En pocas horas, Duki se convertirá en un músico histórico. Una leyenda. El hombre, el chico del rap que llena por primera vez un Estadio Bernabéu en Madrid. El primer argentino en hacerlo y el único que tuvo incluso la posibilidad tangible de soñar un estadio para 70 mil personas en España.
¿QUÉ TIENE DUKI? Es una pregunta que se hacen muchos. Buscan, interpretan, analizan. ¿Dónde estuvo esa punta del hilo que lo llevó a lo más alto de la música con un género que ni siquiera existía?. Se intenta buscar el truco donde sólo hubo magia (y mucho trabajo). Pero parece que no nos conforma la idea de que la magia exista de una forma tan pura y tan grande cuando se es, ante todo, genuino. ¿Será que el truco, en tal caso, es tan solo mirar hacia uno mismo?
¿Dónde estuvo esa punta del hilo que lo llevó a lo más alto de la música en tan poco tiempo? Buscamos lejos y complicado. La respuesta de tan cerca es sencilla. ¿Dónde estuvo su suerte? Es que nos olvidamos que estar presente, conectar con la vida misma es nuestra mayor suerte. Duki, no sólo lo supo, sino que lo aprovechó tanto que hizo, de esa presencia, su mejor talento. La calle, el barrio, los amigos, la plaza. Eso fue escuela. Ahí se gestó esta historia. Las canciones, las rimas, las batallas no son más que la vida misma en forma de palabras. Para escribirlas, hay que sentirlas y, para entenderlas, hay que vivirlas. No hay magia cuando hay emoción. Es lo que no emociona lo que no funciona. Quizás Duki vino a mostrarle a una generación más arriba lo dormidos que estaban despabilando a los que venían más abajo. Al sueño de cambiarlo todo, le faltaba acción y Duki se la dio entre rimas y batallas.
Impulsó un movimiento en el que muchos, muchas encontraron su propia voz; en los que todos y todas tuvieron su lugar. Un lugar de pertenencia, donde sentirse identificados, donde me hablen a mí; y tan a mí que ese sentimiento se volvió colectivo, masivo. No hay nada que unifique más que lo que se siente. Ahí, somos todos iguales, no hay diferencia social, ni económica, ni de clase. Ahí, justo ahí, apuntó Duki, quizás de pura intuición; sin dudas, con todo el corazón.
Duki, el chico que le perdió el miedo al que dirán, a las lágrimas, a su historia, a su camino y a su futuro. Se podrán preguntar, Y después del Bernabeu, ¿qué?, ¿se puede llegar más alto? Y me pregunto: ¿qué es llegar más alto cuando su crecimiento de tan alto se volvió horizontal?
Un estadio es un momento, es el sueño, la tapa del diario, la consagración. Es Duki en su máximo esplendor. Pero no hay Duki sin Mauro. Es Mauro el que alimenta constantemente a Duki de sensibilidad, empatía, humildad, cercanía, sabiduría, sentimiento y corazón. Es Mauro el que trasciende en cada palabra, entrevista, conferencia, en cada canción. Es Mauro al que quieren y admiran, incluso, quienes no escuchan su música. Mauro es el amigo, el familiero, el que es igual a todos aunque con su alterego llene estadios en el mundo entero. Mauro es este chico de 27 años que con voracidad aprende de todo lo que la vida le ofrece. Y la vida le seguirá ofreciendo después de cada estadio y Mauro seguirá aprendiendo.
¿Se puede llegar más alto? ¿Qué es más alto cuando en realidad el éxito de Duki fue y es llegar a lo más profundo de sí mismo y su valentía de compartirlo? ¿Qué es llegar más alto cuando el sentido de todo está en lo más oscuro, silencioso, está adentro y no en las luces que brillan afuera? A lo mejor Duki nos enseña que el éxito no es llegar más alto, llenar hasta el último de los estadios; es, simple y complejamente, volver a ser uno mismo. Después, los resultados que cada uno tenga de su propia impronta, pero esa ya es otra historia.
Gracias, Mauro por no abandonar a Duki. Gracias, Duki por nunca olvidarte de Mauro

Eleonora Perez Caressi
Soy periodista. Cubro recitales, charlo con músicos. Trabajo con PNL y en desarrollo personal.
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