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El amor invaluable

Abr 22, 2025

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El amor invaluable
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Hay días en que no me acuerdo de su voz,

pero me despierto con la certeza

de que soñé con ella.

Y eso alcanza.

A veces pienso fatalmente

que el amor no es un encuentro,

sino la disposición a quedarse vacío

esperando algo que tal vez no llegue.

Ella no sabe que la amo

con una paciencia que da miedo,

con una fe que no heredé de nadie,

con un dolor que aprendí solo.


Ella no cree en los milagros,

pero se deja ver.

Y yo, como un creyente cansado,

me arrodillo sin preguntas

cada vez que aparece en mi pensamiento.

La espero

no como quien espera un tren,

sino como quien riega una flor

que quizás nunca florezca.

Pero igual riega.


A veces creo que la escribí antes de conocerla.

Que su nombre estaba escondido

en las palabras que dejé caer

cuando aún no sabía hablar de amor.

Porque hay un amor invaluable,

del que se encuentra sin ser buscado,

del que te abraza cuando no está,

del que extraña,

del que no suelta,

del que se pierde para siempre

pero deja rastros

en cada poema que quise no escribir

y terminé escribiendo igual.

Ella cree en la espera.

Y yo la espero como quien nació para hacerlo.

Ya no me pregunto si va a volver.

Me pregunto si alguna vez se fue.

Porque sigue en mí,

como una melodía que ya no canto,

pero tarareo sin darme cuenta.

El amor callado.

El amor que cambia.

El amor que aumenta.

La amo como se ama lo que se está por romper,

con las manos abiertas

y el corazón haciendo equilibrio

entre la fe y el cansancio.

Cada vez que escucho su nombre

se me afloja un poco el alma,

como si alguien abriera una ventana

en medio de un temporal.

Y aún así la espero.

No como quien espera una respuesta,

sino como quien espera que un árbol vuelva a crecer

donde solo hay ceniza.

Porque si algo entendí

de este amor que me habita

es que hay ausencias que no quieren ser llenadas.

Solo nombradas.

Ella no cree en casi nada.

Solo espera.

Y yo, en el fondo,

creo en lo mismo:

en las cosas que no están

pero igual se sienten.

En las personas que no vuelven.

Hay un altar que nadie ve.

No está en mi casa,

ni en ninguna iglesia.

Está en esa parte del cuerpo

que no tiene nombre

pero arde cuando alguien se va.

Tal vez ella es eso:

un Abril que no se termina nunca,

una estación que no encaja en el calendario.

Ella

es el amor con oídos,

el amor que se admira,

el amor hacia quien admiro.

Y aunque el mundo siga girando

como si nada,

yo sigo dejando el termo con un mate en la mesa

por si una noche decide volver

y quedarse.

No cree en casi nada,

pero cree en la espera.

Yo:

creo en ella.

Aunque no vuelva.

Aunque no sepa que me habita.

Me enamoré de alguien

que ya no cree en las promesas,

pero yo igual cumplo una:

La de no olvidarla.

No me importa si no cree en el amor.

Yo creo por los dos.

Pablo Fariña

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