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El cantar de las paredes

Aug 27, 2024

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El cantar de las paredes
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Hay ciertas cosas de las que sólo te das cuenta cuando pasa el tiempo; percibes ciertos olores y te traen remembranzas que pueden incluso abrirte los ojos más de lo que es capaz un sol matinal. Cuando te despiertas atrapado entre las sábanas por la noche, hay un momento de lucidez más apreciable que el que tienes a la luz del mediodía. Y es ahí, donde te das cuenta de que en todo momento de desesperación es la añoranza del volver atrás lo que más te motiva, ese sólo y dulce segundo que te atrae, que te llama y te desplaza, que es tan lejano e inalcanzable, que denota el verdadero poder del titán que es el tiempo, que un segundo vale más que una vida, pues puede llegar a separarte de manera absoluta; cuando un evento ocurre, por más que quieras, por toda la fuerza que poseas, seas quien seas, es irrefrenable y la vastedad del segundo que perdiste te lo hará saber; cuando quieras reparar ese hueso roto, cuando quieras desdecirte de la palabra que pronunciaste, cuando quieras pegar el vidrio que se rompió, en ese momento te darás cuenta de que un segundo es infinito.

Tenemos ciertas limitaciones como entidades vivas, antes de embarcarte en cualquier travesía, sea cual sea, te recomiendo que tengas esto en mente, hay cosas que nunca podrás hacer volver atrás.

Suelo comenzar mis historias con un despertar en la mañana, pero es más real cuando lo hago en medio de la noche; despertar por la mañana tiene su encanto, te llenas los pulmones con un aire que te parece nuevo, aunque sea la misma polución viciada que se escurre por los muros de tu habitación que creaste al encender un papelillo en la noche anterior y que necesitabas para poder por fin dormir en paz, cual si fuera un opiáceo de acción rápida. Pero este no es el caso. Despertar por la noche tiene un gusto un tanto diferente, tiene sabor a desesperación; es ese pataleo desesperado que das al caer al agua cuando no sabes nadar, buscas la luz del sol que atraviesa la tensión superficial y llega hasta tus ojos con ases deslucidos, entre gritos ahogados clamas ayuda y tus pupilas se dilatan, tu corazón late más fuerte y, como diría un buen nadador: sabes que el miedo pesa, así que te hundes de nuevo.

Eso fue precisamente lo que sentí al despertar esa noche; como un cliché mal repetido, fue de madrugada, alrededor de las tres de la mañana, la falta de aire me hacía pensar que había tenido alguna clase de pesadilla, aunque eso a estas alturas ya sería más de lo mismo, tengo una clase de conversación pendiente conmigo mismo, que la llevo dilatando desde que tengo uso de razón; tal vez esa noche realmente necesitaba llevarla a cabo, es lógico que cuando estiras una cuerda, en algún momento la vas a cortar.

Así que me levanté, en medio de la oscuridad, buscando como encender la luz, ni una sola alma me daba un saludo a esas horas de la noche, ni siquiera la mía, por lo que no incomodaría a nadie si llegaba a encontrar la manera de iluminar la habitación. Pero simplemente no la hallaba, ni encendiendo las luces, ni prendiendo velas, ni un cigarrillo. Nada.

Entonces resolví caminar; me puse de pie frente a la que alguna vez había sido mi guitarra, que había sufrido una terrible muerte hace unas horas; es lo que se consigue al tropezar. La miraba y ella me devolvía la mirada, esa mirada triste que alguna vez había sido sonriente, sólo había bastado un error, un descuido y se apagó su dulce canto, que llenaba este vacío con que ya se estaba haciendo insoportable ¿cómo consigo llenarlo? ¿cómo te reparo? Pensaba mientras la miraba.

Pero era inútil, ya había hecho infructuosos esfuerzos de unir el mástil, reinstalar sus cuerdas, incluso pensé en cambiar los trastes, pero ¿de qué iba a servir a estas alturas?

Es una lástima, ciertamente, pero no iba a perder mi tiempo reparando lo irreparable a esas horas de la mañana. Entonces vi el espejo. Te daré un consejo: Cuando veas un espejo por la noche, piénsale con respeto, míralo con quietud y no le hagas demasiadas preguntas, podría llegar a responderte.

Me vi a mí mismo en el espejo, pero ¿cómo te explico? Era algo más, no estaba solo esa noche, te lo juro, podía sentirlo, incluso sin haber visto el reflejo de nadie más. No tuve que hacer demasiado para sentir en mi mirada desde el otro lado el cansancio de una jornada pesada, de una semana, un mes, un año o una vida.

Me miraba, y me miraba de regreso, así que comencé a hacer movimientos lentos, como intentando engañar a mi reflejo. No pude evitar dejar escapar una pequeña risa cuando me di cuenta de que jugaba como un niño, haciendo mímicas con mi reflejo. Entonces me respondió. "Es divertido ¿No te parece?"

Podría decirte que me sentí asustado, que quería correr, que intenté escapar, luchar o que al menos el sobresalto me hizo dar un paso hacia atrás cuando escuché tan clara y fuertemente a mi imagen especular pronunciar una palabra en hacia mí; hasta el momento sólo le había hablado a terceros. Pero, la verdad es que ni ápice de tal miedo, ni una sola muestra de sentido, ningún acto reflejo, nada. También quisiera decirte que fue por simple curiosidad que le respondí, me encantaría hacerme de un afán de investigador o darme a mí mismo un sentido para mi actuar, pero no, nada de eso. Así como se mueve el agua al caer por la ladera de la cordillera, así de inerte, pero lleno de vida, fue mi actuar. Había sentido más miedo en el momento en el que abrí los ojos en la oscuridad, me había hecho sentir mucho más incómodo la frustración de intentar encender la luz y que no me obedeciera, me hizo más daño prender una vela y que su luz pareciera absorber el poco oxígeno que quedaba en la habitación; me había perturbado mucho más ver mi guitarra, destrozada en el piso y recordar la estúpida caída que la había puesto en esa deplorable posición. Nada, absolutamente nada me obligó a continuar con lo que continué y no puedo cargar el peso de mis acciones en ninguna espalda que no sea la mía.

Le hablé, así de simple, no fue una pregunta en un inicio, no cuestioné la capacidad de quién me veía del otro lado del espejo de referirse a mí, piénsalo como si fuese sólo una conversación casual, como si de un viejo conocido se tratara.

Así le dije "Sí, es divertido" y le pregunté si quería continuar; a esta pregunta me dijo que una vez advertido, ya no tenía sentido y si quería preguntarle algo más. Dije que, realmente no, sólo tenía ganas de hablar.

Mi reflejo no entendía si había sido yo quien lo había llamado tan temprano en la mañana, o si había sido él quien me había invitado a levantarme, nuestra charla fue común, me contó mi día, yo le comenté lo que me había hecho sentir, entonces salió el tema. Desafortunado, la verdad, comenzamos a hablar de mis errores, todos aquellos que había cometido hasta el momento, me recordó lo que había vivido la semana anterior y lo que viví en esta, no sé si lo hizo por sincera preocupación o si realmente quiso ser cruel conmigo, entonces comencé a recordarle sus errores, aquellas veces que me hizo cambiar de ropa, aquellas tantas veces que arruinó mi día, o que arruinó el de los dos. Todo para nada, en realidad, pues, ahí fue cuando llegamos a hablar de la guitarra.

Y, en realidad ¿qué le importaba a él? Sus manos nunca habían tocado las cuerdas, nunca logró tan siquiera sacar una acorde de ella, nunca la desenfundó, nunca la limpió, nunca cuidó de ella ¿por qué ahora era importante para él? ¿por qué tenía que recriminarme haber tropezado?

No sabía si quería continuar hablándole o si le quería escuchar. Entonces ambos callamos un instante.

Fui a buscar una silla y un café, él, como toda imagen especular, aferrándose por única vez a su personaje, hizo lo mismo.

Conversamos un poco más, a medida que íbamos vaciando nuestras tazas. Nunca me pidió disculpas y yo tampoco a él, pero ambos sabíamos, o al menos presentíamos, que todo estaba bien.

Había un sinnúmero de cosas que me hubiera gustado decirle, pero me las callé; pude haber aprovechado para preguntar si alguna vez le herí o si había sido sólo yo el que resultó lastimado. También pude haberle pedido que me dijera cómo eran las cosas del otro lado, para que me contara si estaban tan extrañas como aquí.

Llevaba un tiempo sin sentirme como me sentí esa noche, sin vacilar lo suficiente como para que se me perdieran las palabras y sin estar tan lúcido como para enfrentar la realidad. Era, básicamente, un estado de quietud perfecto, me sentía a medias, no estaba completo, pero tenía conciencia de que nunca lo estaría y, si lo estuviera, no estaría feliz. Aun con todo, hasta hoy sigo sin saber si en ese momento lo estaba.

Comenzó a aparecer una tenue luz por la ventana, la que me debió haber despertado; no era la ocasión, podrías decir que no estaba predestinado, si es que crees en el destino, yo me atrevería a decirte que es alguna clase de capricho de mi conciencia.

Es dulce, en cierto modo, la manera en la que entra un haz azul de la oscura noche; cuando la luna te comparte un poco de su brillo puedes hasta sentirte afortunado.

