El (arte) de olvid(arte).

Para qué engañarnos, no recuerdo qué día de la semana fue. No recuerdo qué camiseta llevaba, ni qué hice después. No recuerdo por qué aquella tarde compré ese libro, ni por qué esa edición, tampoco si pagué en efectivo o no. No recuerdo si alguna vez te esperé o verte fue mi condena. No recuerdo tantas cosas de ti que me da pena.

¿Fue un lunes? ¿Un viernes? ¿Un domingo? Sea como sea, la extrañeza de tu esencia era que me conocías desde dentro hacia afuera. E igualmente permaneciste, fugazmente en mis versos, eterna tinta café de tus ojos, cuanto más tiempo pasa más oscuros los recuerdo.

Al menos, sé que el olvido es recíproco, pues no recuerdo en qué dedo llevabas tu anillo favorito, ni recuerdas mis pobres versos, cogieron tanto polvo en el rincón de la que alguna vez fue tu casa que ahora se convirtieron en garabatos ilegibles.

Ahora el mundo es tu patio de recreo, y vives la vida que una vez soñé en tus propios huesos. Quiero pensar que es tu manera de sentirme cerca, pero tú ni siquiera recuerdas qué pasó en esta fecha.

El olvido es tan ligero que tú me dejaste por el camino y yo te sigo llevando colgado en el cuello, en una estrella que cuelga de una cuerda de un tono anaranjado donde te muestro el vacío que has dejado y cómo te busco en cada hueco.

Y aunque tu ausencia era mi mayor compañía, ya solo te recuerdo los veintinueves de abril, y es que tanto me recordó que jamás debía olvidar, que aprendí que los espejos siguen reflejando luz aunque estén rotos.

Pero los detalles se desvanecen, y es inevitable el olvido tanto como recordar que me olvidaste. Intentar atrapar tus detalles era como coger agua con las manos, cuando creía que te tenía te escapabas de mis brazos; pero aún así siempre hay algo que permanece desde que te conocí aquel día, como la musicalidad de tus palabras o el sonido de tu risa en una habitación vacía. ¿Qué importa si fue un lunes, un viernes o un domingo? La amargura del olvido es la única manera de recordarte, de saber que has existido.