En un vaivén de palabras que no entiendo, él me habla de un tal Bob Dylan. Como de música y composición mucho no sé, prefiero callar y dejar que él me explique. Yo conozco a ese tal Bob Dylan; figura icónica y pionera del folk-rock en 60s y 70s. Lo conozco porque a mí me gusta más Joan Báez, su amante y alma gemela musical de durante un tiempo o toda la vida quizá, nunca termino de entender su relación y creo que nadie lo hace: la magia de lo prohibido. Pero que importa que piense yo sobre ese tal Bob. El me habla de armónicas, banjos, guitarras de todo tipo y una composición que parte primero de la lírica y termina en acordes: otra vez, no entiendo. Siempre supuse que las letras iban primero; al parecer no es así. La composición de este tipo resulta ser una rareza en el ámbito musical. Cómo me gusta escribir, tiendo a pensar que las palabras son lo primero que se vuelca en una hoja, pero como no soy artista no opino. Sigo escuchando mientras el une la yema de sus dedos para explicarme con precisión qué tipo de instrumento está sonando en el minuto 01:04 de la canción; no sé cómo lo hace. A veces dudo de que sea un talento innato de los músicos o es que entrenan el oído hasta el cansancio.
Diez de la mañana y él toca un pedacito de Knockin’ on Heaven’s Door. Primero, me resulta extraño que alguien tenga los oídos tan disponibles para que le entre la música a esa hora. Segundo, pensé que tocaría algo de Highway 61, le gusta más lo de esa época. Yo recién me despierto y apenas comprendo donde estoy. Pero qué más da, yo no soy un músico, no tengo idea de cómo funcionan sus mentes. He escuchado un par de biografías sobre los más grandes: ambiciosos y autodidactas; no tan reconocidos y ganan su pequeño público; se vuelven inmensos y devoran el mundo hasta que el mundo los devora a ellos; se retiran de los escenarios; más tarde vuelven y así sucesivamente. Eso es todo lo que se, las historias de vida son muy similares. Pero a él no le importa eso, él tiene a la música y con eso le basta para sobrellevar las fatigosas demandas del día a día en la ciudad. Me resulta curioso que él venga de un pueblo-ciudad como Bob, que nació en Minnesota. Lugares íntimos y no tan abrumadores, incluso más patriotas. Una vez me explicó las dinámicas sociales del pueblo; yo soy un animal de ciudad, por supuesto que asentí con la cabeza como si entendiera de lo que me estaba hablando aunque realmente me parecía todo tan lejano a mi realidad aunque eso no va al caso. Tal como Bob, se mudó a la ciudad a perseguir un objetivo, quizás no la música, pero si algo grande (como creemos todos cuando ingresamos a la universidad). Paso de ser un conocido de todos a ser un completo desconocido. Me río por dentro, las similitudes son bastante evidentes. Incluso, a veces, cuando hace chistes o cuando habla son del estilo humor negro mezclado con ironía. Incluso, a veces, creo que este personaje lo absorbe tanto que sin querer lo llamo Bobby.
Justo en este instante, donde culminaban mi risa interna con la curiosidad, mi mente me revela la razón por la cual este chico es fanático de Bob. Aún no relate cómo en un día soleado se pone esos anteojos de sol con arco redondo y fino y el lente bien opaco (los del estilo de Bobby D.). Traigo el detalle de los lentes porque creo que por primera vez logró entender algo sobre el: impulsado por el deseo, quizás detenido por las órdenes de la vida cotidiana, es un chico que tiene el mismo sueño que alguna vez tuvo Bob Dylan.
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