Por un momento me sentí en la mañana, más para madrugada, si te soy sincero. Pero creo que en esa ocasión es otro el motivo que dio a mi mirada su ceguera en ese momento. Intenté mirar por la ventana, desde donde esa fugaz marca sobre el agua me envolvía, pero se me hizo tan difícil. Era como si la propia atmósfera de sea lo que fuera que estaba fuera de mis paredes rehuyera de mí, como abyecto ser, no merecedor del deleite de verle.

La luna es noble, pero también es cruel.

Entonces me volví al espejo y reparé en ese reflejo que me miraba con su quietud; tan completa y tan inmutable, que tan atrapado estaba como yo en estas cuatro paredes, en esta dimensión de sombras donde siempre es de noche. Un alba mentirosa de la sombra luminosa que le daba luz a mi piso y me cegaba las ventanas.

Mi reflejo no estaba triste, hallábase sentado con tranquilidad, cuaderno en mano, poco a poco ojeando las palabras en él escrito, pensando y fuera de todo conocimiento de mi presencia. Finalmente, me vio a los ojos y esbozó una leve sonrisa. "Esto es bueno, no te lo voy a negar, pero, siento que le falta algo de alma, algo de lo que yo le podría dar". Poco entiendo del aspecto que tomarían mis letras al otro lado de esa pantalla, tampoco sé si será lo mismo que mis manos dieron forma, no me interesa de cuantas maneras puede interpretarle aquella imagen, no me turba si es posible que le diera vida, más allá de la que yo le había dado, o si lo inerte de mis trazos era suficiente para que llamase la atención.

"Puede ser, aunque no te será muy fácil. Darle vida a un escrito es perder el control que tienes sobre él, la vida no se la das tú realmente, se la da quien lo vaya a leer".

Recitadas mis palabras, me vio más quieto, como si me analizara. De una vez me preguntó si tramaba algo o si sólo estaba ahí para tener una discusión interminable conmigo mismo. Le dije que eso no le importaba, que no acudía a él por algún motivo, que fue simple vicisitud de la madrugada llegar a los pies de la cama o al final del corredor, sólo para verle imitando actos deslucidos de mis andares de loco por la casa.

No me creyó realmente, me miró con más decisión.

"Estás aquí, ante la única persona en este mundo o en el siguiente que conoce realmente tus pensamientos, que sabe tus miedos, que no te juzga ni te compadece, la única persona que te entiende al mismo nivel que tú lo haces y has perdido el tiempo maldiciendo a tu propia sombra, que ahora es lo mismo que fuiste tú hace unos minutos, que perdió lo que tú has perdido, que dio lo que diste y que recibió lo mismo que tú. Finalmente, eres el mismo desperdicio que es el verte en este espejo, la misma futilidad de intentar atravesar la puerta que nos separa, la misma que no te deja mirar por la ventana, o reparar la guitarra que torpemente rompiste. Eres tú"

Cansado de tantas vueltas, de tantas maneras en las que esa frase se me hizo insultante, no me quedó más remedio que la inacción. Me quedé viéndole fijo, quise romper cada cristal que le componía, hasta hacerle arena de nuevo, que la ira de mis manos se hiciera efecto por una vez, dejarme sentir tanto que otro sintiera lo que yo siento, incluso si ese otro no era más que yo en el espejo. Pero no tuve la fuerza, y es un ciclo, pues nunca la tengo, sólo me quedé mirándole, mientras se alejaba de la escena y me dejaba solo de nuevo.

Le di una vuelta a la habitación, abrí la puerta del pasillo y le pedí a Dios que tuviera piedad suficiente para que hubiera algo del otro lado. Sólo vi el pasillo oscuro, un corredor pequeño, que daba hacia la sala del centro, su piso de alfombra gris me llevaba directo a la mesa, mal centrada, con papeles encima, con una taza de café sin acabar de la otra noche ¿O era de esta? Realmente no distinguía cuál era la diferencia.

Me senté en la mesa, llevé mis manos a mi cabeza y percibí que mi pelo se escurría por entre mis dedos, sentía cada cabello, enredado y descuidado por noches sin sueño; lo sentí posarse sobre mis manos y caer suavemente hacia mis muñecas y luego hacia el suelo. Cuando las aparté y miré mis palmas, me di cuenta, estaban llenas de aquellos hilos.

