Tres niños examinan con ramitas el cadáver de una ardilla que había huido del incendio forestal. Otra perra en celo busca, desesperada, que un auto la atropelle. Dos sujetos, a bordo de una motocicleta, arrebatan un cordero del borde de la calle y desaparecen en un remolino de tierra. Un cerdo, prófugo, atraviesa las ligustrinas y los alambres de púa, espantando a las gallinas y a los gallos que descansaban a la sombra. Un anciano revisa los cestos de residuos y los duraznos caídos con que los adolescentes juegan a la batalla campal para matar el tiempo. “Mañana será otro día”, murmura mi madre con los ojos colmados de estrellas y extiende las cortinas a pesar de que el sol aún hace resplandecer los techos plateados como escamas. “Acá los días son tan largos”, reprocha…, “tan largos”, y una estrella cae, fugaz, sobre su mejilla mientras se funde en la oscuridad del dormitorio.
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