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    El cuerpo humano, según Lana del Rey

    Mar 9, 2024

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    El cuerpo humano, según Lana del Rey
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    Hay una línea en Did You Know That There’s a Tunnel Under Ocean Blvd, el nuevo disco de Lana del Rey, que me quedó resonando por días: “There’s a certain point / The body can’t come back from” (“Hay cierto punto — o cierta instancia — / Del que el cuerpo no puede volver”). Es muy sencillo, claro: está hablando de la muerte. De la vejez, también. La canción en cuestión es Kintsugi, la octava en un disco oscuro, espiritual, con una atmósfera por momentos fúnebre, que se siente como Lana deteniéndose en el tiempo — o deseando hacerlo — y observando hacia atrás pero sobre todo hacia adelante, hacia un futuro en el que sólo algo es certero e inequívoco: la muerte. Esta canción en particular habla del duelo por personas de su familia, presumiblemente los ancianos que se van yendo, la tradición que se va perdiendo. En un momento habla de que nadie fuera de su familia conoce las canciones viejas, transmitidas oralmente, tal vez alrededor de una guitarra; folk songs que incluso los más jóvenes conocen pero siempre dentro de la esfera familiar: una tradición agotable. Es por esto quizá, también, por lo que la posibilidad de tener hijos, de armar una familia — la capacidad o la incapacidad de hacerlo (y el deseo al respecto)—, continuar un legado, es un tema constante en el disco. Pero también está presente la contracara a esta mirada en el stream of consciousness que Lana deja deliberadamente fluir, incluso en la contradicción: romper con la tradición, la invención de algo nuevo, la negación a repetir errores del pasado (tal vez los de su madre en particular, con quien tiene una relación problemática de la que da algunas pistas en Fingertips).

    Luego de la línea inicial, tan frontal y tan despojada vocalmente de artificios, como quien no tiene nada que decir más que los hechos, Kintsugi sigue con: “In one year, we’ve learned the turn of the mouth / The depth that the chest cavity takes” ("En un año hemos aprendido ["the turn of the mouth" es compleja pero un ejemplo aceptado de traducción ha sido "el lenguaje no verbal"]/ La profundidad de la cavidad torácica"). La elección de palabras para hablar del duelo es bastante notable, no particularmente poética sino, de hecho, todo lo contrario. Son términos casi médicos: comienza hablando de el cuerpo, no del cuerpo de un familiar, o el propio, sino del cuerpo humano. Lo mismo al usar expresiones como “cavidad torácica”, por lo menos curiosas en una canción.

    En el emblemático libro sobre el duelo El Año del Pensamiento Mágico, Joan Didion expresa la necesidad personal que tenía de comprender en profundidad el estado clínico de su hija, de entender exactamente lo que sucedía en su cuerpo — en su cerebro, en su corazón, el gravísimo estado a partir de un choque séptico — y los procedimientos médicos a los que era sometida: era su forma no sólo de concebir lo que sucedía a partir del acercamiento al lenguaje técnico, sino también de sentirse de algún modo en control en una situación de absoluta impotencia. Esta actitud se complementaba en Didion con el “pensamiento mágico” del título, la otra manera de atravesar la situación. También en Did You Know That There’s a Tunnel… hay un aura mística a lo largo de todo el disco, en elementos como el gospel, el órgano lúgubre (pero también el violín) y las preguntas sobre el más allá (en especial en las primeras canciones: “¿Pensás en el paraíso? / Mi pastor me dijo que cuando te vas / Todo lo que te llevás son tus recuerdos” canta Lana en la canción que abre el disco). En Kintsugi el concepto del título hace referencia a Leonard Cohen y su célebre “Hay una grieta en todo / Así es como entra la luz”: una forma mágica de entender y de atravesar el dolor, una especie de mantra.

    Hablar del cuerpo, problematizar la corporalidad, es un tema recurrente en la obra de Lana. White Dress es una canción del 2021 (del disco Chemtrails Over the Country Club) en la que recuerda sus primeros trabajos, el anhelo por ser una estrella y la fortaleza que pareciera admirar, desde su vida adulta, de su versión adolescente. Lo más llamativo de esta canción medio triste es la performance vocal, con una voz que susurra, rasposa, poderosamente débil. Pareciera cantar deliberadamente en una zona incómoda, con esfuerzo; una decisión algo arriesgada que podría a priori ser malinterpretada pero que vehiculiza con destreza el punto de vista de la canción. Al jugar con los límites de su voz en una canción como esta, en la que su versión adulta recuerda con melancolía “tiempos más simples”, pareciera problematizar la idea de una voz etérea, acentuando por el contrario el anclaje físico. Los límites materiales e irrenunciables de vivir en —o de ser — un cuerpo. Hay una célebre canción que también tematiza esto aunque de otra forma, con una intención directa y casi humorística, hablando esencialmente de lo mismo (que no es, cabe decir, un tema recurrente en canciones populares). Se trata de Run That Body Down (1972), de Paul Simon:

    Ayer fui a mi médica / Me dijo que todo parece estar bien / Me dijo: “Paul, será mejor que mires alrededor / ¿Por cuánto tiempo creés que podés arrasar con ese cuerpo? / ¿Cuántas noches más creés que podés hacer / Lo que has estado haciendo? / ¿A quién engañás?

