Una noche cálida del largo verano,
la muchachada se reúne en el centro vecinal.
Se apresura al baile y se juntan gustosos
a ser observados por el ancho mural.
Un angel ha visto desde arriba el tumulto
no entiende las risas y tanto rugir.
Se acerca curioso y un poco asustado
al suelo mojado de color marfil.
“Es grande la fiesta” parece decir,
“la noche se presta para compartir”;
de pronto en la pista aparece sin más
la pareja que vive en la casa de atrás.
Suena la música a todo volumen,
se mueve al compás el pulposo cardumen.
Entre todos resaltan los antes nombrados,
se miran firmes y bien perfilados.
Y así comenzó la danza del día,
el violín con su arco comanda la sinfonía.
Desafían a la muerte los valientes enamorados,
rindiendo homenaje al tiempo pasado.
Giros y giros van dando los locos que a veces parecen saltar,
se miran atentos un poco y otra vez a volver a empezar.
Emocionado el angel entiende la fiesta,
se suma gustoso al ritual
pero guarda en sí un saber que lo angustia,
se acerca danzando el terrible final.
Esteban A. Nieva
Al final de la palabra siempre esta el sentimiento, curiosamente es lo primero que percibe el otro; aquello que le llama la atención.
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