El amor propio
Sep 11, 2024
El amor propio…
El amor propio debe ser parecido a las convicciones.
La era de la insatisfacción se adentró en mis neuronas, haciéndome creer que abrazarme era mirarme al espejo y decir “qué linda soy”. Mirarse al espejo y repetir palabras que sonaban como una canción cuya letra conoces de principio a fin pero con un ritmo que no es tuyo. El mundo me gritaba, casi como retándome, que tenía que ponerme unos tacos, ser exitosa y cuidarme esta piel pulcra pero carente de cariño como la receta hacia el camino guiado de mi propia realización.
Y yo me miré al espejo, y escupí esas palabras absurdas a la par de ir observando cada rasgo de mi figura. Me detenía en las pestañas quemadas de tanto rozar la llama y en los labios que palidecían de tanto frío, a pesar de tener frazada. Nombraba cada uno y los ponía en orden: este no me gusta, este menos, y de este mejor no hablo…
-Mejor ni lo miro-.
Cuando lloraba, era imposible no mirarme al espejo. Verme rota y asumir que al otro día mis ojos verdes no iban a tener brillo, saber que mis párpados iban a estar inflamados como cuando te pica una abeja y su aguijón te atraviesa puntiagudamente, casi como afianzando la herida y dejando su marca. Ahí le fallé, le fallé al mundo que tanto me insistía en salir a la calle con la actitud de una diosa griega y la sonrisa emblanquecida, como si nada doliera.
Pero hay algo que el gentío omite. Un secreto que descubrí con una fórmula más empírica que cualquier dicho mentiroso que los murales profesarían.
El amor propio lo pude construir cuando me vi sentada al lado de mi cama, con una angustia en el pecho que significó la guerra entre el agua y el fuego de mi alma, la lucha incansable con esta y mi otra yo. La culpa frente a todo lo que estaba en las paredes internas que gritaban insultos, mientras que en las capas visibles se intentaban mostrar cumplidos que agasajaran mis penas.
Y entonces exploté tanto, con tanta fuerza e ímpetu, que arrasé hasta con mis propias estrellas. Arrasé con toda la ciudad de Buenos Aires, arrasé conmigo misma y me abandoné como una chica tirada en plena avenida, con una remera grande y holgada, totalmente abatida. Totalmente derrotada. Totalmente destruida.
Pero arrasé con tanto que también se derribaron las murallas. “Para auto-conocerse hay que romperse” leí hace poco, y era inevitable la caída frente a una persona que se seguía martillando y chocándose, casi a propósito, con la misma piedra. Sólo así pude comenzar a apilar ladrillos antes de desangrarme y no dejar rastro de lo que hoy podría haber sido. Sonará a un intento de romantizar el dolor y puede que un poco lo sea, pero quizás quitar los clavos y colocarlos a mi manera era la regla única y principal que pocos conocen pero que muchos anhelan.
Y ahí comencé a elegir, a poder decir que no quería cerámica en mi casa, a luchar por enmarcar los cuadros con mis propias fotos y no con aquellas que otros querían. A pintar la pared de celeste y sacar ese rosa que me hacía sentir perdida. A tener un jardín con mis propias flores y hormigas. A levantar la sombra de esa mujer que defiende aquello en lo que creía.
Por eso, para mí el amor propio es la convicción de saber que los puentes puedo construirlos con esfuerzo y tener fe en mi disciplina. Es la convicción de que la escritura es mi escudo ante todo aquél que me impida encontrar mis propias palabras y quiera meterme en la boca letras que no se parezcan a las mías. La convicción, para mí, es defender mis valores a capa y espada y no defraudarme. La convicción es no dudar de este cuerpo y tenderme el brazo, las piernas y el llanto para rescatarme en medio del río y la marea. Es darle tiempo a mi ritmo y bailarme con una canción de fondo que suena bien fuerte, que me define y que me hace ver que la luz de la noche puede ser casi tan reconfortante como la del día.
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Comprar un cafecitoRocío Butman
Una escritora obsesiva y apasionada. Publiqué mi primer poemario "Ónix Cielo" que se encuentra disponible en mi página web.
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