Lucía se inclinó ligeramente hacia adelante, sus codos apoyados en las rodillas, mientras sus dedos jugueteaban con el borde de un viejo ticket de tren que había encontrado en su bolsillo. Era un boleto de ida, sin fecha de regreso, y le resultaba irónico pensar en cómo, después de todo, había terminado volviendo al lugar de donde tanto quiso escapar.
Habían pasado cinco años desde la última vez que pisó ese andén, desde que había despedido a sus padres con una sonrisa forzada y una promesa de volver al terminar la carrera que no tenía intención de cumplir. Ahora, las circunstancias eran distintas, y el eco de aquella promesa rota resonaba en su mente, mientras el tren se acercaba cada vez más al pequeño pueblo que la vio crecer. Mientras el vagón se balanceaba suavemente al ritmo de las vías, Lucía no podía evitar recordar las palabras de Valeria: "Necesitas encontrarte".
"Capaz te haga bien volver". Fue lo que había dicho su mejor amiga al enterarse de la noticia de la separación de la pareja. Al principio, había odiado la idea, como si reconocer la necesidad de regresar implicara aceptar una derrota que no sabía qué había tenido. Pero ahora, en la soledad del tren, empezaba a preguntarse qué sería lo negativo. El tren dio un sacudón, anunciando su llegada a la próxima estación. Lucía respiró hondo, llenando sus pulmones con el aire denso del vagón, y se preparó para enfrentar lo que había dejado atrás.
Valeria había sido su novia por los últimos cuatro años; se habían conocido en el CBC de Ciencias de la Comunicación, y aunque en el próximo cuatrimestre la chica de ojos marrones se había cambiado a Ciencias Políticas, el contacto se mantuvo. Las juntadas de estudio donde preparaban ICSE terminaron siendo momentos de risa donde los textos de Romero quedaban a un costado, y entre vinos y puchos fueron los primeros besos y las primeras caricias que comenzaron a unirlas en una intensidad que solo dos jóvenes de dieciocho años pueden entender. Valeria, nacida en el conurbano, con la excusa de vivir más cerca de su casa de estudios, terminó mudándose a los cuatro meses al monoambiente de Lucía, y cuando se dieron cuenta, un gato naranja también se sumó a la compañía.
El traqueteo rítmico del tren mecía sus pensamientos. Recordó las noches en que Valeria, agotada después de largas jornadas de estudio y militancia, se acurrucaba a su lado en el pequeño sillón donde apenas entraban. A veces, Lucía le leía en voz alta algún artículo interesante, intentando suavizarlo con su propia impronta, lo que siempre provocaba una risa suave de Valeria. No se dio cuenta en qué momento el espacio que antes compartían con tanta naturalidad se había vuelto tenso, como si las paredes mismas del departamento se volvían más estrechas. Lucía no lo había dicho en voz alta, pero sabía que algo se estaba desmoronando. Ahora, en la soledad del tren, se preguntaba si había sido demasiado ciega para ver las señales, o si, en el fondo, las había ignorado a propósito.
Una madre y su hija se encontraban sentadas del otro lado del vagón; la risa de la pequeña era lo que había llamado su atención. Ella jugaba despreocupada, siendo completamente ajena al peso de los recuerdos de la estudiante foránea que volvía a su pueblo. Lucía sonrió brevemente, recordando las veces que le hacía bromas con verdades escondidas a Valeria con sus ganas de co-parentar un día, donde se encontraba con la respuesta de “en otra vida”.
— ¿Me dejas lugar? — Preguntó una voz masculina, interrumpiendo sus pensamientos. Lucía asintió y se corrió un poco en el asiento, dejando espacio para un hombre de la edad de su padre que se acomodó junto a ella. — Qué carita, pareciera que te pesan las ideas.
— ¿Tanto se nota? — Respondió con una media sonrisa.
— Se nota en cómo mirás por la ventana, como si estuvieras viendo algo más allá de las vías — dijo el hombre, mientras se reclinaba en el asiento para descansar ese último tramo del viaje. — A veces, es bueno dejar que las cosas se queden atrás, ¿sabés?
Lucía no respondió, pero las palabras del hombre quedaron resonando en su mente. ¿Dejar que las cosas se queden atrás? ¿Qué significaba realmente eso?
