Dormía. Pero el insomnio me dio un beso en la frente y me despertó con el ruido.
Quise sacármelo de encima, cambié de posición en la cama, me volví a tapar, pero no hubo caso. Esa muestra de cariño no podía esperar hasta que sonara la alarma.
Asique aunque no entendí al principio y me sentí ofuscada por la interrupción del sueño, luego, comprendí y agradecí ese gesto.
La primera línea fue áspera y sin vueltas: "cuando aceptaste al monstruo, me dijo, te desenamoraste del héroe".
Me quedé mirando al techo durante cinco minutos, tratando de averiguar cuándo fue que le di tanta confianza para que me hablara así.
En otro momento me hubiera llevado al rededor de 12 o 16 sesiones de terapia.
Pero la claridad llega así, en momentos donde parece que no pasa nada, se cuela en algún lugarcito vacío de la mente.
El proceso de aceptar al monstruo no fue fácil ni breve ni lindo. Todo lo contrario, fue difícil, laborioso, me llevó muchos años y me enfrentó con la insoportable resignación de no poder cambiar las cosas ni a las personas.
Pero como todo proceso, una vez que vas asimilando la tarea, mirás hacia atrás y ves lo chiquita que eras, y te comparás con lo grande que sos ahora y el círculo cierra.
Pasé años ocultando esa necesidad de querer sentirme cuidada. Maduré antes de tiempo y aunque nunca quise buscar "culpables", dentro mío siempre rondaban las palabras "abandono" o "incompletitud".
Cuando sos autosuficiente emocionalmente, recibís halagos como si eso fuera una tarea bien cumplida. Y la realidad es que aún siéndolo, la mayoría de las veces necesitamos corroborarnos a nosotras mismas que somos humanas, que necesitamos que nos cuiden y que deseamos sentirnos amadas.
Pero no amadas de cualquier manera. Las mujeres queremos que nos conozcan, que sepan lo que escondemos debajo de la armadura y aún así quieran quedarse.
Seguramente es por eso que metemos todo eso debajo del corset bien apretado. Porque en el fondo tememos que el día que nuestra vulnerabilidad salga a la luz, nos abandonen, tal como a veces hace el monstruo, y tengamos que ir por la vida en busca del irremediable héroe.
Y quizás yo hablo desde el lugar de aquellas que aún no le llevamos flores al monstruo al cementerio, pero también podemos convivir con la certeza de que no llegó ni va a llegar nunca a cumplir ni con las expectativas ni con el rol que el mismo eligió asumir cuando se quiso disfrazar de monstruo.
Cuando más sanaba mi relación con él, mientras más entendía desde el amor, que hizo lo que pudo, que también cometió errores, que yo ya debía "soltar" esa ausencia... más me desenamoraba del héroe.
Me di cuenta que buscaba en él compromiso, el sostén emocional, la complicidad, la legitimidad de ser lo que soy. Una constante necesidad de aprobación.
Cuando dejé de esperar todo eso del monstruo, cuando lo acepté y pude cambiar la perspectiva y correrme del rol de "víctima". Cuando me reí de sus incongruencias, de sus irresponsabilidades, cuando fui piadosa de sus errores y de su incapacidad de amarme como yo hubiera querido o necesitado... al mismo tiempo, me iba alejando de ese amor que tenía por el héroe.
Y no sentí dolor, ni frustración, ni miedo, ni vergüenza ni lástima, porque tampoco fue así como sané al monstruo.
Sentí paz, tranquilidad. Respiré profundo. Me sentí orgullosa de haberlo dado todo y que a partir de ahora ellos iban a ocupar un lugar especial en mi corazón. Debía empezar a darme a mí misma todo lo que ellos no supieron.
Quizas vinieron a mostrarme que la búsqueda incesante empezaba adentro y que el día en que descubriera mi derecho a ser vulnerable, a querer sentirme cuidada, a mostrarme tal cual soy sin dar explicaciones, recién entonces iba a dejar de exigirle al monstruo y al héroe que llenaran mis vacíos, que se pusieran el traje del otro, que se tomaran el tiempo de conocerme, de anotar mis detalles, de aprenderse de memoria mis reacciones...que me cuiden porque lo sienten, y no porque está escrito en el manual de roles.
Y no, no se trata de conformarme con menos. Todo lo contrario. La vara está más alta que nunca, y es gracias a ellos.
Porque me enseñaron a perdonar, a entender, a no juzgar, a soltar y también, cuando hace falta, a ser un poquito monstruo y un poquito héroe.
Entonces, después de todo eso... ¿qué lugar ocupan ahora el monstruo y el héroe?. Tal vez el único posible: convertirse en personajes de un cuento que ya no necesito volver a leer.
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