Son las diez de la noche
Cruzo la calle.
Miro a la gente pasar.
Un hombre camina
por la vereda de enfrente:
cabello blanco,
anteojos,
camisa negra.
Una bolsa le cuelga del brazo
como si fuera
una promesa.
No sé su nombre
pero sé que ha amado.
Tal vez, al volver a casa,
lo espera un plato de sorrentinos.
Salsa rosa
recubriendo el borde,
el vapor subiendo lento,
el olor de su comida favorita
llenándole el pecho de felicidad.
Lleva pan
y un vino blanco
para acompañar la noche.
La mujer de su vida lo mirará
lo imagino
y entiendo que ha amado
por la forma
en que sostiene esa bolsa:
con firmeza,
con determinación,
con la urgencia de llegar rápido,
de no dejar que la comida se enfríe.
Anticipa el enojo
por los quinientos pesos de más en pan.
No debe llegar tarde.
A ella no le gusta esperar
más de las diez y cuarto para comer.
Así,
sin conocerlo en absoluto,
pienso en cómo nos sostenemos
a través del amor:
en la cotidianidad compartida,
en ese otro que nos mantiene
habitándonos el universo
sin premeditarlo.
Y cuando el último respiro llegue,
cuando el lujo del último aliento se desvanezca,
lo único que queda
es el amor
en una comida caliente.
En conocer al ser amado.
En amasar pastas
con el peso del mundo
cargado en la espalda
y, aun así,
entregarse:
en decisiones,
en pensamientos,
en rutina.
Son las diez diez.
Sé que ese hombre ama.
Sé que sostiene esa bolsa
porque tiene un destino.
Porque al final
el amor es hacer las compras
y tener quién te las reciba.
Es que alguien recuerde
tu salsa favorita.
Es envolverte
en su familiaridad.
Pensar en el otro
hasta el final.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.


Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión