Te cumplí el sueño, estoy en calma por vos.
Sin embargo, no dejo de extrañarme lleno de nostalgia como espiándome desde afuera de la cerradura del barrio. Y ahí estoy (todavía), rayando las mesas del club o los bancos de las plazas con tu nombre, que inexplicablemente siempre quedaba más lindo que el mío cuanto más absurdo era el lugar donde lo dejaba.
Mi sueño era distinto: dejarlo en un lugar superlativo, central; cambiar el nombre de la avenida por el tuyo y que alguna vieja que visitara este pueblo de moda pidiera indicaciones para encontrarte, a la altura que fuese, de toda la extensión de nombres que te abarcan hasta el 3500 en donde la vía te corta el paso.
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