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Dos por ciento

Abr 14, 2025

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Dos por ciento
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Dos por ciento.

Dos por ciento, es lo que nos separa de los chimpancés, del “mono”.

Es la diferencia en nuestro código genético que nos lleva de las lianas al asfalto.

Una cincuentava parte. Más que suficiente para una revolución cognitiva, para ser conscientes de uno mismo, para hurgar las profundidades del océano y al mismo tiempo huir de nuestro planeta de origen.

Es la causa de nuestra supremacía y nuestras contradicciones.

Ese dos por ciento nos fue suficiente para observar y entender el universo, para predecirlo, para construir herramientas y nuevos elementos. Nos dio el fuego, el habla, la escritura y más.

Nos permitió construir puentes y carreteras, hospitales y estaciones espaciales.

Gracias a ese dos por ciento creamos vacunas para combatir enfermedades, barcos para navegar por las aguas a pesar de nuestra anatomía terrestre y también aceleradores de partículas para descifrar los secretos del universo.

Construimos colisionadores de hadrones y reactores de fisión y fusión. Pero no nos fue suficiente, no bastó para entender la totalidad del cosmos, el porqué de la existencia.

Y es por eso que exprimimos aún más nuestro dos por ciento, enfocamos la totalidad de la capacidad cognitiva humana en el desarrollo de nuestra última y final herramienta, aquella con el poder de dejar en evidencia al mago detrás del telón, de echar luz sobre las fuerzas oscuras que rigen la existencia e incluso unificar todas las teorías de la física en una nueva teoría completa, superior, absoluta.

He aquí el colisionador de chimpancés.

Y es que no hay forma mejor de entender la verdad absoluta más que volver al inicio y comenzar de nuevo, no hay mejor opción más que desandar ese dos por ciento, regresar al mono y observar el universo desde allí. Sin interferencias ideológicas ni culturales. Ciencia pura.

Hermoso, el único adjetivo posible, una construcción sublime, perfecta en su simetría y precisa en su limpidez.

Contaba con centenares de electroimanes construidos con materiales superconductores a temperatura ambiente (éstos también gracias a nuestro dos por ciento), suspensión magnética para evitar rozaduras indeseables y operaba al vacío para una mayor limpidez y precisión; era incluso refrigerada usando hidrógeno líquido, el átomo más ligero y a unos inalcanzables cero grados Kelvin de temperatura.

La primera y única vez que la humanidad tocó el consenso absoluto, y por buen motivo.

Se eligieron los dos mejores individuos de su especie, los más sanos y puros. Electos y separados en una escisión quirúrgica.

Fue cargada así la bestia de sus dos componentes fusibles: dos chimpancés adultos, sanos y con el pelaje lavado, secado y planchado. Sentados y amarrados uno a cada extremo de los rieles, amordazados y pellizcados solo para placer de los operarios y finalmente abandonados a su muerte en nombre de la ciencia, del saber, del dos por ciento. Avalados por una superioridad lícita.

Se hubieran salvado de haber nacido a imagen y semejanza de Dios, dos por ciento diferentes.

Y al fin se encendió, ambos simios eyectados a la velocidad de la luz en direcciones contrarias con una precisión picométrica. Se encontraron a medio camino con un desvió de solo tres longitudes de Planck con respecto al objetivo inicial.

Entonces ocurrió lo esperado, ambos seres se desmembraron el uno al otro, se deshicieron de toda forma y geometría; el negro, el rojo y el blanco se unieron y amalgamaron en un color perfecto, homogéneo y perfectamente homogéneo. Su materia se concentró en un punto de densidad infinita y volumen nulo, un punto que no entendía de tiempos, masas ni temperaturas.

La resultante era superior a la suma de sus partes.

Finalmente, se formó la respuesta mayor.

La chimpansingularidad.

Jeremías Guedes

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