Aunque sea un espejismo de nuestra fantasía,
existe ese suelo amado por poetas y diletantes.
Un lugar para ser feliz.
Sí. Están los sueños dorados.
Sí. Están las arenas tibias a la orilla del Mediterráneo.
De la misma manera en que existen las sonrisas
que te proponen derrumbarte,
dejarte caer desnudo,
de cara al sol y entre las rocas,
existen las ciudades con nombres exóticos,
que te regalan una postal para guardar en el armario,
allí en la placidez de tus recuerdos.
Una tarjeta que inmortaliza el verano anterior,
las calles ansiosas de gente feliz,
las plazas holgadas
y el silencio en los balcones después de comer.
Existe la felicidad como existe Capri en tu imaginación,
en tus sueños
y hasta en tus más bajos instintos.
Y también existe Dubrovnik, arrasada por las bombas
que asolaban sus horas de tedio y sus misas silentes.
Sí. Existió el miedo en una ciudad amurallada,
acariciada por el mar Adriático,
como existe la risa cercenada.
Las falsas miradas de muñecas en una vitrina olvidada
te sonríen,
te regalan la falsa ilusión de la felicidad,
la falsa modestia de los condenados.
Te recuerdan la anodina realidad que te circunda
y esa liturgia eterna de comenzar el día con una verdad.
Sí. Dubrovnik existe más allá de mis sueños o de los tuyos.
Sí.
La felicidad también existe.

Yom Hernández
Aquí un licenciado en Historia, loco por la literatura que lee y escribe pertinazmente. Padre de tres libros publicados por Ed Atlantis, Ed Adarve, Ed Cuadranta.
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