Es increíble cómo el cuerpo sabe cuando algo está mal. Los brotes, el insomnio, el cansancio sin razón. Todo en mí lo rechazaba, y aun así, yo seguía pensando que la que estaba mal era yo.
“Hace más de 15 días que no hacemos nada”, me dijo.
Le respondí: “Hace más de un mes que me engañás”.
Se quedó callado. No lo negó. No pidió perdón. Solo bajó la mirada. No hizo falta más. No hubo pelea, ni lágrimas compartidas.
Ahí entendí todo.
Desde ese momento no lo volví a ver.
Se terminó.
No porque yo quisiera, sino porque por fin entendí que no merecía quedarme en un lugar donde mi cuerpo me pedía a gritos que me fuera.
Y aunque me duela hasta los huesos, al menos ahora no tengo que mentirme.
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