El gobierno no es tu amigo. No le importas a las instituciones del Estado; el aparato gubernamental solo tiene como objetivo extender su existencia a cualquier costo y por cualquier medio. Defender a un senador, un presidente o cualquier representante político es una contradicción fundamental.
Ellos viven en una esfera fuera de la realidad compartida: el poder y el dinero los hacen incapaces de comprender la vida cotidiana de alguien que trabaja y sobrevive. Son la definición misma de la ineptitud, porque casi ninguno de ellos ha tenido que pensar cómo pagará su próximo arriendo o su comida.
Nosotros solo somos, para ellos, una masa indefinida: el público al que deben conquistar. La democracia es el mayor fracaso de los olvidados por la historia. Nos hicieron creer que el acto de meter un papelito en una urna cada cuatro años nos hace libres, y ahí termina la historia. Si uno puede creer eso, es porque está en los límites de la credulidad.
Tú no necesitas al Estado; el Estado te necesita a ti. Duerme tranquilo sin pensar en ellos, porque ellos no están pensando en ti. No discutas con tus conciudadanos sobre cómo debería ser dirigido el país, cuando en la práctica esas discusiones solo llevan al malestar y la división. Tu opinión es, ciertamente, eso: una opinión que no es representada, ni nunca será representada, en tu voto.
Libérate del Estado. No lo necesitas para amar ni para cuidar a otros. No te rebeles, porque los dueños de las armas son genocidas, psicópatas del infierno. No olvidemos las imágenes de policías disparando indiscriminadamente en las calles. Que tu rebelión sea la de ser tú mismo. No les des tu energía: ignóralos; su propia ambición los hará colapsar.
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