    La canción del cantautor de Simon & Garfunkel es una especie de despertar respecto a la fantasía de la juventud eterna a la que tanto se aferran, en especial, las estrellas. Lana hace lo suyo con el tema que da nombre al último disco, que habla justamente del después-de, haciendo una analogía con un túnel subterráneo olvidado en el tiempo, mostrando una angustia existencial por la pérdida de la juventud y por las fronteras del éxito; por lo perdurable — o no — de su música. Es curioso el hecho de identificar la misma preocupación en otra artista contemporánea exitosísima, como lo es Rosalía, en su disco Motomami (apenas el segundo después de El Mal Querer, con el que logró la fama internacional) en el que ser una estrella es tanto causante de felicidad como de angustia y pérdida. El puente de Ocean Blvd y la flor del sakura (en dos discos bastante cercanos en el tiempo e igualmente relevantes): dos imágenes que recuerdan lo efímero que puede ser formar parte de la industria; dos artistas que, en tiempos de orgullo, euforia y peaks, se preguntan por el after después de la fiesta.

    “No puedo evitar sentir que, de alguna manera, mi cuerpo arruinó mi alma” es una de las líneas más tristes del disco (en la canción homónima). La autoconsciencia del cuerpo es un leit motiv de toda la obra de Lana, la fantasía de la belleza eterna, de la baby girl, la femme fatale, de la mujer como materialización del deseo masculino. Lana construyó deliberadamente esa imagen pero, además, siempre la problematizó: no la dio por sentado ni fue una cosificación externa — es decir, claro que además lo fue, como ha hecho siempre la industria con las mujeres — ; fue una audaz autopercepción a partir de la cual apropiarse de su imagen, no sin contradicciones señaladas por la crítica y el público a lo largo de su carrera. Lana se ha permitido estas contradicciones, metiéndose de lleno y sin pruritos en lo que significa ser una mujer heterosexual, en el deseo, la sexualidad y el amor romántico. Especialmente lo hace en A&W, canción de este disco en la que pone en jaque lo que significa tener su cuerpo, su edad, y su relación particular — y no tanto — con los hombres, desde una posición ambivalente, entre la derrota y la apropiación: “Ya no se trata de encontrar a alguien que me ame / Esta es la experiencia de ser una puta americana (american whore)”. Esto aparece también como temática, y en una imagen icónica en particular, en Paris, Texas (Wenders, 1984), película que se referencia en otra de las canciones del disco. La imagen en cuestión, tan potente y emblemática en la historia del cine, es la de Jane, la ex pareja del protagonista (y madre de su hijo) adentro de la cabina de un club erótico. Allí se presenta a hombres que la ven, sus clientes, en una relación claramente unilateral: sólo ellos la ven, ella no puede verlos, frente a ella se abre — mejor dicho, se cierra — una ventana a la oscuridad. Además la cabina está decorada como la sala de una casa, una casa que no existe, un hogar que es puro artificio para los hombres y en contraposición a su punto de vista. Un juego en el que ella hace de la mujer, evidenciando la violencia y la ironía del amor romántico y del rol al que es delegada pero, al mismo tiempo, usándolo a su favor, sacándole rédito.

    La experiencia de ser o de tener un cuerpo aparece como un interés clave en el momento que representa Did You Know That There’s a Tunnel Under Ocean Blvd en la vida de Lana del Rey. El cuerpo de los muertos, el duelo, el peso de la tradición familiar y la pérdida inevitable; el cuerpo creciendo, modificándose, envejeciendo; la mirada ajena y la subjetivación en torno al propio cuerpo; las cargas simbólicas del cuerpo de una estrella pop — y de ser una figura pública en este momento de la historia — . Son disertaciones y consideraciones que evidencian una crisis no sólo personal, particular, sino síntoma de un tiempo. Un tema que sobrevuela el clima de época actual es la virtualidad como posibilidad infinita en contraposición a la materialidad agotable del cuerpo: avatares, filtros, IA (neural networks, deep learning, metaverse), la paranoia en torno al reemplazo del cuerpo en el ámbito laboral (y no sólo laboral: intelectual) y, sobre todo, mucha incertidumbre. También otras interpelaciones constantes como el skincare, la “gordofobia” — que pese a todo pronóstico está hoy incluso más establecida que en otros momentos (bueno, sí, es debatible) — , la exhortación al orgullo de unx mismx, la proclamación inequívoca de una identidad. Todo esto luego de haber atravesado (o acaso aún atravesando) la pandemia del COVID-19, la crisis mundial más grave conocida por las generaciones vivas. En este escenario, un disco que abraza lo perecedero del cuerpo, que lo piensa y lo duela, que incluso retorna a lo místico en un movimiento de modestia respecto al miedo a la muerte — con todas las consideraciones y reservas al respecto — , es tan sorprendente como esperable. Es una obra muy introspectiva y personal, sin dudas. Pero también se trata de un respiro, de una pausa que habilita el pensamiento y, sobre todo, de un signo de los tiempos.

    Santiago Vidal

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