las personas que más amé se murieron: los vi en un cajón y después siendo enterrados metros bajo tierra, quienes me cuidaron de los dolores a los que la vida me exponía. Aprendí muy joven a despedirme de lo que más amo. Te pregunto: ¿no te parece tonto intentar atarme a lo que me acompaña desde prácticamente mi nacimiento?
No conozco la calma; solo sé de caos, violencia y muerte. Mi vida siempre fue eso: intentaste atarme a mi cotidiano. Ya te lo dije, me criaron para sobrevivir; no fui entrenado para ser fuerte, esa fue una enseñanza que decidí tomar. La tortura psicológica me enseñó a no tener miedo a lo que un niño enojado pueda provocar con sus peores intenciones. No estoy solo: tengo muertos, tengo amigos y, sobre todo, me tengo a mí y la muerte me acompaña.
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kurukiva
Soy un chico simple, me gusta escribir sobre la tristeza, la nostalgia y el amor.
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