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EL ALEPH DEL CUERPO

Nov 24, 2025

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EL ALEPH DEL CUERPO
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Me pregunto qué es tocar, cuando la materia nunca se encuentra.

Me pregunto qué es amar, si los cuerpos son apenas dos campos que se repelen, y sin embargo, arden.

Me pregunto qué significa existir, cuando todo es una probabilidad suspendida, un cálculo que colapsa sólo porque alguien se atreve a mirar.

Me convenzo diciéndome que la ciencia puede dibujar el mapa:

electrones que se repelen, leyes que no permiten la superposición de estados, campos que se empujan sin tocarse jamás.

Me digo que, aún sabiendo todo eso, un roce puede salvar una vida.

Me pregunto si amar no será otra forma de hackear la física.

Insistir en que algo existe aunque no podamos atravesarlo.

Creer que un abrazo es más que un acuerdo entre fuerzas electromagnéticas.

Me digo que si de verdad nada toca nada, entonces el amor es la decisión de actuar como si sí tocáramos.

Me pregunto si el cuerpo es apenas una frontera prestada.

Me digo que la conciencia, quizás, no necesita el contacto para entrelazarse;

a veces basta con soñar algo para tenerlo.

Me pregunto como Nietzsche ante el abismo.

Si al mirar hacia él, la realidad me devuelve una mirada propia, una prueba de que existo.

Me digo que tal vez de eso se trata todo, de ser visto.

Que alguien sea testigo y que, por un instante, el universo se condense en una elección.

Me pregunto si las teorías importan, cuando la vida te corta la respiración, te acelera el corazón o te nubla el pensar.

Me digo que "no".

Que en ese instante todas las ecuaciones y fórmulas se derrumban como castillos de arena.

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Ojalá me lo hubiera dicho así, sin vueltas, cuando era pequeña: "no tocamos nada".

Los átomos que nos forman son casi todo vacío.

En su borde los electrones giran como guardianes, todos con la misma carga, todos incapaces de compartir su lugar.

Cuando nuestra piel se acerca a otra superficie, sus electrones y los nuestros se repelen con un rigor implacable.

Y es ahí, en esa repulsión, en donde el cerebro inventa el "tacto".

Wolfgang Pauli escribió esa regla: "dos electrones no pueden ocupar el mismo estado cuántico".

Y el universo obedece esa prohibición silenciosa.

Lo que llamamos "contacto", entonces es una traducción:

campos que se empujan, nervios que lo interpretan.

Una ilusión suficientemente convincente para vivir.

Nunca apoyamos realmente nuestras manos sobre nada.

Nunca abrazamos a nadie en el sentido físico absoluto.

Todo es un acuerdo de fuerzas invisibles que sostienen la apariencia de "cercanía".

Y como si eso no bastara: ¡Todo existe primero como posibilidad!

Antes de que mi mano se acerque, antes de que decida abrazar, la realidad se encuentra en superposición:

múltiples futuros flotan en el aire, como cartas de un mazo, esperando a ser repartidas.

Y sólo cuando algo (un acto, un deseo, una conciencia) "observa", una de esas cartas cae sobre la mesa.

Y nosotros lo llamamos "destino".

Somos hijos de ese doble truco.

No hay contacto real y todo es incierto hasta que lo miramos.

Y sin embargo, aún así... amamos.

Aún así, algo nos atraviesa.

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Quizás el amor, aunque no tenga materia, puede ser la fuerza que abre un camino donde antes no lo había.

Quizás el verdadero Aleph del Cuerpo no se encuentra en ninguna máquina ni fórmula ni ecuación.

No está en el cálculo de probabilidades, ni en la regla de Pauli, que insiste en recordarme que dos electrones jamás pueden ni podrán ocupar el mismo lugar.

Quizás está en la paradoja de sentir, aún en el vacío, ese roce que nunca sucede, y sin embargo, quema.

Vivo de sombras que nunca toqué o que ya no puedo tocar, pero igual me definen y me siguen construyendo.

Mi cerebro traduce la repulsión en caricia, en abrazo... y yo le llamo "tacto" a una ilusión perfectamente calibrada.

Y aún sabiendo que nada toca nada, podría jurar que alguna vez una mano atravesó la mía.

Borges escribió que el Aleph era el punto en donde todo se ve al mismo tiempo.

Pero hoy comprendo que no es un lugar, no es un sótano escondido.

Es un estado.

Ese segundo en el que la vida colapsa en un destello, en la lucidez, en el propósito, en una imagen, una voz, un latido.

Es aceptar el absurdo, abrazar en medio del vacío, tender la mano sin garantías de que alguien la vaya a tomar.

Es el abismo devolviendo la mirada, es el horizonte alejándose cada día más.

Yo elijo insistir en el contacto, aunque la ciencia me diga que no existe, porque esa decisión es mi única forma de existir.

Quizás el Aleph del Cuerpo no está en lo que no alcanzo, sino en lo que se me escapa queriendo alcanzarlo todo.

En el amor que no se materializa, y aún así funde y destruye mundos.

En lo que todavía no sucede pero ya me reescribe por dentro.

Somos cuerpos rodeados de vacío, ardiendo, muriendo por esa necesidad de contacto.

Pero a la vez, pudiendo vivir sin ello.

Amamos, tendiendo la mano, con la esperanza de alcanzar lo que está del otro lado.

Viajando, cruzando el universo sin garantías.

Existiendo.

Aceptando que entre uno y otro hay un abismo microscópico que jamás se cierra.

Al contrario, cada vez se extiende más.

Y paradójicamente, al mismo tiempo, la brecha entre las almas es cada vez más pequeña.

Tal ves el Aleph es una herida silenciosa que algunos cargamos desde antes.

Un vacío que se abre para recordarme que lo inalcanzable también me transforma.

Que lo que nunca toco, lo que nunca termino de ver, es lo que me cambia para siempre.

Y yo me dejo cambiar.

Aunque el universo se ría de mí.

Por que sé que, incluso en ese espacio vacío,

en esas teorías que afirman que los cuerpos se repelen,

en esas explicaciones que culpan a mi cerebro de inventar el contacto,

allí, el amor se empeña en rozarlo todo.

Melina Marcos

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