Mis nervios te reconocieron, y el aire en mi tráquea dejó de circular.
Mis pulmones perdieron función.
No sé lo que habitaba en ti en ese instante, pero te mostrabas tan merecedor de lo perfecto, como desde siempre.
Me detuve a llamar tu no(m)bre,
abnegado, necesitado de lo que eres,
pero ojalá supieras cómo el arrepentimiento me carcome el cuerpo.
Ahora, cayendo atontado en los arrullos de mi madre noche,
anhelo, deseo
que mis labios marquen pureza en cada uno de tus rinconcitos al descansar,
que se sientan libres de recordar lo que aún es suyo.
Tus pómulos,
hombros,
tu rostro, tu boca,
tu cuerpo y cintura,
tus muslos,
tu alma.
Aún te amo,
y el aún dura una eternidad.
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