el arte de guardar silencio

desde chica siempre fui de quedarme callada, escuchando más que hablando. es algo que se fue dando solo, porque en mi casa no era fácil hablar mucho de lo que sentía, y al final me acostumbré a estar ahí, acompañando con silencio. no es que no tuviera cosas que decir, es que el silencio de alguna manera me daba paz, y me permitía escuchar lo que los otros no decían con palabras. y aunque nunca lo dije, me hacía sentir que podía estar cerca de los demás, en especial de mi mamá.

cuando ella estaba mal, yo era su refugio. no sé bien cómo explicarlo, pero la veía llorar y en vez de hablarle, simplemente me quedaba ahí, acariciándole el pelo, dándole una sonrisa media rara, de esas que no dicen mucho pero que igual logran transmitir algo, o secándole las lágrimas con los dedos que siempre me temblaban un poco. creo que lo hacía porque había aprendido que a veces no se necesitan palabras, sólo estar ahí y hacer lo que uno sabe, aunque sea de manera torpe.

pero con el tiempo, eso de ser refugio me fue costando. no sé si es que en cierto punto empecé a quedarme con todo lo que veía o sentía, pero de alguna forma, con los años, también empecé a tener miedo de contarle a los demás lo que me pasaba, como si fuera demasiado pedir que alguien me escuchara a mí también. y así me quedé con mis dolores guardados, con mis pensamientos encerrados, sin saber cómo expresarlos. no quiero cargar a nadie con lo mío, eso me pasa, y por más que tenga ganas de gritar lo que siento, me paralizo, porque siempre estoy en el rol de la que escucha, la que acompaña, la que está para los otros.

es raro, porque soy tan buena para escuchar, de esas personas que aunque no lo digan, sé lo que necesitan, lo que callan, incluso lo que no se atreven a decir. puedo oír lo que se queda en el aire, en los silencios de las personas, esas pequeñas pausas que tienen más peso que cualquier palabra. pero por alguna razón siento que nadie me escucha a mí. y eso en verdad me hace sentir como si todo lo que soy y lo que siento fuera invisible, como si mi dolor, mis pensamientos, todo lo que cargo, no fuera lo suficientemente importante como para que alguien se detuviera a mirarme, a ver qué pasa conmigo. es extraño, porque siempre he tenido esa capacidad de estar ahí para los demás, pero a veces siento que, en el fondo, ni yo misma sé cómo pedirme ayuda.