Papá es mi superhéroe pero no se parece a los de los libros, él me lleva a pasear a la playa, me lleva a caballito cuando vamos al centro pero al mismo tiempo no entiendo porque le grita a mamá, porque le dice cosas tan feas. Tal vez tenga razón y ella se equivoque… eso pienso, porque necesito creerlo.
Hace unos días me enseñó a andar en bici. Recuerdo el golpe contra el álamo, y su fastidio al verme caer, igual me dijo que para ser nena soy muy fuerte , cuando me dice eso es como una medalla invisible
Hace una semana atrás con mamá discutieron otra vez. Sé que es por mi hermanito, aunque nadie lo diga. Mamá llora porque el bebé desapareció un día en que papá se enojó. Él repite que de todas formas no lo iban a poder cuidar. Pero eso es mentira. Yo sí podría haberlo cuidado, como cuido a Nejo y a Martina, mis muñecos, inclusive los llevé escondidos en la mochila hasta la escuela muchas veces y nadie se enteró.
Es que con ellos me siento más segura. Me parece que hay un bicho en mi interior, cuando tengo miedo es porque está mordisqueándome despacio y si estoy sola es más malvado .
La escuela por momentos me gusta. La seño Marina es muy buena y tiene nombre de sirena. Me cae bien porque lee cuentos y porque es la mamá de Meli, ella ¿se acordará de mí?
Cuando estábamos en el jardín juntas me daban cosquillas por el cuerpo: sus ojos tienen el color del mar a la mañana y su pelo es amarillo como el sol,eso gusta mucho, es diferente a mí y a todas las nenas. Es la nena más linda.
Un día escribí su nombre en mi cuaderno pero me dio vergüenza y lo tapé con mi lápiz naranja, el que más quiero. Ahora, cada vez que lo uso, pienso en ella.
Todo se siente raro, en casa y en la escuela. Las seños se van a reuniones porque “pasa algo” con la plata, lo mismo que escucho murmurar en mi casa. Ayer vi llorar a papá y no supe qué hacer. Hace días que a la noche tomamos matecito con tortas fritas en lugar de comida. No se lo digo a mamá, pero ya no quiero más: me revuelve el estómago y me dan ganas de vomitar.
En la tele aparecen propagandas de Buenos Aires. Allá todo parece brillar distinto, como si la gente fuera más linda, como si la vida encendiera otra luz. Cuando sea grande voy a ir allá. Y cuando vuelva (cuando sea grande como Gabriela, mi vecina) voy a abrir mi propia escuela. Voy a pintar las paredes de colores y voy a poner plantitas, las plantitas hacen que todo sea más lindo.
En mi escuela los chicos no van a poder hacer chistes crueles como los que me hacen a mí, porque duelen. A veces me pegan por lo que digo o porque leo demasiado bien. Nunca entiendo por qué se enojan conmigo.
Igual todos se enojan conmigo. A veces deseo ser grande ya, poder irme lejos y dejar atrás las miradas torcidas. No me gusta que me ignoren, no me gusta no entender cómo juegan los demás, es como si hablaran un idioma distinto.
Papá se enfurece cuando le digo que me pasa eso y más cuando me ve llorar. Entonces me escondo acá, en el fondo, me siento en la hamaca y lloro de espaldas a la ventana para que no me vean. Así no molesto a nadie.
Y mientras me muevo hacia adelante y hacia atrás, me imagino grande, fuerte, con una vida distinta. En mi cabeza las casas brillan como en la tele, las personas sonríen y yo ya no tengo miedo. El viento me da en la cara, cierro los ojos y pienso que, algún día, voy a aprender a volar tan alto que nadie podrá alcanzarme
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