En el revivir de los recuerdos, sufrí el asedio de una vida que ya no es mía, una sombra de lo que fui, pero en esos ecos hallé las más auténticas alegrías.
El aroma del pasto recién cortado en primavera, como un susurro del pasado, me envuelve. Recuerdo el amor por mi San Lorenzo natal, la ciudad histórica que guarda mis pasos y sueños.
El cielo teñido en las tardes de rugby, donde el tiempo parecía detenerse, y aquellos ojos verdes, faroles brillantes, que iluminaban un amor juvenil, eterno.
Esos ojos, espejos del alma, luces en la penumbra de mi juventud, llenos de promesas y susurros, testigos de un amor que el tiempo no borró.
Las partidas de tenis, vistas junto a mi querido abuelo, su risa, sus consejos, su presencia tan viva, y ahora tan lejana, como un sueño difuso.
Caminé por senderos de nostalgia, siguiendo huellas que se desvanecen, buscando en la niebla del pasado los ecos de risas que se fueron.
El viento lleva consigo mis lamentos, murmullos de un corazón herido, y en el susurro de las hojas caídas, encuentro la voz de mi soledad.
Así, entre suspiros y lágrimas, se va desgranando mi esperanza, como el otoño que deshoja, los recuerdos de una primavera lejana.

Mateo Gonzalez
Trabajo día a día para que el mundo sea un poco más justo, más empático y más tolerante, y prometo hacerlo hasta mí última bocanada de aire.
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