Encontré un libro roto debajo de la cama mucho antes que la aspiradora sellara ese recuerdo. Era de mi padre, el que leía coleccionando títulos que no tocaba. Entraba abril con su hojas secas calándose en frío por los pies. Me abracé al libro sin rostro e intenté adivinar su nombre; pero solo encontraba ataduras mal hechas en los zapatos con elásticos, alambres o bolsas. Atado por la nuca en perfecto endoble sucesivo, de un ocho de abril, su nombre era azoca.
Entonces el libro se ligó a mis brazos, afirmaba sus letras, empleaba en negativo, que no pude oír por la aspiradora. Se me hizo un nudo en la garganta, pero no lloré, las lágrimas se habían ofrendado.
Imagen de Pexels. Propiedad de Life Of Pix.
Verónica Abir
Solo lo intento cada día, como respirar. Ves tus ruinas como son, libres de la ilusión, las expectativas (...) de modo que por fin puedes empezar a contar las tuyas. BELMAR, Issac
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