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El contrato: del arco amarillo, para Sofía número VII.

Sep 14, 2024

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El contrato: del arco amarillo, para Sofía número VII.
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- A ver, no estoy entendiendo. Primero, vamos a calmarnos; segundo, volvé a explicarme, pero más tranquila por favor. - sentate, me dijo señalando el sillón de cuero negro que tenía al frente.

- No es muy difícil. Quiero contratar una póliza para viajar en el tiempo. Ustedes ofrecen este servicio, y no sólo eso, en su web ustedes dicen, y cito : “estamos para cumplirte los sueños.” Y mi sueño no es tan complicado; ustedes tienen la máquina, yo tengo la plata, ustedes me permiten viajar, yo les pago. Y en el medio solicito la contratación de un seguro. Listo, nada más.

- Sí, señora; entiendo, calmese.

- No me vuelvas a decir señora. - interrumpí.

- Clara, verdad? A ver, Clara. Estamos de acuerdo en todo eso, el problema está en el destino que usted eligió para el viaje.

- No le veo lo complejo. - volví a intervenir, ya se notaba la molestia en la sala.

- Me podés repetir el destino? - dijo mientras presionaba un ícono en la pantalla, intentando disimularlo.

- Quiero viajar; al momento; en que alguien; definió el tiempo.

- Eso no es un destino, señora. Clara, perdón, estoy nervioso.

- ¿Ustedes cumplen sueños?

- Sí. - dijo tímidamente.

- Ustedes toman como destino no al lugar, sino al tiempo, verdad?

- Correcto.

- Entonces, asumo que saben lo que es el tiempo.

- Correcto.

- Quiero ir al tiempo, en donde se definió al mismo. Gracias; y si no podés concederlo, te dejo para que me firmes.

Dejé caer sobre la mesa de metal la carta documento, a instante en que ésta hizo contacto con la superficie, la misma reaccionó, unas luces intermitieron y una secuencia de comandos se fue apareciendo junto a ella. Mis datos, los de la empresa, y algunos símbolos de alerta se hicieron presente. Rápidamente, el administrativo arrastró su mano y todo aquello desapareció; al costado de mi hoja solo quedó un reloj digital, que iba sumando los segundos, constantemente. Empecé a oír unos zapatos por la sala, cronometrados prolijamente se fueron acercando, una vez alcanzaron lo que sería la puerta, ésta emitió un pitido seguido de una luz verde. Se desvaneció al instante dejándolo ingresar. Sus pasos coordinaron el cruce hasta la habitación en donde me encontraba, y apenas se hicieron presente en ella, tras el hombre la puerta nuevamente se materializó aunque de forma un poco más brusca de como solían hacerlo. Sentí como si un protocolo se hubiese activado, un helar me envolvió por dentro, pero no podía ni debía desistir.

- Clara, buenas noches. Mi nombre es Santiago, soy el supervisor del caso. - extendió su mano para saludarme, inmutable, lo fulminé con la mirada, bajó su mano y prosiguió.- Entiendo, bueno, estuve escuchando la conversación que estuvieron teniendo. Nuestra empresa lo que ofrece es el control del tiempo al usuario. Esto quiere decir que accediendo a nuestro servicio, incluso usted que contrató el trato preferencial, tiene derecho a hacer lo que quiera con el tiempo; lo que se ofrece en conjunto es la protección de nuestro cliente en todo momento del proceso. Y ahí es donde entramos en conflicto, yo quiero ser muy sincero y hablarle de frente. - Se sentó sobre la mesa, cruzó una de sus piernas por encima de la otra, dejó los papeles que había cargado hasta este momento. Me miró a los ojos y en un tono más comprometido exclamó: - El problema radica en que al no tener una precisión en el parámetro del destino, las condiciones del viaje no están garantizadas; y al recaer su seguridad en nuestras manos, es primordial que respondamos con la eficiencia que nos caracteriza.

- Estoy al tanto. - aclaré. Ignoró mi comentario, aclaró su garganta y prosiguió.

- Hay un conflicto entre sus expectativas, y nuestra oferta. Y queremos garantizar por sobre todas las cosas la protección que usted merece.

- No es solo un capricho, quiero ver el instante en que la eternidad se hizo fragmento, cuando lo infinito fue forzado a encajar en segundos y minutos. ¿Cómo pudo algo tan vasto como el tiempo ser domesticado por nosotros? Eso es lo que quiero entender. Ustedes cumplen sueños, yo tengo uno, o es muy grande? Hay un conflicto en su incapacidad. Y mi resolución va a ser una demanda.

