El beso de la Doncella Carmesí
Sacerdotisa innominada. Ánima de pulcritud innata
que, epifanía ecuánime mediante, se ha presentado
a mi encuentro entre sueños para develarme sus verdades
valiéndose del viento como cauce natural de su voz.
Sobre la tierra yerma de este baldío estéril oigo su llamado.
Clamor, que entremezcla de deseo y fervor, prorrumpe
mi nombre con canto angelical y cultiva en mi ser
una alegoría que repite en mi mente, vez tras vez:
“Yo soy la fiebre que recorre tu cuerpo,
forastero que deambulas por este desierto.
Soy el ensueño que tendrás, un misterio a revelar
en cada ocasión en la que vayas a suspirar.
Soy la brisa que acaricia tu intimidad,
pues de tus pasiones seré la emperatriz.
Yo cuidaré con parsimonia de tu integridad,
pues soy, a quien los sabios llaman, la Doncella Carmesí.”
Diviso la Luna Escarlata, epónimo predilecto a su gloria,
que matiza su fulgor sobre los campos fértiles de este valle
con los que su figura se confunde al danzar con modestia,
a la espera de los tiempos prometidos de sus voluntades.
Mientras a sus espaldas se alza una torre oscura que traza
los mundos tras mundos a derribar para alcanzarla,
es en mi sien donde se recita una idílica alegoría que
brota inconsciente de mi boca, cual sacramento ambiguo.
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