El amor después del amor
Abr 7, 2025
Una noche cualquiera —de esas que no prometen nada— decidí entregarme.
A alguien que pensé que era solo la mitad de una historia, una coincidencia sin peso.
Pero ahí estaba. Presente. Suave. Oportuno.
Y lo más extraño: no se sintió raro.
¿Se siente raro sentir placer con otro?
¿Alegría?
¿Ese cosquilleo suave que empieza con un roce y termina en la piel tibia de las 5 a las 11 de la mañana?
Me volví a pasar los labios por instinto, como quien se asegura de que un beso existió.
Porque fueron muchos.
Fueron miles.
Y ninguno era tuyo.
Me envolví en unos brazos que —por hoy— son los correctos.
Y sí…
me pareció raro.
Raro que los tiempos cambien, que no haya fantasmas en mi cama,
que por primera vez no te convoqué con el pensamiento.
Éramos solo nosotros dos.
Sin saber bien qué hacíamos,
riendo entre besos,
como si nada doliera.
Como si el amor fuera una broma tibia que empieza a contarse sola.
Y yo, simplemente… me entregué.
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