Una noche en la terraza, Valeria, iluminada con el pequeño foco de luz tenue sobre ella y un pucho entre sus dedos, un aura de frustración la rodeaba. Lucía no estaba muy lejos; la discusión la había sacado de lugar, aunque la frase a continuación fue más allá de lo que pensaba.
— Siento que estamos estancadas, Lucía. Necesito algo más, algo que no sé si podemos encontrar juntas.
Había sido la primera vez que Valeria había puesto en palabras lo que ambas sentían, pero que ninguna había querido admitir. Y en lugar de enfrentar esa realidad, Lucía había intentado aferrarse a lo que quedaba de su relación, hasta que fue ella quien dio el paso final, dejándola sola en el departamento con un gato naranja que también parecía perdido sin ella.
El tren finalmente se detuvo con un chirrido metálico, y la estación de Junín apareció ante los ojos de Lucía, tan familiar y extraña a la vez. Había algo en la quietud del lugar, en la manera en que las hojas de los árboles apenas se movían con la brisa suave, que le recordaba a la calma previa a una tormenta. Agarró su mochila con firmeza y se levantó del asiento, sintiendo un nudo en el estómago. Hasta caminar por el andén era extraño, cada paso resonaba en su cabeza como si fuera un eco de sus pensamientos. Los pasajeros que habían bajado se dispersaban rápidamente, dejándola sola con el sonido de sus propios pasos. Todo estaba igual, pero al mismo tiempo, todo parecía diferente. Tal vez era ella quien había cambiado.
Unas cuantas personas se congregaban en la estación, algunas esperando a familiares, otras simplemente pasando el tiempo. Entre ellas, Lucía reconoció una figura que la hizo volver a esos años de rebeldía típica de la adolescencia: su mamá. Le había dicho que no hacía falta que la fuera a buscar, pero ahí estaba ella, con los brazos cruzados y una sonrisa tenue, buscando con la mirada a la pichona que volvía a su nido.
— Hola, mamá — dijo Lucía, sintiendo cómo las palabras le salían con cierta dificultad.
— Ay, Luchi… — respondió ella, abriendo los brazos para abrazarla. El contacto fue breve, pero suficiente para transmitirle la calidez y la preocupación que había dejado atrás. — No pensé que ibas a venir a esta altura del año.
— Yo tampoco esperaba venir — admitió ella, soltando una risa nerviosa.
Ella la miró fijamente, como si estuviera buscando algo en sus ojos, algo que no encontraba. Sin más palabras, la tomó del brazo y comenzaron a caminar hacia el estacionamiento, donde el viejo auto familiar los esperaba. Mientras avanzaban, Lucía sentía el peso de todo lo no dicho entre ellas, una barrera invisible que ambas evitaban confrontar.
El silencio en el auto le dio espacio a Lucía para revivir sus últimos días en la Ciudad de Buenos Aires. Recordaba cómo había tratado de sumergirse en su rutina, intentando ahogar el dolor en su trabajo, en las cursadas, en las salidas con amigas que cada vez le resultaban más vacías. Pero por más que se esforzara, el vacío dejado por Valeria era innegable. Una semana antes de partir, había pasado por el departamento para juntar las pocas cosas que quedaban de Valeria en el espacio que alguna vez había sido de ambas. El gato, que ahora vivía con una amiga de Valeria, se había acurrucado en su regazo una última vez, como despidiéndose. Había sido en ese momento, con el gato ronroneando y la luz del atardecer entrando por el ventanal, cuando Lucía comprendió que no podía seguir así. Que necesitaba un cambio, aunque no supiera bien qué era lo que buscaba.
El auto se detuvo frente a la casa donde había crecido, y Lucía sintió una punzada de nostalgia al ver la fachada, apenas cambiada desde su adolescencia. Al entrar, todo estaba como lo recordaba: los muebles, las fotos familiares en las paredes, el aroma a hogar. Pero había algo diferente en el aire, una tensión que no podía ignorar.
— Tu papá está en el fondo — dijo su madre, rompiendo el silencio. — Ahí le avisó que llegaste. ¿Te ayudo a llevar los bolsos?
