Me despertó el sonido de una gaviota en la ventana de mi camarote. Abrí los ojos y me sentía completo. Respiré y no me dolía nada. No tenía responsabilidades en mi cabeza. Todo lo malo había quedado en tierra. Claro, los amores también, a ellos si los extraño, de todas formas no me preocupa tanto, ya nos vamos a encontrar otra vez.
Salí de la cama y apoyé los pies en el suelo, que presentaba una temperatura ideal, ese piso que te invita a caminar descalzo por todos lados, una de las sensaciones más lindas del mundo.
Me paré despacio para no marearme. No sabía cuánto había dormido, pero me sentía muy descansado. Con esas ganas incontenibles de hacer cosas. Así que sin más, me puse un short y una remera y salí a cubierta.
Lo primero que vi al subir las escaleras fue un cielo completamente despejado, ni una nube. Algunos pájaros solo decoraban el lienzo celeste. El sol estaba ahí, pero aún no calentaba mucho, lo justo y necesario como para andar así suelto de ropa sin sentir frio ni calor. Intuí que era temprano, no solo por el clima, sino porque en la cubierta aún no había nadie.
Caminé respirando profundo, para que el olor a sal marina me invada por completo. Nada me hace más feliz que ese olor, me recuerda mucho la sensación de felicidad que tuve la primera vez que vi el mar. Uno nunca olvida la primera vez que ve algo así de hermoso.
Llegué hasta un enorme deck de madera, al lado de la baranda que nos separaba del agua azul. Ahí me senté en uno de esos sillones enormes plásticos que se reclinan. Me tiré hacia atrás y cerré los ojos mientras escuchaba las olas golpear lentamente contra el casco del barco que se movía a una velocidad casi imperceptible.
-Que hermoso ¿no?- me interrumpió una voz que me sonaba familiar.
Abrí los ojos y al lado mío, en otro sillón, separados por una pequeña mesita ratona, había un hombre mirándome. Era pelado, muy alto y extremadamente delgado. No lo había visto nunca, claramente recordaría a alguien así.
-si, la verdad que nunca estuve tan feliz- respondí, mientras me hacía visera con la mano para verlo mejor.
-Y se pone cada vez mejor. ¿Hace mucho que llegaste?- me preguntó.
-Es el primer día, recién me levanto. Si ya me siento así, ni me quiero imaginar como es que se ponga mejor- le respondí casi riéndome- ¿vos también llegaste hoy?-
-No no, yo ya hace bastante tiempo que estoy. Empecé viniendo por temporadas, hasta que un día me quedé, y ya trabajo acá. Aunque yo no lo llamo trabajo- sonrió- acá todo es así, y todos los días pasa algo nuevo, vamos visitando destinos distintos, probando comidas nuevas, y los espectáculos musicales que tenemos en el casino son de primer nivel. En este crucero no te aburrís nunca, eso te lo garantizo. Lo único malo que le encuentro yo, es que no podes contarle a tus seres queridos lo bien que estás. O sea, si podes, de alguna manera se lo haces saber, además ellos lo imaginan, se sabe que venir a un lugar como este es estar bien, pero nunca les podes explicar la sensación real, la que se siente estando acá, nadie tiene palabras para explicar la felicidad máxima-.
Nos interrumpió un mozo llegando de manera muy relajada con una bandeja cargada de cosas para desayunar. La apoyó sobre la mesita y lo primero que vi fueron unos biscochos calentitos con manteca y azúcar por encima, igual que me los hacía mi tía cuando era chiquito. Mi desesperación al comerlo se debe haber notado mucho, porque el hombre pelado se largó una carcajada.
-¿¡Viste lo que es esa delicia de biscocho!?- me gritó eufórico entendiendo mi momento de plenitud. Yo no le pude responder porque tenía la boca llena, así que cerré los ojos y moví la cabeza para darle la razón.
-Agarro uno yo también. Mmm, que delicia. Que loco, estas cosas de chicos las queremos comer todos los días, pero no podemos, no nos dejan. No elegimos nosotros que comer. Y después de grande no lo hacemos más, o lo hacemos menos de lo que querríamos. El tiempo nos quita ambición, y glotonería jeje. Por suerte acá el tiempo pareciera no existir. O sea, avanzamos, si, pero no es algo que preocupe. Creo que eso es lo más lindo de todo. El tiempo es el enemigo más grande del ser humano, la moneda más valiosa, y acá todo eso queda atrás. Fijate, somos dos chicos comiendo bizcochitos con manteca y azúcar, y ni sabemos que hora ni día es- me dijo, una vez más entendiéndome a la perfección- bueno ahora me voy, porque me van a regañar si sigo acá paveando, te veo a la noche en el casino seguramente, no te lo pierdas- se fue caminando y moviendo las caderas, como si escuchase una música en sus oídos.