Con cierta preocupación, se apoderó de mí la impotencia, caí al suelo y comencé a mecerme hacia los lados, con las manos en la cabeza, sin ser capaz de gritar o de llorar, sólo mirando cómo todo se consumía por un momento, como toda esa oscuridad que llenaba la habitación me abrazaba y me acunaba hasta que por fin el ruido de mis pensamientos cesó, me dejó en paz por un breve instante, me permitió incorporarme, ponerme a caminar de nuevo y llegar hasta la taza, que llevé por el pasillo hasta la cocina, sólo para dejarla junto al lavaplatos, sin ánimo suficiente como para abrir la llave y lavarla. Tomé un vaso, bebí agua y suspiré.

Finalmente, finalmente podía respirar de nuevo.

Puede que te parezca excesivo todo lo ocurrido, que tal vez creas que es una exageración. Pero tenme algo de empatía y piensa un poco en todo lo que sucedió, es una noche de aquellas, de esas que quedarán para siempre en tu cabeza.

Estaba solo en la habitación, pero esta vez respirando, conseguía mirar todo con un poco más de claridad, así que tomé la iniciativa, me armé de valentía y volví para confrontar a mi espejo. Estaba cansado, completamente harto de todo lo que tenía para ofrecerme, estaba volviéndome loco con todo lo que esa imagen, simple y insulsa era capaz de provocar dentro de mí, no quería nunca más verle, no quería escucharle, no quería tener que aguantar que me hiciera daño una vez más.

Entré vehemente a la habitación, con la mirada en alto, determinado a quitarle la satisfacción de dejarme sin palabras ante él, pero no le encontré. Busqué por todos lados, intenté llamarle, me miré al espejo y no había nada, mi reflejo me había abandonado.

Me quedé por horas viendo al espejo, esperando a que volviera, sólo veía un vacío de oscuridad que dejaba todo caer dentro de si para perderse para siempre. Decidí intentar una vez más encender la luz y esta vez sí tuve suerte, era un pequeño suspiro entre tantas cosas.

Cuando la luz se encendió fui capaz de ver la cama, logré mirar el desorden que había en la habitación, que me recibía como inseparable compañero en medio de la noche, se iluminaba sin necesidad de darle demasiada luz. Entonces vi la guitarra, ahora con más detalle, acostada sobre el piso con sus cuerdas enredadas, con líneas de cinta rota que le atravesaban la cara, estaba abierta su caja, su mástil partido en dos, dejaba ver como el alma se le había perdido. Tragué saliva y le vi con tristeza, pensando en el pasado, en ese torpe tropiezo una vez más.

"¿Qué estás haciendo ahí? Por un momento pensé que ya estabas durmiendo"- Escuché una voz tras de mí que me hizo girar la cabeza, él estaba parado ahí, con su mirada inquisidora, desde el otro lado del espejo.

"Logré encender la luz ¿Te diste cuenta?" - Le respondí ignorando su pregunta.

Me dijo que era irrelevante, que la luz sólo me evitaría conciliar el sueño; el verdadero concilio que necesitaba era con él, eso era lo que no me dejaba dormir, o al menos así lo pensaba.

Le pregunté por qué se había ido, me dijo que era ridículo pensar que estaría ahí todo el tiempo, hasta nosotros mismos nos abandonamos en ocasiones y es importante aprender a vivir sabiendo que a veces ni siquiera podemos contar con nuestra presencia, sobre todo al final.

Me dijo que debía dormir, que si no me volvería loco. Sinceramente sí me hacía falta, tal vez debería hacerle caso, aunque, para una aparición nocturna, no creí en aquel momento que fuese importante o no hacerle caso.

"Eres producto de mi imaginación, no te quiero aquí, nunca te quise" - Sentencié, queriendo iniciar la batalla, por fin darle espacio a ese odio para que pudiera salir.

"Eso es una tontería, tal vez no esté aquí todas las veces que mires al espejo, habrán momentos en que ni siquiera reconocerás a la persona del otro lado, pero es imposible que yo me vaya, no tiene sentido esperar algo que jamás pasará. Entiéndelo, no es opcional, ni para ti ni para mí".

Me encantaría poder decirte que tuve elocuencia suficiente para rebatir su argumento, pero déjame serte sincero: Nada en ese momento sería suficiente para hacer que me dejase tranquilo, estaba condenado a verle siempre y a siempre recordar esa conversación, que tal vez nunca tuve, que tal vez nunca se repetirá.

Me miré a los ojos, me miró. Para cuando me di cuenta, imitaba mis movimientos nuevamente. Intenté continuar la conversación, creo que hasta llegué a gritarle, pero sólo repetía lo que estaba haciendo.

El muy desgraciado me dejó solo de nuevo, solo conmigo mismo.

Me senté en la cama e inmediatamente una fuerza desconocida me llevó hacia atrás, cayendo de golpe en el colchón, cerrando los ojos en el acto y, aún con las luces encendidas, me obligó a dormir.

Héctor Rivera

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