soy matemáticamente imperfecto, quizás todo a mi alrededor lo es. el grafito se desliza sobre el papel con una firmeza que no concuerda con mi propio accionar; estoy, más bien, garabateando entre números y letras que forman una operación matemática más grande que aquello que está a simple vista.
y precisamente, esa ignorancia, me hace vulnerable— a la crítica y a los errores: no reconozco los trazos, pero la familiaridad con la que los dibujo me hace recordar la paciencia con la que alguien me enseñó a pensar.
porque el pensamiento propio realmente no es propio, es intrínsecamente aprendido.
con mis padres aprendí a restar— carencias, ausencias y disculpas nunca dichas: le restan a mi corazón, a mi cariño, a mi constancia. profundamente vivía en lo negativo, pues no conocía otra fórmula que no fuese esa. el grafito se desgasta contra la hoja y nuevamente el cero, remarcado varias veces, aparece como respuesta de la sustracción.
“hay cosas que, aunque cambies el orden, permanecerán igual.”
el orden de los factores no altera el producto, dicho de otra forma. y eso soy yo, el resultado cero de una constante resta hasta reducirme a la nada misma: no amo, no me disculpo y no estoy presente. vivo, pero de la manera matemáticamente imperfecta que me enseñaron, como si eso fuese realmente algo de lo qué tomar orgullo.
cuando el grafito se desgasta, alguien está relevando mi lápiz por uno nuevo. la punta afilada casi rompe el papel— es salvaje e inesperado, me hace achicarme en el asiento mientras veo una línea vertical siendo trazada sobre mi línea horizontal.
positivismo sobre negatividad.
y entonces, carezco de la habilidad sobre saber qué hacer. mi vieja perspectiva parece cambiar tan rápido como una resta pasa a convertirse en una suma: ya no hay un cero, hay un uno chueco rodeado de borrones y rastros de goma. es diferente, casi tanto como quién lo dibujó en mi hoja sin siquiera pedirme permiso.
sumé: paciencia + empatía + sinceridad= ella, y entonces, por primera vez, quise cambiar completamente la ecuación para sumarme yo también.

venere e(s) hogar
un día, me enamoré tanto, que decidí declarar que el planeta del amor le pertenecía a ella— a nosotros, aquellos que forjamos con perseverancia
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