Se quedaron ambos en silencio, las luces se atenuaron un poco, podía verse por el gran ventanal una nave de un tamaño prominente estacionando en el rascacielos al otro lado de la ciudad, frotó varias veces la mano por su cara, Santiago revisaba y revisaba los términos y condiciones, constantemente escribía comandos a la inteligencia central, que parecía no ser ayuda suficiente para este conflicto. Y yo, no tenía más que hacer, no tenía mucho que perder, en tal caso sería bonificada con un recupero de mi tiempo regresando hasta el punto inicial del conflicto, de manera gratuita, también aquello lo decía su página. Pero más sabía, que su reputación intachable dejaba obsoleta aquella posibilidad, que hasta hoy, después de setecientos ochenta y cuatro años, nunca habían utilizado. Y algo de mí, deliraba con ser la primera. Algo de mí se había obsesionado con aquello, y quería por sobre todas las cosas ser lo suficientemente conflictiva y paradójica como para lograrlo.

Después de haberme ofrecido una gran cena, todavía sin noticias, una imagen azul violácea se fue materializando en el centro de la sala. Gaia, exclamó. Desde el centro vino caminando hasta posarse justo por delante de nosotros. Santiago, volvió a sentarse de la misma forma, el administrativo, no quiso perderse de nada y se colocó a un costado.

- Soy la responsable primera de esta institución y por ende de su seguridad. Clara, solicitaron mi presencia y quería saber cuál sería el motivo de tal placer que siento al conocerla. - Santiago se paró, se puso en el medio, y mirando directamente a aquella preciosa mujer etérea comenzó a hablar.

- La mujer quiere viajar, y como destino quiere: el momento en que se definió el tiempo, eso conlleva…

- Llévenla. - dijo Gaia con su preciosa y más soñada voz.

- Quiero corregir un error del pasado. - irrumpí para ocultar mi real intención, esperando que aquello interfiera con los términos y condiciones, quería volver a tratar con Santiago, sin la presencia de la deidad tecnológica.

- No se puede, no entendés? No podemos segmentar algo como el concepto del tiempo. Directamente podés generar un conflicto en la continuidad. - por primera vez Santiago se dirigió rompiendo el protocolo, sin mirarme, sin cumplirlo.

- Debe haber un punto específico. Tanto les cuesta calcularlo?

- Es metafísico, Clara. No podemos concretarlo.

- He existido en todos los momentos a la vez, desde antes de que el tiempo fuera una línea, incluso cuando era una espiral enredada en los hilos del caos. Dejame decirte, que lo que buscás, Clara, no es posible de precisar certeramente, hay estimaciones a las que podría acercarme, pero certezas no te puedo ofrecer. Hay límites; incluso para mí.

- No tengo nada que perder. - agregué.

- Llévenla. - Volvió a acotar Gaia antes de que Santiago pudiese reaccionar; y luego de haberme dedicado la más preciosa sonrisa que alguna vez contemplé, Gaia se disolvió en el aire transmutando en la energía con la que vibraron las luces por todo el edificio.

- No puede ser .- se le escapó en modo de queja a Santiago mientras abandonó la sala por la misma puerta que había llegado, antes de hacerlo, nos pidió que esperáramos un rato más con un café. Nuevamente accedí, mi plan cada vez se consumaba un poco más.

- Por qué? - preguntó el administrativo.

- Por qué, qué? - le contesté.

- Por qué querés viajar hasta ese momento.

- Siento que el tiempo está distinto, hace bastante, no lo puedo controlar; va dando saltos, demasiados, y en el medio sólo deja huecos.

El silencio nos unió de alguna forma. Se paró por primera vez, se quedó mirando a través de la ventana y algunos instantes después, me le sumé por el costado.

- Si no se puede precisar cuándo es, viola las condiciones. Eso tendría que decirte; pero te entiendo. El tema es que, no sé bien qué podría pasar. Me quedé pensando mientras se dio la situación. Nunca había visto a Gaia, siento que es importante todo. Pero, Clara, te entiendo.

- Gracias.

Solo pude emitir aquel agradecimiento, algo volvió a unirnos, y no solo fue el silencio. Algo que desbordaba al lenguaje, algo que transgredía lo reproducible por la humanidad, desde el principio en el que ésta se registra, hasta en el día de hoy que todavía no estuvo resuelto. Algo por encima, algo trascendente, algo con la esencia de Gaía, del no pertenecer a nada y a pertenecer a todo a la vez. Cerré los ojos, y de alguna forma sentí que podíamos tocarnos, que podíamos no decirnos nada y estaba dicho todo. Que ambos nos veíamos en alunizaje que estaba ocurriendo justo por delante de nuestros ojos, imperceptible ante los mismos, pero ninguno de los dos podía dudarlo. No nos quedábamos sólo con lo palpable de aquella quinta luna que iluminaba curiosa esta noche, ya que sería probablemente, la única que se expresaba de forma natural entre los neones y tantas deidades obsoletas. Una comunicación particular se estableció como un nexo. Julián no me habló, ni siquiera me dijo su nombre, pero continuamos la conversación en un paralelismo del idioma que se escribía al dorso de este universo.

