El badajo.
Por eso suenan las campanas.
Debe ser una enorme minoría la que denosta a alguien por su gordura. Pero me da que es un grupo escandaloso y sucede con esto como sucede con el tradicional ejemplo de las carretas vacías, de los cántaros sin agua. La cencerrada del rebaño proviene de unas pocas ovejas con el campano al cuello.
Es triste el hecho, pero más triste el altavoz que se pone a la imbecilidad.
El tonto del pueblo fue siempre conocido y tratado como tal. Se le hacía caso para la risa y la compasión, pero nunca jamás para el criterio. Hoy, los tontos del Pueblo ocupan escaños, asientos en las tertulias y tienen micrófono abierto en las redes sociales.
Así, es el tonto del pueblo quien impone la escaleta.
Estos días toca gordofobia. Y habrá muchos gordos facha pobres y facha ricos riendo la poca gracia.
Todo es cuestión de que la cosa nazca por una encarnizada y provocada competencia entre rojos bolivarianos y derechas de toda la vida. Y es que esa inquina del momento a la gordura lleva incluida el machismo y la tendencia política retrógrada del facherío.
"Con lo bien que iba todo cuando se hacían chistes de enanos gangosos".
Hoy ya no se puede decir nada, espetan los que no callan.
¡Ay, Señor!
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