Decidí levantarme para ver un poco más del barco, no sin antes asomarme por la borda para ver el agua de cerca. El color era idéntico al del cielo, casi espejado, una postal. Al girar hacia el centro de la embarcación pude visualizar que la mayoría de la gente ya estaba en cubierta, disfrutando igual que yo del inmejorable día.
Paseando un poco me encontré con una parejita de hombre y mujer muy jóvenes. Estaban sentados en unas banquetas altas, pegados a una barra que servía todo tipo de tragos tropicales. Me detuve cuando vi que con ellos viajaba un perrito muy pequeño, idéntico a uno que yo había tenido de adolescente, esos compañeros que no se olvidan. Se me vino encima a saltarme en busca de alguna caricia. Antes de que sus dueños lo retaran, les aclaré que no me molestaba para nada, siempre fui amante de las mascotas, así que me quedé un rato con el pichicho, hablándole con esas voces chistosas que les hacemos a los animales.
Casi llegando a la popa encontré una mini piscina con burbujas. Vacía, no había nadie cerca, me sumergí para relajarme aún más. Al lado de mi cabeza descansaba una frapera llena de hielo y latas de cerveza, tomé una y me quedé mirando el atardecer, que completaba un momento inmejorable. Mientras el sol se ponía, recordé la frase del pelado de la mañana: "que difícil es explicar con palabras lo bien que estoy".
Caída la noche volví a mi camarote, el número 23, mi preferido casualmente, me puse de punta en blanco y me dirigí al casino/restaurante para cenar algo rico y ver algún show que corone la espléndida jornada.
Al entrar en el salón me encontré con un ambiente poco frecuente en este tipo de lugares: podía respirarse camaradería y buenas energías. La gente jugaba para divertirse.
Pude divisar un escenario algo pequeño, donde entraría una banda promedio. Me acerqué y conseguí una mesita pegada, lugar inmejorable para disfrutar del show.
Mientras esperaba que me atiendan, volvió a aparecer el hombre pelado: -¡Hola! Que bueno verte por acá. Vas a comer como nunca en tu vida. Y no se quien estará en el show de hoy, pero es todo de primer nivel.
Me alegré tanto de verlo que lo invité a sentarse conmigo. Aceptó de inmediato y se trajo él mismo una silla de otra mesa que no estaba siendo utilizada.
-¿Que se puede comer acá?- pregunté.
-Es medio raro el sistema, te traen un plato y si no te gusta pedís otro, pero no te dicen que va a ser, es difícil explicar. Pero olvidate, te va a gustar a la primera, vos confiá en mí. Además es todo bien casero.
Mientras las luces parecían bajar para dar paso al espectáculo, apareció un mozo con una enorme bandeja de plata y una tapa plateada. La apoyó sobre la mesa, al destaparla, el olor me hizo cosquillas en la panza. Arroz con pollo, imposible no reconocerlo, mi plato preferido.
El primer bocado me produjo una emoción casi hasta las lágrimas. Era idéntico al que me hacía mi abuela. Ese famoso plato que quise repetir en incontables ocasiones y nunca pude igualar.
-Te dije que te iba a gustar- me dijo el pelado mientras me veía disfrutar del plato.
Casi en la mitad de la cena, las luces se apagaron del todo, y en el escenario apareció un imitador de Elvis. Idéntico en su look, y cuando cantó la primera nota, confirmó que también era idéntico en la voz.
Arrancó solo con su guitarra. Pero a la cuarta canción apareció un piano de cola. Sobre el sexto tema ya estaba la banda completa. Y llegando al final, una orquesta entera entró tocando toda clase de instrumentos por entre medio del público. Un juego de luces de primer nivel completó aquella mágica presentación.
Terminé el recital abrazado a mi ya amigo pelado, quién me propuso salir a cubierta a ver las estrellas. Durante la subida por las escaleras, no paró de preguntarme si la había pasado bien e insistirme una y otra vez con que en ese crucero, todos los días eran así. Distintos, pero hermosos. Cerró con su ya clásica frase: " lo único malo es que los que no están acá no saben lo bien que estamos".
Al llegar arriba quedé nuevamente maravillado por el cielo. Cientos de miles de estrellas brillaban iluminando casi tanto como el mismo sol. El reflejo en el agua volvía a hacer el efecto espejo, y mirar el mar era ver puntos iluminados en cada cresta de las olas.
En ese momento, mientras estábamos acodados en la baranda con mi amigo, respirando el más puro aire que jamás había entrado en mi cuerpo, y siendo completamente feliz y libre, me vino una pregunta a la cabeza: ¿en que momento llegué yo a este maravilloso lugar?
Fue ahí cuando mi amigo me apoyó la mano en el hombro, haciéndome sentir una sensación de confort comparable con la del vientre materno. Lo miré a los ojos y lo conocí. Lo conocí desde siempre. Era mi protector, mi guía, mi ángel. Era yo, y yo era él. Su voz siempre fue la que escuchaba dentro mío, la que me decía hacia donde ir y que hacer. Con esa voz celestial me dijo: "Ahora si, bienvenido a bordo".
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