- Si nos basamos solo en tu razón; es peligroso. Es peligroso porque puede ceder todo. Mirá si terminamos en un periodo en donde el tiempo ni siquiera estuviese definido, qué pasaría, te preguntaste? Me encantó que hayas utilizado el “terminamos”, ya nos considerábamos uno y nos preguntábamos y nos respondíamos a la vez, en un mismo tiempo al mismo lugar; gracias, por preocuparte por lo indefinido, pero no me importa, yo quiero ir, quiero probar, quiero conocer algo más de lo conocido, algo que vaya por afuera del límite mismo. Puedo con eso, supongo. Pero nosotros no. No es solo curiosidad. Perdí algo, algo que jamás podré recuperar si no veo con mis propios ojos cómo todo empezó. Si puedo entender el origen del tiempo, entonces podré entender el por qué de tantas cosas. Tal vez entonces, por fin, podré dejar de correr tras lo que siempre se me escapa.

Me preocupa darnos cuenta, que sentimos lo mismo, me aterran los agujeros que quedan entre periodos, los siento como abismos aquellos que penetran la realidad, aquellos que se lo llevan todo incluso a las estrellas. Nunca me animé a decirlo hasta que llegamos hoy vestidos con tu ropa. Tenemos algo de miedo de reconocer que sentimos lo mismo a la vez. Nos fascina tu vestido violeta, por cierto.

Irrumpió Santiago desde una de las pantallas, desgarró el mismo espacio del encuentro que habíamos concretado, del que vergonzosamente jamás nos iríamos a hablar. Lo miré, me miró, y mientras se acercaba a confirmarle a Santiago que aún seguíamos ahí, lo vi teñido del mismo carmín que tenían mis mejillas.

- Es una autorización, Clara. - me dijo temblando.

- Lo aprobaron? - le pregunté temblando también.

- Sí, podés incluso entrar ahora mismo.

- Está bien. - le dije para evitar todo lo que había agolpado en mi garganta.

- Estás segura? - me preguntó más preocupado por mí, que lo que yo estaba en aquel momento.

- No. Pero, qué más da.

- Pará. Mañana; porque mi mañana va a llegar pronto, no sé el tuyo; pero mañana, podemos juntarnos a cenar?

Intenté evocar nuevamente aquel espacio seguro. No pude de ninguna forma. Tuve que resignarme a utilizar nuestro pobre idioma.

- Te lo prometo. Julián. Esperá. - le dije justo antes de ingresar a la máquina.

- Te voy a estar esperando entonces. Decime, qué pasó?

- Gracias. - sonreí. Cerré los ojos, volteé y me perdí en aquella pequeña puertita que al cabo de un segundo, tras cerrarse, envolvió de blanco mi universo.

Qué dolor de cabeza bestial sentí esta mañana; el despertador había sonado, lo dejé pasar de largo. Mi rutina insulsa de todos los días; algún agujero habría llenado la noche anterior. Me bañé; desayuné, ordené un poco la sala. Cuando fui a juntar los vasos que estaban sobre la mesa, una carta documento se encontraba en el centro de la misma. La tomé delicadamente, la leí de punta a punta y empecé a recordarla. Salí corriendo hacia mi cuarto, tomé mi vestido violeta, me puse los tacos y llame a la nave pasajera, antes de que reine la noche.

Una vez aquella estuvo en mi puerta, con la carta en la mano. Me dispuse a dirigirme a la compañía. Sentí que algo me tomó del brazo, giré, miré la sala de mi departamento sin encontrar a nadie. Las luces titilaban suavemente, un eco distante en la vastedad del tiempo. Podía sentir el peso de los segundos acumulándose en mi pecho, como si cada parpadeo me acercara más a ese punto inalcanzable que tanto anhelaba. Afuera, la lluvia caía, la nave esperaba, y cada gota iba marcando un instante que jamás volvería. El tiempo sigue sin mí, pensamos.

En un último instante un helar recorrió mi vida, vibraron las luces de todo el edificio, me negué a salir y volví a materializar la puerta que recién había disuelto. Tomé aquella carta, la rompí en mil pedazos y confié en mi enorme y decidido instinto, que por algún motivo, me susurraba al oído lo grandioso que me esperaba el día de mañana.

PibedeVictoria

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