Lucía negó, mirando alrededor, tratando de reconectar con un lugar que había dejado atrás tanto tiempo. Con sus bolsos se dirigió a su antigua habitación, ahora más pequeña de lo que recordaba, y se dejó caer en la cama. Se sentó y miró las viejas fotos pegadas en la pared, rastros de una vida que parecía pertenecer a otra persona. Y mientras las observaba, sintió que la realidad comenzaba a desmoronarse nuevamente. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Podría realmente encontrar lo que estaba buscando en este lugar? O tal vez, como le había dicho el hombre en el tren, necesitaba dejar que las cosas se quedaran atrás, cerrar un capítulo para poder empezar uno nuevo.
Las patitas contra el piso eran conocidas, el perro que la había acompañado toda su vida, ahora mucho más anciano, venía moviendo su cola peluda para recibir a la recién llegada. Pero hasta emocionarse entre las caricias del reencuentro parecía un esfuerzo que no se permitía realizar. Y como si el animal de cuatro patas lo notara, se recostó entre los bolsos de su antigua compañera de casa.
— ¿Cómo estuvo el viaje? — Un hombre canoso se había asomado por el marco de la puerta: su papá.
— Bien. — Lucía contestó en el mismo tono monótono en el cual su padre había comenzado la conversación.
— Qué bueno. Descansa, el viaje fue largo. — Y desapareció entre las paredes, cerrando la puerta para darle privacidad a su hija.
Lucía se quedó en silencio, observando cómo su perro ya dormía, con esa calma que solo los años podían otorgar. El simple acto de ver a su compañero de tantos años tan frágil le apretó el pecho, como si todo el tiempo que había pasado desde que se fue se condensara en ese momento. Todo se sentía tan familiar y tan extraño al mismo tiempo. Las paredes eran las mismas, el aire olía igual, pero ella no era la misma que se había ido hace cinco años. ¿Qué esperaba encontrar? ¿Paz? ¿Respuestas? Ni siquiera estaba segura.
El cansancio del viaje empezó a pesarle, y sus ojos se cerraron lentamente, llevándola a un sueño inquieto. En su sueño, la pelea con Valeria, las palabras no dichas, las emociones reprimidas, todo seguía acechándola hasta que sus ojos volvieron a abrirse. La luz de los faroles de la calle entraba por la ventana, y por un momento, Lucía no supo dónde estaba. Se tomó unos segundos para ubicarse antes de sentarse en la cama y mirar a su alrededor. El perro seguía dormido junto a los bolsos, y la casa estaba en silencio. Se levantó y decidió dar una vuelta por el lugar, tratando de buscar diferencias notorias que hubieran pasado en su ausencia.
Los cambios eran mínimos: un cuadro de su sobrina, una nueva pintura que seguro compraron en la feria artesanal, pero la esencia del lugar que conoció seguía siendo el mismo. El silencio fue roto por el crujido del piso. Era su madre, que salió con una taza de té en la mano.
— Te preparé algo caliente, no te quise despertar para comer porque seguro estabas cansada. Pero podés calentarte los fideos — dijo ella con una sonrisa suave, ofreciéndole la taza. La cual tomó y se la llevó a los labios, agradecida por el calor. Permanecieron en silencio durante un rato, simplemente disfrutando de la tranquilidad del lugar. Finalmente, su madre rompió el silencio. — Nos sorprendió tu mensaje de que venías, pensé que ibas a ayudar a tu amiga con la mudanza… Pero me alegra que estés acá.
No supo qué responder. Había tantas cosas que quería decir, pero ninguna parecía la correcta. Al final, optó por mantenerse en silencio, permitiendo que el momento hablara por sí solo. Cuando terminó el té, su madre la miró con una expresión que ella no pudo descifrar del todo.
— Mañana queremos ir al centro con tu papá. Vení si querés, seguro te cruzás con alguien conocido.
La sugerencia quedó en el aire, y Lucía se dio cuenta de que, tarde o temprano, tendría que enfrentarse no solo a su familia, sino también a la versión de ella que había dejado atrás. ¿Qué dirían cuando la vieran? ¿Había cambiado tanto como ella pensaba, o en el fondo seguía siendo la misma chica que se fue buscando un poco de libertad?
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión