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Uno de los locos es homicida
En su mente retorcida, alterada y precoz
Espástico,
su cuerpo nunca le responde.
Tics nerviosos lo exasperan
al infinito de la locura.

Sus brazos largos, enroscados,
se enredan y desenredan.
Sus muecas, iracundas, desagradables,
cargan tanto odio que existe siete veces,
todas ellas con una cara distinta.

En el medio de la habitación brilla una L,
plateada, reluce, tambor de detalles.
Tan serena —quién diría—
que habla matando.

El homicida saca chispas,
convulsiona, éxtasis impotente.

Del otro lado,
a un lado de su sombra,
otro loco, desalmado,
quieto como una piedra,
una pintura rupestre
que significa tristeza en un nuevo idioma.

Mira indiferente.
No le importa vivir.
No le importa matar.
No encuentra miedo que lo motive,
que lo haga moverse siquiera.

Su pena inundaría al mundo otra vez.

La diferencia de conciencias:
uno, nada; el otro, demasiada.

Así es como, eternamente,
por ambos motivos, nunca nada sucede.

La violencia quieta, hipnotizada,
sus colmillos no sienten vergüenza.
Se quedó para siempre esperando,
apostando mal a la impaciencia,
al encuentro de estos dos.

Damaso

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